TU FIEL COMPAÑERA
Revuelo
Cuando la nieta entró en la tienda, sus alegres ojos se posaron, como suave pluma, sobre mí. Me tomó delicadamente entre sus manos acariciándome con ternura, notando entre sus dedos la suavidad de mi textura, la calidez de la lana que me tejía y la tibieza que irradiaban mis tonos asalmonados. Quedó prendada de mis cualidades y, haciendo volar sus pensamientos, llegó a visualizarme posada tiernamente sobre las piernas de su abuela materna, llegando a sentir lo confortable y cómoda que estaría conmigo en la nueva residencia, a la que acababa de llegar tras una accidentada caída.
Decidida, me sacó del montón para hacerme única, irresistible, cautivadora. Me condujo hasta el mostrador de la tienda donde nos esperaba una amable dependienta. Le dijo que se llevaba la mejor mantita aterciopelada, imitación a piel, de la tienda. Me envolvió con mimo en papel de regalo, entregándome a cambio de una sustanciosa suma de dinero. No podía ser de otra manera, era un objeto codiciado, caro, lleno de deseos, irresistible si llegaban a tocarme.
Al salir a la calle nos esperaba un largo viaje en coche rumbo a mi nuevo destino, a cumplir mis sueños: el anhelo de envolverla en abrazos y transmitirle el calor emocional que necesita la amada abuela.
La llegada a la pequeña residencia de mayores, en la que prestaré mis servicios, es una bonita zona rural. El edificio es sencillo, de una sola planta, con un espacioso jardín por el que sobresalen enredaderas y verdes limoneros luneros repletos de frutos. La fachada blanca tiene un aire arabesco, los amplios ventanales se abren a la cercana montaña vestida de olivares perfectamente alineados. El interior de la residencia es amplio y funcional, con un toque de modernidad. El espacioso salón está coronado por un lucernario que filtra la luz solar tamizada, creando alegres matices de bienvenida, acompañados por los saludos de unos quince usuarios que prolongan sus cuellos al vernos pasar. Están sentados en cómodos sillones junto a bastones, andadores, muletas, sillas de ruedas… sus nuevos compañeros que les permiten la autonomía necesaria a sus ancianos cuerpos. La sala de visitas nos espera al fondo del ancho corredor, dispone de sofás y sillones en torno a una mesa acristalada engalanada con un centro de olorosas rosas naturales, dándole un toque hogareño y entrañable. Los cuadros, que decoran sus paredes, tienen el sello inconfundible de los usuarios. Bonitos cuadros elaborados por sus manos en sesiones de manualidades coordinadas por técnicos socioculturales.
Cuando aparece la abuela en su silla de ruedas, empujada por el simpático abuelo, se produce un estallido de sonoros e interminables besos de pueblo. Deseos anhelados de abrazos familiares aparcados que ven la luz y se materializan en tiernos arrumacos. Los nervios de la nieta y el abuelo se perciben en el ambiente y en las miradas a la bolsa donde reposo escondida entre papeles y plásticos. Estoy segura que la seduciré con mis encantos pero siempre quedan resquicios de dudas, creando silencios sostenidos que se hacen eternos en la espera. Sé que la abuela es muy especial cuando le presentan novedades. Es reacia a los regalos.
¡Llegó la prueba de fuego! Por fin me presentan en sociedad. La abuela me examina minuciosamente. Como su agudeza visual está mermada, tengo que conquistarla a través del tacto de sus dedos, que sienta mi suavidad, mi calidez, lo acogedora que puedo llegar a ser. La tensión se mastica. Por fin se rompe el silencio sentenciando, con cierta sorna, que soy la prenda ideal para tapar los feos pantalones que le ponen aquí. Que va a presumir de mantita paseándose en su silla de ruedas. El abuelo respira relajado y con manos de eterno enamorado, me acoge y me despliega en torno a la cintura de su amada con sumo mimo, dejándome caer suavemente sobre las piernas, cuidando que mis bordes no besen el suelo. Nos mira satisfecho de que hayamos congeniado al instante. ¡Y es que la abuela tiene mucho carácter! nunca se sabe por dónde van a salir sus gustos, así lo manifiesta la nieta al abuelo, quien temía que yo acabara estrellada contra el duro suelo, acompañada de un sonoro improperio. ¡Menos mal que no me lo ha soltado! Estoy contentísima de superar el examen más difícil de la vida. He aterrizado en un lugar apropiado, aquí me aprecian, voy a dejarme la piel por la abuela. Permaneceré adosada a una temperamental mujer. Una gran mujer que le cuesta digerir ser dependiente y a veces estalla sacando su rabia. Mi nueva compañera ha ido perdiendo audición y se niega rotundamente a ponerse un audífono. "¡Para lo que hay que oír!" contesta enojada. Prefiere aislarse e interpretar el discurso del entorno a su manera, aunque se aleje de la realidad. Se ha vuelto dependiente a nivel motriz tras la rotura y operación de cadera. No colabora con el fisioterapeuta en su rehabilitación, no confía en volver a caminar. La silla de ruedas es y será nuestra compañera en la movilidad.
La entrada en la sala de una auxiliar de geriatría, con un vaso de agua para los abuelos, se convierte en un discurso de bonitas alabanzas. Nos arrulla con sus dos manos en varias pasadas diciéndole que va a estar muy calentita, que mi color asalmonado le sienta muy bien a su nívea piel. Me gusta el lugar, se nota que hacemos una buena pareja.
Cuando la nieta se despide en sentidos abrazos y nos quedamos desamparadas, noto que las manos de la abuela me aprietan en un abrir y cerrar de dedos que se mueven inquietos, estirándome, pellizcándome reiteradamente, hasta que ordena al marido que la lleve al lavabo para lavarse las manos, el comedor nos espera.
Las mesas están vestidas para el almuerzo, hay un par de auxiliares que transitan entre ellas, dándoles de comer a los usuarios que lo necesitan. La cocinera asoma la cabeza, controlando que no falte comida en las bandejas.
Un auxiliar nos acomoda en la mesa piropeándonos, sigo causando buenas vibraciones. La nieta se lleva los aplausos: "mi nieta me la ha regalado", les dice a la vez que me estira en torno a su vientre.
Otra cualidad que acaban de descubrir es mi resistencia a las manchas, repeliendo toda clase de líquidos y sólidos grasos, como el trozo de patata guisada y la cucharada de yogurt del almuerzo que aterriza sobre mi piel. Una toallita húmeda frotada con pericia lo ha solucionado. La abuela está complacida, comentando con los auxiliares y usuarios lo práctica que soy y el poco trabajo que voy a dar a la lavadora.
Por la tarde nos cambian al sillón. Dos auxiliares nos manipulan con delicadeza y profesionalidad. Tras colocarles el cojín antiescaras, nos dejan acomodadas al lado de su esposo. Las usuarias preguntan por mí y me tocan con sana envidia. Estamos entretenidas hoy, la conversación es sustanciosa en torno a mantitas, nietos e hijos hasta que los ojos se van cerrando y acuden los sueños para dar paso a la siesta. Es el momento en que sus nudosas manos reposan silenciadas sobre mí. Cuando llega la hora de la novela, proyectada en la pantalla gigante del televisor, la abuela se hace su propia historia. Lo bonito del momento es la diversidad de historias que nacen al calor de una serie televisada. Las neuronas de los usuarios hacen sus adaptaciones y todo un mundo irreal cobra vida en sus mentes, mientras, las auxiliares se mueven entre carros ofreciendo la merienda. Hoy es muy dulce, me han caído encima miguitas de la tarta de cumpleaños de una usuaria. Al calor de conversaciones, tisanas, cafés y chocolates pasa la tarde.
En las noches duermo a los pies de su cama, llegamos a estar piel con piel, me reconforta saber que la tengo cerca. En las mañanas, tras el minucioso aseo personal, ayudada por dos auxiliares, vuelvo a abrazarla mientras recibe en la frente el cariñoso beso de buenos días de su amado esposo.
De vez en cuando recibo una ducha nocturna volviendo enseguida a su lado, soy de fácil secado, lista para llegar a nuestro encuentro matutino. Frecuentamos el jardín a media mañana, después de la rehabilitación. A ella no le gustan las actividades manuales que le ofrecen. Argumenta que ya ha trabajado bastante en su vida y ahora le toca descansar.
Cada día habla con las hijas y nieta. Siempre salgo en sus conversaciones, me ha hecho famosa y soy ya una más en la familia.
Cuatro meses llevamos juntas. Me he metido en su piel, tengo la sensación de conocerla de toda la vida. Y la quiero tanto que ya no puedo vivir sin ella.
Últimamente nos visitan cada día la médica y la enfermera. La mente de la abuela se llena de negros nubarrones que le provocan alucinaciones. Su sufrimiento es mi sufrimiento. He sido arrojada al suelo algunas veces con una fuerza descomunal porque se deslizaban por mi piel culebras. No me molesto por ello, muy al contrario, siento su dolor. Otras veces acabo retorcida entre sus manos, no reconoce el espacio y esconde su miedo refugiándose en mí. El deterioro cognitivo es tan rápido que, finalmente, acabamos separadas, arrancadas por la ambulancia que se la lleva al hospital en busca de curas.
Las auxiliares, que están pendientes de la tristeza del esposo, saben que soy una mantita muy querida en la familia y que puedo seguir siendo útil, así que me depositan a los pies de la cama del abuelo. Soy lo más cercano a ella, nos consolamos mutuamente. No permite que me laven diciendo que estoy limpia, necesita de mi olor que es su olor, mi tacto, que es el suyo… Por las noches, desamparados, terminamos unidos. Me dobla tiernamente y me deposita junto a su cabecera. El tiempo se consume lento. Los usuarios le preguntan por la esposa, la familia llama cada día informando. No son buenas noticias, ella se va eclipsando. Las auxiliares nos tratan con mucha delicadeza.
El día que la familia nos comunica su pérdida lo envuelvo en su dolor, su pena, la soledad, el vacío emocional…, quedamos huérfanos.
Cuando los familiares vienen a por las pertenencias de la abuela me salvo del exilio, me rescata de acabar abandonada para siempre en un armario o donada a una asociación. Me quedo en esta gran casa, junto a él. Lo agradezco de todo corazón, tanto… No podría vivir en otro lugar, con otra persona. Soy muy afortunada de seguir siendo amada. Estoy segura que quién me creó ya sabía mi destino.
Seguiremos haciéndonos compañía hasta que nuestras vidas se apaguen. Cuando nos visita su nieta me roza suavemente todo el tiempo. Me mima tanto como al abuelo. Acariciarme es como traer al presente a la abuela que se nos fue. Está feliz de que cuide del abuelo. Lo que ella no sabe es que el abuelo es quien cuida de mí. Yo también la echo de menos. Todos la echamos de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario