miércoles, 11 de octubre de 2023

XVII CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR - CITA MILAGROSA - NARRATIVA

Germán, poco tiempo después de la jubilación vio cumplido su sueño: se trasladó a una casa terrera cerca del mar, en compañía de sus mascotas Mika y Nina, que también eran ya mayores. Su esposa había fallecido unos años atrás, y de vez en cuando recibía la visita de su hija o de su hijo, ya talluditos, que no vivían en su ciudad y continuaban solteros. No sabía si llegaría a ser abuelo o si viviría para verlo, caso de que continuara la descendencia.  

Habitualmente, Germán, despertaba al clarear, abría las cortinas, y mirando hacia el horizonte la luz del amanecer, saludaba y agradecía el nuevo día. Después de refrescarse la cara con agua fría, se recostaba y leía un poco mientras daba pequeños bocados a una manzana. Seguidamente preparaba el desayuno. 

Cuando hacía buen tiempo solía degustarlo en su pequeño jardín, casi siempre en compañía de Mika, mezcla de bodeguero-foxterrier, y de vez en cuando también de Nina, su más independiente gata común. Mientras, escuchaba el canto de los pájaros que retozaban en la vegetación (a contrapunto de sus dos canarios colgados en la jaula del porche) y veía a la pareja de mirlos, inquilinas de la morera, que correteaban picoteando por el césped. En los días frescos desayunaba bajo el porche, sobre todo si llovía, y en los más fríos, lo hacía junto a la ventana del salón, asomada al jardín. Con el primer sorbo de café con leche, tomaba el comprimido para controlar la tensión arterial, mientras decía en voz baja: «Voy a tomar la pastilla de la vida». 

Después del desayuno y de nadar en la piscina cubierta del cercano club, escribía sus relatos hasta la hora de la comida. Tras una breve siesta en el sofá o en la tumbona del porche, si hacía bueno, miraba y contestaba los mensajes, y repasaba lo escrito por la mañana. Al atardecer solía ir a algún concierto, acto cultural o artístico, y de vez en cuando al teatro o al cine. Además, tenía el ensayo semanal de su coral y recibía un par clases para mayores. Llegado el verano, escribía como siempre por la mañana. Por las tardes le gustaba ir a la playa cercana de su casa, para charlar con sus amistades playera, nadar y pasear por la arena. Cuando la luz embellecía con sus diferentes matices el horizonte, sentado en una roca, leía un poco escuchando el sonido del rebalaje: momentos de felicidad.      

Al anochecer, Germán, acostumbraba a salir al jardín, si estaba despejado ponía los aspersores e imbuido por el murmullo del agua y el olor de la vegetación, contemplaba las estrellas. Quería tener esa imagen antes de acostarse, por si un día no despertaba, mientras le llegaban reminiscencias de aquella muy lejana noche con su madre en el patio de la casita de frente al mar.  

Le preocupaba que, teniendo el antecedente de un Angina de pecho, y la colocación de un stent en la coronaria descendente anterior, la "hacedora de viudas", algunas madrugadas sufría la misma pesadilla: se asfixiaba al atragantarse con un objeto sólido y se incorporaba gritando. Eran episodios de apnea que atribuía a que se le resecaba la garganta e intentaba corregirlo con relativo éxito mediante ejercicio físico, ingesta de líquidos, cenas ligeras, y una vez acostado con la cabecera elevada, inspiraba y espiraba alternativamente por ambas coanas, usaba nebulizadores y dilatadores nasales, chupaba un caramelo de menta, eucalipto o similar, y tras leer una o dos páginas, se quedaba dormido. Iba demorando asistir a la Unidad del Sueño, pues a pesar de su edad, compartía algunas citas nocturnas y no deseaba que le viesen usando un aparatoso dispositivo.   

El día de sus setentaiséis cumpleaños lo celebró con su más íntima amiga en el porche. Hacía una cálida y transparente noche primaveral, el fino arco plateado de la Luna y el parpadeo de Venus, Marte y Saturno, resaltaban en medio de un firmamento tan estrellado, que parecía más cercano. Y con el relajante sonido de los aspersores, disfrutaron felices de la deliciosa cena maridada con un buen vino, según él, excelente afrodisíaco a pequeñas dosis.   

La pesadilla fue más angustiosa que nunca: sintió una fuerte opresión en el pecho, emitió un alarido, saltó de la cama con inusitada ligereza, y llevado por un impulso irresistible, se dirigió al mar. Empezaba a clarear y quedó extasiado ante el más bello amanecer que había visto jamás, con una luz y unas tonalidades que le parecieron sobrenaturales. Luego, casi levitando, se encaminó hacia la casa. 

Le sorprendió la ambulancia del 061 aparcada frente a la puerta mientras sacaban una camilla con un paciente intubado, por lo que le costó un poco reconocerlo: 

¡Era él! 

Despertó en medio de una nebulosa y vio acercarse a un ángel de inmaculado blanco. 

—Hola, Germán, ¿cómo se encuentra?  —le preguntó sonriente, mirándole con sus ojos claros. 

A pesar de la mascarilla nasal pudo percibir una suave fragancia, y susurró: 

—Muy bien…, en el cielo —e intentó una sonrisa. 

Ella, con dulce expresión, añadió: 

—Le veo bastante animado después de estar dos días en coma, voy a avisar a la médico para que le informe. 

—Don Germán, ha sufrido usted un infarto de miocardio masivo con muerte aparente y se le ha realizado con éxito un by pass a corazón abierto. Alguien avisó inmediatamente del episodio y ello le salvó la vida. Pero a partir de ahora, además de la medicación cardio-protectora, será imprescindible que al acostarse utilice el dispositivo respiratorio, ¿de acuerdo? 

—Por supuesto, doctora, muchas gracias.   

Germán solo recordaba que después de la cena, habían hecho el amor y se quedó dormido. Durante la hora de la visita hospitalaria, su amiga le completó la historia: fue ella quien, tras sobreponerse al grito, llamó a emergencias. 

—¿Y mis mascotas? —le preguntó él.  

—Tranquilo, me he ocupado de ellas y esperan tu regreso. 

En las noches despejadas, Germán continuaría contemplando las estrellas, con el murmullo de los aspersores y el aroma de las plantas. Y ya dormiría plácidamente, solo o acompañado, gracias al artilugio. 


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