ENVEJECIENDO
Hace tiempo que nos acecha
el declive de los sentidos.
Se van quedando atrás las vivencias
y los recuerdos, en la memoria,
aunque tu maldito alzhéimer
sea goma que apunte para borrarlos.
Pero, a pesar de ello,
mantenemos ilusiones
y somos veleros que llegan a puerto
y no zozobran.
Sentados frente a frente,
nos enzarzamos en diálogos serenos
en las noches tibias,
con el impulso de unas copas de vino,
sin encontrar con la mirada
un sitio que deleite las pupilas.
Hoy, casualmente, me he fijado en ti
¡y te he encontrado tan marchito!
Tu pelo teñido por la nieve de muchos inviernos,
tus ojos sin brillo, sin luz, hundidos,
la tez sin lustre ni tersura, llena de arrugas.
Y si tú me miras
¡miedo me da cómo vas a encontrarme!
¡Lozanía arrebatada por los ladrones del tiempo!
Cacos descuidados sin guantes
que dejan las huellas visibles
en las aristas del tiempo.
Los años caen con su peso de mercurio
y no perdonan como los indulgentes.
El tiempo no es tolerante. ¡Es de lo más rencoroso!
¡Ay, amado mío, cuánto cuesta aceptar que envejecemos!
Cuesta admitir que el tiempo pasa
y nos va acortando las horas,
que se va perdiendo el brillo, la lozanía, la vida,
que dejan de soplar los vientos
que meneaban las velas,
y que se quiebran las alas
que atravesaban los sueños.
Reconozco que fui egoísta,
porque encadené demasiado tu alma,
pero ahora te recompenso
y te sostengo la mano.
Cruje el tiempo.
En tu cerebro,
lo más cercano se resquebraja.
¿Hasta cuándo nos subyugará el tiempo?
No hay duda:
hasta que el alma levante el vuelo
de la piel en donde habita.
MONTAIGNE
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