jueves, 2 de julio de 2015

14. NUEVE TUMBAS, por FRANCISCO BAUTISTA GUTIERREZ

                        Nueve tumbas. En el cementerio, cercanas al acantilado bajo el que golpea el mar sin consideración alguna hacia la gente que descansa eternamente. Falta un muerto para completar la dotación del barco que como un cascarón, naufragó. Solo un superviviente al que nadie habría echado en falta. Paradojas de la vida y de la muerte que se lleva a todos sin distinción, sin preocuparse en absoluto de hijos o padres que llorarían sin que nadie les pudiese facilitar consuelo alguno.
            Al hombre de mar, el que debería ocupar el espacio que queda hueco, le sube por su cuerpo el rumor de las olas golpeando sin piedad las rocas y todo tipo de habitantes de ellas, mejillones, erizos, algunos percebes, animales como el que él ha cogido a lo largo de su vida, luchadores por sobrevivir en medio de depredadores anónimos, conocidos,  no obstante por algunos de ellos.
                        En absoluta soledad, con la gorra calada y las manos en los bolsillos, recuerda sus días en la mar dejándose llevar y balanceándose al  antojo de unas olas manejadas por los vientos y las corrientes, indiferentes a sentimientos y deseos.
                        El faro deslumbrante destella, aparece y se oculta lo que viene a decirle que aún no ha amanecido y sin embargo, el hombre ya está  mirando el horizonte, oscuro pero perceptible a la mirada del lobo de mar, título conseguido después de cerca de cincuenta años batallando con aparejos, anzuelos y redes, sintiendo en sus manos la vida y muerte de los peces, como hará el destino con su vida, una vida de solitario, ausente de todo y aceptando que peor que sentirse solo,  es saber que nadie se interesa por él.
                        Por eso, baja y se acerca al mar, busca la mano de Dios y se moja, como una caricia toca las olas,  tratando de congraciarse,  aunque sabe que el mar es muy duro, que no se deja acariciar y es muy difícil engañar con palabras que suenan la mayoría de las veces falsas, ya está cansado de promesas y salpica al hombre que abandona las rocas para caminar hacia la playa que cercana está llena de lo que trae el verano, chiringuitos, conchas y algún que otro cangrejo vigilando que nadie ocupe sus dominios.
                        Diez años allí, viviendo en una casa vieja  con muebles que se le están rompiendo y a los que no va a sustituir, una vida que se le hace larga, pesada, con hambre de peces y libertad en medio de la noche, sin mas compañía que el sonido del motor y el del carrillo izando las redes, sin mas palabras que las imprescindibles entre unos hombres que no necesitan hablar para decir de sus sentimientos, de sus ideales y esperanzas.
                        Su mundo está debajo de las olas, entra los pies en el agua y siente como el corazón le llega a la garganta cuando sube la marea, esperanzado de que haya llegado el momento en que le llaman para dejarse poseer, pero no lo hace, las olas blanquean la arena y se olvidan del hombre y del espacio que le espera para cavar su tumba.
                        Abandona la playa y camina en silencio hacia su casa, buscando un futuro que le va a llegar en forma de infarto, que le dejará en cualquier rincón a la espera, de que alguien, algún día se de cuenta que la tumba número diez sigue vacía.

FRANCISCO BAUTISTA GUTIERREZ

No hay comentarios:

Publicar un comentario