miércoles, 11 de octubre de 2023

“XVII CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR”+Me dijo que lo había amado demasiado+NARRATIVA

Seudónimo: Ceniza sobre mi cabeza

Obra:

Me dijo que lo había amado demasiado

 

            He estado todo este tiempo absolutamente enamorado de ella, incluso cuando me aseveró que lo había amado demasiado, a pesar de decirlo cuando ya estábamos juntos y yo intentaba enamorarla cada día.

            Porque por extraño que parezca, intenté en todo momento comprenderla, asumir que era diferente, singular, extraordinaria. La amaba mucho, nunca demasiado y, por esa razón, necesitaba entenderla.

-Sé que es difícil escuchar que lo amaba demasiado –susurró mientras, abrazada a mí, esperábamos que la noche nos acogiera en su sueño más bello.

-Nunca intentaré juzgar esta forma tan extraña que tienes de afrontar la vida. Necesito amarte sin condiciones, sin reproches. No deseo ser el juez que estime qué es correcto.

-Es por esa forma de ser por lo que a ti también puedo amarte –zanjó la conversación regalándome un beso que dejó todo su sabor en mis labios, ahuyentando cualquier sombra sobre nosotros.

            Sé que me amaba, pero compaginar ese sentimiento con haberlo querido tanto no era un asunto menor. Todavía hoy me resulta complicado entender cómo hacía para no morir de sufrimiento cuando él la arrastraba a fiestas sin control, donde alcohol y otras drogas le hacían elevarse aún más de lo que él ya lograba en ella.

            En esas subidas emocionales transformaba locuras en actos habituales y, entonces, no era extraño que terminara en casa de alguien con quien compartir sus deseos más íntimos, aquellos en los que el amor siempre se encontraba ausente. Después, sentimientos de culpa, deseos de morir o huídas hacia una soledad de días o semanas le hundían en un estado similar a la depresión. Me esforzaba por hacerla volver a cierta normalidad, si es que esa palabra tenía algún lugar donde encajar cuando pensaba en nuestra relación.

            Pasada cada crisis hablábamos mucho y ella, como si de un mantra se tratara, insistía en que lo había amado demasiado, sin que yo fuera capaz de entender porque utilizaba el verbo en su tiempo pasado si siempre nos encontrábamos en algún presente. Pero más allá de pasado o presente lo que más me atormentaba era verla herida, muy dañada cada vez que vivía situaciones similares.

No era fácil para ella, las vivía como algo ambivalente, como si su existencia se diseñara entre dos polos opuestos. Por una parte, la euforia de sentirse querida, sociable, extrovertida y plena de bienestar. Por otra parte, la sensación de caída, de destrucción y de hundimiento sin solución.

            Fue el día en que encontré unos pocos versos escritos en un papel, arrugado por lágrimas amargas y secas tras ser abandonadas, cuando pude apreciar la agonía de ese sufrimiento:

No sé si es la dicha del amor mi derecho,

observando mi vida girar como el destino ha decidido.

Por eso no aguardo ni el abrazo amigo,

ni el beso bendecido,

y solo espero de la de vida

y, a veces de ti, el más absoluto desprecio.

            Consciente de mi cobardía huí de su lado cuando era evidente que más ayuda necesitaba. No lo soporté más. Todos sus excesos en forma de consumos asesinos, o de encuentros con conductas de riesgos imposibles, me vencieron. Ella no había terminado de amarlo, aún hoy intentando recuperarse no deja de amar a su trastorno bipolar. A pesar de sus descensos al infierno prefiere, aunque no siempre lo elija libremente, subir al cielo e impulsarse más allá de él.

            Yo, lo reconozco ahora, fui incapaz de superar el amor que él le sigue ofreciendo, demasiado, quizás eterno y, en cualquier caso, definitivo.


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