Febarsal
Llevo casi dos años paseando por "el Camino de los Cipreses"; la verja de regreso está cerrada, y aunque es estrecho y angosto. y el pavimento es transitable, lo que me transfiere energía para andar esa calzada con la esperanza de llegar al final de esta sin perder la sonrisa de mis labios, y la voluntad de transitarlo plácidamente
Ochenta años quedaron fuera de la verja, espacio tan latente en mi mente, que me parecen vividos en un sueño, sueño del que me ha despertado el soez chirrido del cerrojo de la cancela al cerrarse, y que me devuelto a mi realidad.
Analizar la realidad desde la distancia más allá del medio siglo, produce escalofríos. ¡Dios mío! ¡Cuántas situaciones vividas! No puedes evitar según pasan las secuencias, transformar el rostro en mil estados diferentes, pasar de la sonrisa a la amargura, de la alegría a la pena, y de lo dulce a lo amargo en segundos. ¡Qué sensaciones más extrañas produce la contemplación de la película de tu vida! Ser espectador y protagonista es una situación inaudita que no sabes que determinación tomar ante la sucesión de imágenes; se siente a la vez vergüenza y fascinación, al comprobar tantas inexactitudes.
Dieciocho meses llevo recorridos por esta trocha. ¡Año y medio! Y no consigo evitar volver la mirada atrás; me sigue estremeciendo divisar el horizonte a pesar de que a través de las copas de los cipreses se columbra un cielo azul, sin nubarrones que amenazan tormentas ni malos presagios. La conciencia sigue intacta, inalterable, haciendo guardia sobre mis neuronas. A la vez que me tranquiliza esta situación, me perturba. Tener la gnosis de saber lo que es en el ocaso de la vida la plena sabiduría, no deja de ser una incongruencia; seguir manteniendo tus principios vitales, esos estados que tantas preocupaciones te dieron en la juventud, no dejan de ser un desasosiego. Se piensa llegar a la senectud con toda la mies segada, y cuanto más anciano eres, más cuenta te das que dejaste en la era de tu vida tantas espigas que cortar, qué te asalta un poco el resentimiento; es como dejar de gozar de lo que no fuiste capaz de lograr.
Y eso me altera, quisiera caminar con la mente vacía, pero con el alma llena de cogniciones. La sapiencia de mi cerebro ya no me sirve para nada. Es el alma la que quiero llenar de los contenidos que mi juventud rechazó. Contenidos si otrora no me sugestionan como medio de vida, hoy si quiero que me seduzcan como medio de muerte.
Me acomodo en un guijarro del camino, tengo sed. De súbito a escasos metros dos aves se encaraman en la rama de un viejo alero de una choza, que seguramente dio cobijo a algún transeúnte perdido en las marañas de sus corduras.
De mi cantimplora aún llena de la lluvia de mis esperanzas, no de mis lágrimas; doy un pequeño sorbo; he de racionar el elemento que me queda, no existen más fuentes en el camino donde reponer mi alcarraza. Sé que la travesía que me queda por recorrer será más agradable si administro mis sustentos.
Observo ensimismados la algarabía de aquellas dos voladoras, y no puedo evitar un suspiro: me traen recuerdos de mis andanzas. También yo era un poco ave, o quizás un nefelibata. Volar por mis fantasías y por mis nubes fue una de mis mayores ilusiones. Las quimeras son sutiles y no conducen al éxito material o pragmático, pero refuerzan el alma, aun sabiendo el cerebro la inutilidad que representan. Sin embargo, una vida sin fantasías para los soñadores, es como un escaparate vacío, Y yo soy un escaparate lleno de las más exquisitas ambrosías de las que consumo con deleite y fruición, y que nunca me colman.
La felicidad que dan las utopías, son sin duda las más sinceras, ya que una invención nunca podrá ser fagocitada por nada, salvo por su mismo soñador. Crear desvaríos, es algo reservado para los que ven el mundo real, como el error del que no supo a ciencia cierta lo que creaba; por eso, quieren erigir ellos con sus extravíos el verdadero mundo, el mundo de los inmortales.
Sigo mi trayecto, y de mi mente se alejan los pensamientos por el horizonte de mis desafueros, como las dos volátiles por el de sus revoloteos, y me dispongo a seguir paseando por "El Camino de los Cipreses".
Evocar produce tan extrañas sensaciones en mi ánimo, que, si no fuera por la diosa Olvido que citaba el gran Erasmo en su Elogio a la Locura, acabaría trastornado. ¡Por qué, oh, creador del cielo y de los infiernos del hombre, no hiciste el mundo al revés! ¡Dios mío! Tener el cuerpo veinte años y la mente sesenta, sería la culminación de la obra más perfecta: nacer de la muerte, y morir al nacer. Vivir toda la inmensidad que acumula la experiencia en el enorme potencial de la juventud. Entonces convertiría mis sueños de abuelo en ensueños de nieto, mis ansias de niño en la templanza de anciano, y mis orgasmos sin esperanzas en convulsiones precoces. Aquellas poluciones nocturnas; las sábanas mojadas por fuentes solitarias; los pensamientos prohibidos en acciones permitidas y deseadas... Y las emociones que se perdieron por los ríos de las vergüenzas, habrían desembocado en los mares de la sinceridad.
¡Por qué, oh dioses, habéis hecho el mundo al revés!
¿O es que soy yo el que veo la vida desde perspectivas equivocadas?
Cincuenta años compartiendo la vida con una mujer, me devuelven a la cordura.
¡Cincuenta años luchando la realidad con la fantasía! ¡Dios! ¿Por qué me doy cuenta ahora que mi gran fantasía era mi realidad? La realidad en forma de hembra maravillosa que derramó todas sus meladas en las fauces del que no supo saborearlas, y que hoy succiono con ansias desmedidas, no llegan a mis labios resecos.
Me aterra caminar de la mano de mi inspiración en este viaje sin retorno; es un camino que debo recorrer solo. Mi único bagaje son mis penas y mis alegrías. El camino de la Gloria o del Infierno, se ha de recorrer sin compañía, y presto me hallo a rendir cuentas a quien me las pida. ¡Y juro, que sea quien sea, me va a escuchar!
Si los caminos de Dios son incognoscibles, los míos han sido muy claros y concisos, por eso me concedo la arrogancia de cuando me sean pedidas las cuentas de mi paso por este "mar de dificultades", exigirle al que me las pida, explicaciones de sus despropósitos. Los motivos que tuvo para construir un mundo tan perfecto pero lleno a su vez de tantas imperfecciones. ¡Tanto son los reproches que tengo que hacerle, que me duele el alma por ello!
Me reprimo; estoy entrando en la vía de la soberbia y de la presunción. ¡Quién soy yo para pedir cuentas a nadie! Si en el mundo de mis desvaríos no existen razones ni explicaciones que dar, ¿cómo las voy a exigir al que ha creado lo que se sale de mi entendimiento? El que no comprende debe ser humilde, y rogar al ilustrado que le ilumine con su sabiduría. Esta razón me conforta, y me prometo nunca más caer en el yerro de la prepotencia.
Pero la soledad de esta travesía es deletérea; aventurada a las más terribles torturas de la mente. Es irremediable que en cualquier momento aparezca el final, el precipicio que indefectiblemente te catapultará a las estrellas o los confines del averno, pero, en cualquier caso, a la eternidad, al evo, a la nada o al todo. La duración del tiempo sin término.
Conmueven los cimientos de mis estructuras mentales la idea de llegar sólo a mi destino, pero como apunté antes es irremisible la soledad en este trayecto.
Camino y camino con la esperanza del condenado del reo en la condonación de su pena, y la del enfermo con la curación de su padecimiento, pero desde este momento, abandono mis ilusiones y me refugio en la realidad de lo inevitable. La esperanza me la reservo para después, y si de nada ha de valerme allí, que se quede por esta avenida.
Convencido de que, en la hora de la verdad, no sirven los subterfugios para falsificar la realidad; de que no tengo escapatoria, intento desesperadamente encontrar cual es esa realidad de la vida que, en mis ochenta años de existencia, no ha conseguido descifrar mi caletre, pero desisto al momento; no existe más realidad que la que uno quiera ver; y por muy deformada que se vea, esa es, por muy triste que sea.
Sigo mi viaje cada vez más convencido de que lo voy dejando atrás no merece su regreso, y mi faz se tornasola y acrisola. ¡Cómo he conseguido esa pureza! ¿Quizás el alma ha tomado las riendas de mi mente? Posiblemente el poder de la inteligencia ha llegado a comprender que llegó el momento de ceder los poderes y someterse a lo inevitable. Para nada sirve ya los mecanismos que han hecho posible subsistir en la vorágine de la vida. El talento, la capacidad, la agudeza, la clarividencia, la intuición, la sagacidad y la perspicacia, no sirven absolutamente para nada ya. ¡Qué paradoja! Lo necesario para navegar por la vida sin sobresaltos, son impedimentos que te hacen esta andadura más ardua. ¡Qué liviano me siento al desprenderme de tales lastres!
Liberado de todas las ofuscaciones que me retenían detrás de la verja, afronto la última etapa de mi carrera con tal disposición de ánimo que me conmueven a mí mismo.
¡Qué limpio se ve el cielo sin las borrascas de la mente! ¡Qué dulzura más maravillosa! Siento sin sentir nada, pero siento intensamente todo aquello que me negaba a concebir.
¡Qué maravillosa sensación! Si grande es el milagro de nacer, ¡Sublime es el milagro de morir!
FIN
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