miércoles, 11 de octubre de 2023

XVII CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR. Aquel día. NARRATIVA

Aquel día

Nife


María se levanta dolorida y pesadamente del sofá en el que había estado dormitando y se dirige, con paso lento y arrastrando los pies, hacia la ventana. Puede ver por un momento su reflejo en el espejo que hay encima del asiento y las huellas de lo ocurrido en su cara. Fuera, una densa lluvia no para de caer. Ya lleva lloviendo varios días sin parar. Mira hacia el exterior a través de los cristales, hacia un gran patio de manzana en el que se yerguen airosos algunos árboles cuajados de frágiles flores níveas. Muchas de ellas cubren ahora el suelo del jardín y no puede evitar que dos lágrimas delatoras resbalen sin permiso por sus mejillas. A su espalda un reloj de cuco, herencia de sus padres, da las cinco de la tarde, la hora señalada. Siempre ha pensado que ese pajarito está como cabreado; quizás es el tiempo el que le ha impreso ese sonido tan bronco, como a ella misma. Observa las ventanas de los edificios que rodean el patio y recuerda que, hace ya muchos años, cuando era joven y bella, un viejito se sentaba en un balcón de enfrente a tomar el sol. Parecía una persona enferma pues vestía un pijama y se arropaba con una manta. Se siente, ahora, tan cercana a los que sufren y a los que están solos. Seguramente ese anciano ya habrá muerto y ahora personas extrañas ocupan aquella vivienda. ¿Qué historias se tejen tras aquellos cristales? ¿Cuál es el devenir de otras vidas solitarias, como la suya? Y no es real lo que pregonan los medios de comunicación, no hay un auténtico apoyo. Sólo la soledad más infinita, como morimos todos, en la más absoluta soledad. 


Chocolate —piensa— me apetece chocolate. No sé si tengo alguna tableta guardada. Voy a rebuscar. Y se dirige con andar cansado hacia la cocina, atravesando el distribuidor, donde un espejo le devuelve la imagen ajada.


Poco a poco va obscureciendo. El pajarito da las ocho de la tarde. En ese momento se oye la cerradura de la puerta que da acceso a la vivienda y un escalofrío recorre, desde lo hondo del cerebro reptilíano,  la columna de María. Él ha llegado.

—¿Qué hacen esos papeles en el aparador de la entrada? —grita Miguel, mientras cuelga su abrigo en el perchero del hall.


María le escucha dar voces y, ni siquiera, se molesta en contestarle. Él tampoco espera una respuesta. Entra raudo en el salón y coge a María del brazo y la arrastra a la fuerza hacia la entrada. Los dedos de su mano se clavan en la piel.

—Vieja vaca gorda, guarda esos papeles y dame la cena ya. ¿A qué estás esperando?

Cuánto más grita él, más atenazada se siente ella. Solo alcanza a balbucear con voz trémula.

—Ya voy, ya voy.


Mientras se lava las manos temblorosas, rompe a llorar. En el baño, con la puerta cerrada, él no puede verla. Las lágrimas provocan más aún su ira. Debería dejarle pero le quiere tanto… y, además, ¿dónde va a ir?


Le sirve la cena. Él engulle los alimentos rápidamente y se va a la cama. Ni siquiera duermen en la misma habitación. María se queda sola con sus tristes pensamientos.


Con el alma prendida de tristeza, María se va a la cama y se duerme enseguida, como hace siempre. Cuando se levanta al día siguiente, él ya se ha marchado a trabajar. Toma su diario y escribe.


Maldigo el día en que le conocí. El recuerdo de aquel noviembre está marcado en el marchito y amarillo calendario con sangre lacerada que mana de la herida de mi alma. Maldigo el día en que dejé de ser yo misma y lo aposté todo por esta relación. 

Cuando le conocí era muy admirado y todas se "deshacían por sus huesos". Escondía muy bien lo que en realidad era. ¡Tan seductor y simpático! Quién hubiera dicho que era tan "mal bicho". Ya cuando éramos novios se mostraba violento y controlador. Me decía: ¿Por qué te pones esa falda tan corta para que te miren todos? Pareces una puta. Y yo pensaba que cuánto me quería porque se mostraba celoso. ¡Qué equivocada estaba!. Mi amiga Paloma me decía que eso no era amor y que sólo demostraba lo inseguro que era y que dominando a alguien se reafirmaba. Yo pensaba que era charlatanería de psicóloga e, incluso, me enfadaba con ella y le defendía diciendo: qué sabrás tú de lo que es un amor tan intenso. Ahora me doy cuenta de que estaba muy cegada.

Además, siempre que estábamos con amigos me dejaba en evidencia. Recuerdo un día que yo estaba indicando cómo se iba a un pueblo en el que habíamos pasado un bonito fin de semana y él me cortó y dijo: haz el favor, haz el favor y se puso a dar explicaciones. Siempre creyendo que él se lo sabía todo y los demás éramos tontos. Seremos muy tontos pero tenemos más estudios que él. Es su complejo de inferioridad lo que le hace actuar así. Es muy inteligente pero actúa muchas veces como si no lo fuera.

Cuando nos casamos todo fue a peor. Siempre con miedo a hacer algo que le disgustase y provocara su ira. Con el corazón siempre encogido y el miedo atenazando mi columna. Un día me gasté mucho dinero (¡que yo ganaba!) en un vestido y, después de una acalorada discusión, me dio una torta. Entonces me di cuenta de que algo no marchaba bien; que él no tenía derecho a controlar en lo que yo me gastaba el dinero que yo ganaba, aunque tuviéramos gananciales, y, menos, a pegarme.

Estuve pensando largo tiempo en dejarle y tanto mis padres como Paloma me decían que no lo consintiera. Pero ¡le quería tanto…! Lo dejé pasar y él ni me pidió perdón. Con el tiempo, todo fue a peor.

Es verdad que durante algunos años tuve una maldita adicción a las máquinas tragaperras. Entonces él me buscaba y me sacaba a patadas del salón de juegos. Eso me ha hecho sentir muy culpable y justificar su maltrato. Pero, pensándolo con la perspectiva que da el tiempo, veo que ya me maltrataba antes de mi adicción, que yo era una enferma que necesitaba ayuda, que nada justifica la violencia y que, afortunadamente, pude desprenderme de ese vicio tan pernicioso y él siguió maltratándome.

Yo ya había sido maltratada antes. Mi padre y mi hermano nos daban palizas a mi hermana y a mí. ¿Quién lo hubiera dicho también de ellos? Todo un señor triple licenciado y un niño tan, aparentemente, simpático. Dicen algunos que hay mujeres que atraemos a los maltratadores. No sé bien cómo es el mecanismo, si es que es cierto. No sé si es verdad o mentira o si no será que la mayoría de los hombres son maltratadores. No me olvido de que en un libro de principios del siglo XX aconsejaba un párroco a los hombres que evitaran pegar a su mujer, en la medida de lo posible, aunque se lo mereciera. Ese mismo libro indicaba que el hombre debía conducir a su mujer por el buen camino, como ser inferior que era. No han pasado tantos años desde aquellas palabras escritas. No ha transcurrido el suficiente tiempo ni han nacido las suficientes generaciones como para que se borre del todo esa mentalidad.

Otro día se me quemó la comida y él tiró todo lo de la mesa del comedor y se puso a gritar y, cuando yo empecé a llorar, me dijo: como te pegue una ostia vas a tener razones para llorar. Eso me hizo llorar más fuerte y él me tiró un vaso a la cabeza y luego se burlaba diciendo: y ahora vete a urgencias. Todo el mundo me decía que le dejara pero yo seguía pensando que le quería mucho y que ya se pasaría.

En otra ocasión, y no recuerdo qué lo ocasionó (cualquier cosa porque siempre tenía alguna excusa, eso es lo menos importante), empezó a tirar el agua de la jarra por el suelo y luego empezó a pisotear todo el agua y, con los zapatos mojados, recorrió toda la casa y dejó todo el suelo sucio y después me obligó a limpiarlo todo. Y luego es él el que me llama guarra.

Ya demasiados males trae la vida como para crear más infierno. No hace falta aliarse con el mal. Él ya actúa por si mismo sin que nosotros le ayudemos. ¿Por qué no ha preferido una convivencia tranquila y placentera?. Podría haber sido todo tan agradable. Yo le quiero mucho y estaba siempre dispuesta a hacer cosas por él, no porque me obligase sino por un acto de amor. Eso que se ha perdido: el disfrutar de mis pequeños homenajes solo por ser él. Estás tan ciego… No has sabido disfrutar de todo el amor que te he dado; eso que te pierdes. Podríamos haber sido tan felices… Pero no puedo olvidar que no siempre me maltrataba, que muchas veces se podía hablar. Que cuando tenía buen humor alegraba todo lo que había a su alrededor, saltaban chispas y en el centro él resplandecía. Ahora pienso que era sólo una apariencia.


El pajarito canta once veces y suena la cerradura de la puerta de entrada.

—¿Dónde estás? —grita él desde el pasillo— ¿Qué tienes de cena? ¿Otra vez pescado? No quiero pescado. Hazme unos huevos con patatas. ¿Me oyes?

—Sí, sí, ya voy

Ella le hace la cena y se sientan a la mesa.

—Estos huevos y estas patatas están fríos.

—¿Pero cómo van a estar fríos si los acabo de hacer?

—¿No te digo que están fríos?

—Pues te los haces tú.

—¿Qué has dicho? ¡Tú harás lo que yo te diga! No sirves ni para llevar una casa —le grita mientras le estampa una sonora torta.

María huye corriendo y se encierra en el baño. Él aporrea la puerta.

—¡Ya te pillaré, ya! Y no lo volverás a contar.


Ella mira, como una sonámbula, las baldosas del baño y ve figuras dantescas. Mujeres ensangrentadas, calaveras danzantes con su guadaña. No se atreve a salir del aseo hasta que no oye sus ronquidos. La próxima vez me mata —piensa— Tengo que hacer algo. 


Como una sonámbula se dirige a la cocina con un andar tembloroso. Abre un cajón y se queda pensativa un rato. Las palabras de él se enredan en sus manos, y con las lágrimas forman una masa pegajosa que parece adherirse a todos los sentidos. Ya es demasiado tarde. Sigilosamente coge un cuchillo y se dirige con pasos suaves hacia el dormitorio de su "amado" esposo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario