Fui precisamente yo, que
no tengo nombre, quien la sorprendió infraganti en el lugar de los hechos.
Auxilio Lacouture acababa de cometer un crimen atroz y ni siquiera intuyó mi
sombra. Aquella noche de luna llena la pude espiar con total impunidad tras el
ventanuco de su habitación iluminada por una nocturnidad ahíta de excesos y de
insanos augurios. Resplandecía tanto su cabellera rubia platino como su
considerable figura yaciente sobre el diván libanés de baratillo. Hacía tres
horas que había cometido el delito, dos que se había despojado de la gorra
nazi, el abrigo amarillo con fosforescencias sanguina, las botas de media caña
verdes pistacho y, escasamente una hora, que se había lavado minuciosamente su
cuerpo macizo, para borrar de su piel cualquier indicio que pudiese delatarla.
Así que yo, en calidad de amante que exige obediencia, dedicación y absoluta
fidelidad, controlo muy de cerca a esa mujer que atiende todos mis gastos a
cambio de dejarle un sitio en mi casa. Yo que vengo de ascendientes
intelectuales, mecenas y rentistas. Yo que suelo pasearme a caballo por las
extensas propiedades familiares. Yo que me he especializado como coaching en inteligencia emocional. Yo que
oriento y reubico a menores con problemas de conducta. Yo, a esa mujer del
abrigo amarillo, a cambio de colmarla de amor, la dejo que dormite monda y
lironda pegada a mi vera.
A su lado, desnuda,
tendida como cada noche, simulo dormir. Me llamo Auxilio Lacouture y soy
uruguaya de Montevideo. Cuando me visto prefiero la ropa extravagante de corte
militar provocativa y, entre otras muchas cosas, además de la literatura,
siempre me han gustado las emociones fuertes y un tanto turbias. Confieso que
en alguna ocasión, llevada por el morbo, he cometido ciertos actos malsanos;
sin embargo, también hay que decir que casi siempre han sido consecuencia de
los juegos de rol que con cierta asiduidad practico de la mano de esa sombra
china que tengo por amante. El que consigue hacerme feliz desmintiendo todo
aquello que a gritos pregona la báscula. El que me hace ver mi figura de carnes
prietas y apetecibles tan livianas como el merengue que incluye en algunos
juegos de alcoba. El que sigo a pies juntillas y por el cual lo he dejado todo.
El que sabe cómo relajarme y que jamás ha abominado de mí ni de mi cuerpo. Él
es mi dueño, héroe y señor.
Conozco las paranoias de
Auxilio, no en vano yo soy su sicólogo. Mi nombre es Arturito Belano, natural
de Santiago de Chile aunque me he criado entre Méjico, Argentina y España. He
de aclarar sin embargo que el nombre, nacionalidad y antecedentes, me los ha
puesto la impronta novelesca de Auxilio, yo en realidad me llamo Rodolfo
Cienfuegos y soy un sapo mejicano nacido en Ciudad Juárez. Auxilio tampoco es
Auxilio Lacouture, su verdadero nombre es Mariquita Valparaíso y no es de
Montevideo sino de Valencia. Vive con su amante en La Malvarrosa en un cuarto
de terraza pegado a los lavaderos, debajo de los cuales tengo yo mi consulta.
Es una fanática de la obra literaria de Roberto Bolaño y, de su novela
"Amuleto", ha cogido prestada mi falsa identidad, y ella se ha
adornado con el nombre de la protagonista, su nacionalidad y su voz, cuando
dice en la primera página: Podría
decir por ejemplo que yo conocí a Arturito Belano cuando él tenía diecisiete
años y era un niño tímido que escribía obras de teatro y poesía y no sabía
beber, pero sería de algún modo una redundancia y a mí me enseñaron (con un
látigo me enseñaron, con una vara de hierro) que las redundancias sobran y que
sólo debe bastar con el argumento. Este fragmento, siempre que tiene
ocasión, lo recita ante sus conocidos imitando el ademán coqueto de taparse los
labios, como hace Auxilio Lacouture en la novela, para esconder su desdentada
boca. En cuanto al sin nombre que Mariquita tiene por amante, decir que es una
sombra china con manía persecutoria, cuya toxicidad acostumbra a viajar pegada
a la mente de sus víctimas. Se apodera de su libre albedrio como el chamán que
guía, que controla sus voluntades y que las hace actuar al compás de su
personalidad egocéntrica. Hablo de un tipo que gusta de hacerse pasar, entre
otros falsos personajes, por escritor maldito en cenáculos y tertulias
literarias, cuyos autores principales, todos inéditos, jamás pasaron de ser
unos perfectos desconocidos. Allí despliega su juego de espejos y lee en voz
alta la obra ajena que impunemente ha plagiado, reparte saludos, sonrisas,
dedicatorias, peladillas y escapularios de la Virgen del Carmen. Después, harto
de vino canalla e indiferencia colectiva, en el cuarto de terraza donde convive
la pareja introduce a Mariquita en el puro aislamiento de la sociedad podrida,
de la cual según él es necesario alejarse y abominar de ella en el sentido más
grave del término. Según su discurso, aparte de que la culpa es de los otros,
todo el mundo es malo, tanto amigos y conocidos como familiares próximos y
lejanos. Insiste en señalar con su estrategia de asedio que, para preservar el
tesoro de su amor, es necesario alejarse de las malas influencias;
imprescindible dejar un margen suficiente, dice, un vacio innegociable, afirma,
una ruptura sin posibilidad de enmienda. Sostiene de manera reiterada, minuto a
minuto y sin posibilidad alguna de finalizar el discurso, que el amor infinito
que sólo él puede darle merece por parte de ella los mayores sacrificios. Así
que Mariquita ha dejado de lado a su hijo aún adolescente, a sus padres,
hermanos y amistades íntimas, lo ha dejado todo por el capricho de esa sombra
china y, de la noche a la mañana, se ha convertido en su principal proveedor y
única encargada del servicio doméstico. Mariquita lo viste, le da de comer y le
compra cuanto pide. Lo último una cámara para poder filmar cintas y más cintas de
video, cuyo único argumento es el laberinto del juego de rol en el cual hace
entrar a su pareja vestida con la indumentaria de Terminator que, como cada noche, le exige que
venga en mi busca para ahogarme en el cubo de agua que tiene tras la puerta del
cuarto de terraza, donde la sombra china rueda desde todos los ángulos posibles
e imposibles, escena tras escena de su largometraje sobre la ejecución por
asfixia de un sapo licenciado en sicología por la Universidad Autónoma de
Ciudad Juárez. Graba imagen tras imagen de mi brillante graduación y posterior
caída abismal. Tomas y contra tomas de aquello que fui y en qué me he
convertido al socaire de su nocturnidad discursiva de bajo perfil y, sin
embargo, eficaz en el caso de las ánimas benditas que caen en su red. La
indemnidad que proporciona a la sombra china el ímpetu para acometer en nombre
de la culpa que, noche tras noche, inocula a sus víctimas, a las cuales
pretende hacer pagar el puñado de frustraciones y envidias que le acompañan. Yo
no he sido siempre un sapo. Quizás soy en exceso simple y por ello he de pagar
mi culpa. He de pagar por haber sido universitario, por conocerle ejerciendo yo
de sicólogo, por mi carrera cinematográfica bajo su magisterio he de pagar. Con
todo, me esfuerzo en la interpretación del personaje que me ha encomendado,
procuro hacerlo verosímil ante el ojo de la cámara y, sobretodo, estoy muy
atento a su voz de ¡Acción! El vocablo que muestra la realidad de aquello que
no debería suceder y, sin embargo, sucede. Ocurre mientras su voz imperativa
reclama ¡Silencio! Y añade: ¡Motor! Sucede noche tras noche en la hondura
liquida. Sucede pasado un tiempo cuando Mariquita siente en su mano mi cuerpo
de sapo inerte. Sucede que me deja ir a pesar del castigo con el que habrá de
pagar la falta. Sucede, insisto, que en ese instante de desacato, en ese
espacio-tiempo de pura libertad, sin ofrecer resistencia me dejo elevar
ingrávido, lentísimamente, cinematográficamente, camino de la gloria. Con lo
cual la sombra china ordenará ¡Corten! Así que una vez eliminadas las pruebas
del delito e indicios que pudiera aportar luz a la investigación de los hechos
y, de haberme dejado exhausto bajo el lavadero, Mariquita Valparaíso derramará
su humanidad sobre el diván libanés de medio pelo y esperará dormitando a la
vera de su amante, dueño y señor a que llegue el día en que el Universo, que es
un todo ordenado bajo el gobierno de la justicia, donde no existe crimen sin
castigo ni buena acción sin recompensa, ponga fin a tanto extravío y muestre
por fin, aunque sea en un incontenible espasmo, imagen tras imagen de vídeo al
ralentí de ese sin nombre, atrapado en el ámbar de su propia ínsula.
Autor: Ramon Freixenet Estol
El maltractador igual que un cuc maligna i remot acaba atrapat a l'àmbar del seu pròpia aïllament.
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