EL EXTRAÑO CASO DE LOS 50 LIBROS DESORDENADOS
"Buenos días. Ya tengo mi primer artículo. Me comentó que me tomara un par de días, pero no puedo esperar. Los hechos acaecidos anoche en la biblioteca (donde trabaja mi novia) son tan extraordinarios que no puedo esperar. Ya me dice si le parece oportuna su publicación o es demasiado fantástico para nuestros lectores".
Así empieza el correo electrónico que le acabo de enviar a mi nuevo jefe, en mi nuevo periódico digital, con el que voy a estrenar mi nueva profesión de periodista.
Llegué ayer a mi pueblo recién licenciado en Periodismo. Lo primero que hice fue formalizar con mi jefe el contrato en prácticas que ya teníamos acordado. El sueldo no es halagüeño, pero para soltarme con la profesión, pasar el verano en casa y ver a mi novia, me vale de momento.
Lo segundo fue visitar a la bibliotecaria, mi novia Susana, al Centro Cultural. Estaba a punto de cerrar. La vi algo preocupada. La esperé y me la llevé a tomar unas cañas para tranquilizarla y ponernos al día.
En nuestro bar favorito, entre cañas y tapas, mi novia se desahogó. Su preocupación era laboral. Menos mal que no era por mí, pensé, ya que la tuve algo descuidada últimamente. El caso es que está que se sube por las estanterías. Me cuenta que algo extraño ocurre allí. La señora de la limpieza está harta de encontrarse todas las mañanas libros desparramados. Como si hubiera pasado un tornado, un terremoto, o el mismísimo anticristo, dice.
Como la señora no sabe dónde se colocan, los deja amontonados sobre una mesa de lectura para que Susana cuando llegue los disponga en sus secciones correspondientes. No se trata de un robo, porque no falta ninguno, ni tampoco vandalismo, porque se encuentran en perfecto estado. Bueno, alguno algo descuadrado, me dice.
Todos los días igual. Mi chica monta en cólera cuando observa el montón de cada día. Le pide explicaciones a la señora de la limpieza, pero ésta tampoco entiende qué ocurre por la noche y se lava las manos.
Susana quiere evitar que los hechos trasciendan a su jefe, no sea que la trate de loca y la despida. Así que urdimos un plan. Decidimos quedarnos una noche a ver qué diantres ocurre allí por las noches. Y esa noche fue ayer mismo.
Pillamos bocatas y cervezas del bar para cenar y nos acomodamos charlando en la biblioteca, cerca de la sección de narrativa, que es donde suceden los extraños sucesos. Más o menos por donde se ubican las novelas históricas y la novela negra.
No me voy a andar por las ramas. Voy a contar el resto del correo que acabo de mandar al jefe, con el sustancioso relato que le propongo como primera colaboración en el periódico. Ahí cuento lo que vi. No creo que fueran las cervezas. Tampoco fueron tantas. O sí…. Yo lo achacaría, por darle una explicación, a ciertas aspiraciones literarias de la señora de la limpieza. O bien, esta otra teoría, más evocadora, incluso algo forzada quizá, a la magia del lugar; al mágico poder de los libros.
Transcribo el resto del correo que le mandé a mi jefe. Si me despide, seguro que supondría el contrato más efímero de la historia (¡antes de empezar!). Supondría un nuevo hito en los anales del periodismo mundial. Allá voy:
«A media noche, me levanto a estirar un poco las piernas y veo un sobre en una mesa de la sala. Carta a una desconocida, reza en su exterior. Lo abro, leo una pequeña tarjeta en la que se Anuncia una muerte, y un par de libros salen despedidos de su estante. Desconcertados, nos miramos mi novia y yo, pero no nos da tiempo a comentar nada, ya que sigo leyendo una cuartilla que acompaña a la tarjeta y acto seguido empiezan a salir libros de sus lugares y a escucharse murmullos, como si estuvieran hablando entre ellos. Y este es el resumen de lo acontecido:
Julia Navarro aventura que la Desconocida debe ser ella, ya que dice… Dime quien soy. Berenice, asegura Poe. No obstante, Michaelides discrepa: cree que es su Paciente silenciosa. Y a Scrooge, siempre quejicoso, le parece una ridícula idea no volver a oírla. Rosa Montero, en cambio, cree en su Buena suerte, y dice que la ridiculez es no verla. En fin, Una perfecta confusión, asegura la romántica América Rodas.
Pero para desfacer el entuerto, Carvalho, Langdon y Guillermo de Baskerville, tienen un plan. Fundan primero el Cotton Club, con Jim Haskins, y luego el Club Dumas, con Pérez-Reverte. Todos ellos, con Flato, emprenden un asombroso viaje: La ruta infinita, con Calvo Poyato de guía, imitando a Javier Sierra en el Prado. Isak Dinesen piensa que África es un buen lugar para ese viaje: lo guardarían en sus Memorias. Pero no, ya que, por El Camino de Miguel Delibes, pero también por el de Escrivá de Balaguer, encuentran luchando a D'Artagnan y Alatriste, con Estanyol, defendiendo a Mar contra Llorenç de Bellera en el Orient Express. Paloma Sánchez-Garnica viene de pasar sus Últimos días en Berlín y se acopla a La nutrida Expedición a última hora, con Stephen King de misterioso acompañante.
Mientras tanto, en ese evocador tren, en el Último vagón de Ángeles Doñate, donde se encuentra el bar, Martín-Aragón dice que Jamás volverá a beber cerveza. Charles Bukowski, obviamente, no lo secunda, y se toma una con su alter ego Chinaski (pero no una cerveza de mantequilla como Harry Potter). Allí, todos los presentes son Invitados a un Asesinato por Carmen Posadas. "¡Que sea el de Pitágoras, Sócrates o el de Platón, por favor!", solicita, suspirando, Marcos Chicot, que pasaba por allí. Agatha Christie lo acepta, pero impone dos condiciones: que en ese Asesinato deben intervenir Diez negritos, y que tiene que producirse obligatoriamente en Mesopotamia. Un poco rebuscado, piensan todos, pero lo importante es que sea un Crimen imperceptible, como el de Guillermo Martínez. Para eso es necesario que no haya una Ladrona de huesos, comenta Manel Loureiro, ya que entonces se malograría La Autopsia de Jane Doe y Guy de Maupassant se vendría abajo irremisiblemente.
Lejos de este caos, aparece Ernest Hemingway, que sigue de Fiesta en París. Pero tiene sus contactos y cree, sin lugar a dudas, que es un peligro estar cuerdo, como dice Rosa Montero. También piensa como Jostein Gaarder y su Sofía que, en su mundo, tiene una Sospecha: que la desconocida no puede ser otra que Dulcinea.
Por último, debo añadir que Bevilacqua y Chamorro descubren al asesino: Claramente, es Lecter. A pesar de que John Hawkes proclame, con cierta profusión, su Inocencia in extremis…
Elemental…
Y eso es todo, jefe. Ya se lo detallo con más profusión. Si puedo…
Saludos».
Y ese fue mi fugaz paso por el periodismo. Mi jefe, ni me contestó al e-mail. Bueno, sí, me mandó un lacónico WhatsApp: "Mejor no te acerques por la redacción en un par de años".
Eso sí, al poco recibí una buenísima oferta y fiché por Mc Donalds. Preparo unas hamburguesas de lo más suculentas.
Y de vez en cuando, cuando queremos vivir momentos realmente emocionantes, mi novia y yo compramos palomitas y nos tiramos noches enteras en su biblioteca.
Ahora soy yo el que escribe las notas dentro del sobre. Leo las primeras líneas y empiezan a saltar libros de los estantes. Pero llega un momento que la historia se me va de las manos. Los libros ya no me hacen caso y empiezan a hacer de las suyas. Cobran vida propia, interactúan entre ellos y surgen historias de lo más increíbles que te puedas imaginar.
Hércules
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