jueves, 2 de julio de 2015

13. El empleo del Rey Baltasar, por Salvador Robles Miras

"Provi Miras Flores"

El niño David Santamaría estaba dispuesto a quemar las naves de la niñez en la noche de Reyes de aquel aciago año en el cual su familia había tocado el fondo del fondo. Tumbado en el suelo de la habitación, con la cabeza asomada por un resquicio de la puerta, espantando al sueño con enérgicos frotamientos de los párpados y esporádicas exhortaciones a lo mejor de sí mismo, logró la hazaña de permanecer despierto hasta las dos de la madrugada, hora en que por fin vio una silueta inconfundible cruzar sigilosamente el pasillo. Era el ilustre visitante que esperaba. En cuanto el recién llegado se adentró en el salón comedor, David, con los pies descalzos para no hacer ruido, se dirigió de puntillas al vestíbulo, echó el doble cerrojo a la  puerta de la calle y ocultó las llaves detrás de la estatua del Sagrado Corazón de Jesús que, adosada a la pared, lanzaba continuas bendiciones a los moradores de la casa, a los visitantes también. Culminada la primera parte de su elaborado plan, David se encaminó hacia el salón  decidido a culminar su obra.
-Buenas noches, Baltasar.
Al monarca de Oriente, del susto, se le blanqueó fugaz y súbitamente la negrura del  rostro.
-¡David!
-¿Me conoce?
-Pues claro que te conozco. Los Reyes Magos sabemos los nombres de todos los niños.
-Mejor así. Entonces, seguramente también sabrá que este año no deseo que deje ningún juguete a mi nombre.
-¿Nada de nada?
-¿No le ha llegado mi carta?  Se la escribí hace dos semanas y ahí le explicaba por qué renunciaba a los juguetes.
-Pensaba que la había leído, pero, escuchándote ahora, deduzco que debieron de darme otra.  Tendré que reprender a mi nuevo paje. No es el primer error que comete en estas accidentadas Navidades.  Sin ir más lejos, ayer me entregó la carta escrita supuestamente por un niño muy enfermo, y en el texto comprobé que en realidad me había dado la misiva de una chica que, a sus doce años, agárrate que vienen curvas, me pedía que le arreglara los pechos  esmirriados que deslucían su figura.
-Está bromeando.
-Te aseguro que es verdad.
-Lo mío no es broma, pero lo parece, y de mal gusto. Como no ha recibido mi carta, le repetiré de palabra lo que le dije por escrito: No quiero ningún juguete, este año, no.  
-¿Las videoconsolas son juguetes para ti?  -inquirió Baltasar sin poder disimular su inquietud.
-Las videoconsolas son máquinas, pero tampoco quiero ninguna, me arreglaré con la que tengo.
El rey negro, que extrañamente parecía blanco, exhaló un estruendoso suspiro de alivio.
-¿No querrás que te dé dinero? –musitó, al cabo de unos segundos, entornando los ojos, como si le avergonzara plantear semejante pregunta a un niño de la categoría de David Santamaría.
-Tampoco. Lo único que le pido es que encuentre empleo a mis padres que, además, se han separado recientemente. Él trabajaba en un periódico; ella, de maestra en un colegio religioso. Casi al mismo tiempo, por la dichosa crisis, los dos se han quedado en el paro.
David reprimió un sollozo.
-Pero, hijo mío, lo que me pides es un imposible incluso para Baltasar, el rey más mago de todos los reyes magos. Mis competencias no llegan a tanto. Nosotros, como deberías saber, nos dedicamos al reparto de regalos contantes y sonantes; el mercado laboral no es de nuestra incumbencia. Si lo fuera, nos convertiríamos en unas piezas más de la maquinaria de la sociedad mercantilista. Y lo nuestro es otra cosa, lo nuestro es lo intangible: la ilusión.
-Pues esta noche tendrá que serlo, Baltasar, aunque se arriesgue a perder su magia. Lo siento mucho, pero he cerrado la puerta de la calle con doble cerrojo, y sólo la abriré cuando me prometa que hará todo lo que esté en sus manos para cumplir mi petición. Y si me lo promete, mis padres dejarán de estar en el paro. Seguro que sí. Usted es el Rey Baltasar. La ilusión de mis padres ahora es la de trabajar.
-Puestos a pedir, David, me extraña que no me hayas pedido la reconciliación de tus padres.
-No se lo pido, rey Baltasar, porque creo que es mejor para ellos que sigan separados.
-¿Por qué? –preguntó el monarca negro sin disimular el impacto que le habían causado las últimas palabras pronunciadas por el niño.
-Vaya pregunta. Porque antes, cuando vivían juntos, cada dos por tres se ponían a discutir,  Y las personas que se quieren no discuten por cualquier tontería, ¿a que no, Baltasar?
-No, David –dijo el Rey Mago en un susurro, hincando la barbilla en el pecho, como si de repente le embargara la vergüenza.
 En los siguientes minutos, Baltasar,  haciendo gala de la verborrea típica del periodista que ha escrito durante años críticas literarias en el suplemento cultural de un diario de tirada nacional,  intentó persuadir al chiquillo de que le abriese la puerta, ya que el tiempo apremiaba; pronto amanecería y le quedaban bastantes regalos por entregar en la vecindad. Pero no hubo manera de convencer a David. O promesa solemne de empleo remunerado para su padre y su madre, o reclusión hasta el alba.
Baltasar, cuyo sudor, copioso, empezaba a trazar surcos claros, como ríos lácteos, en su semblante oscuro, decidió variar de táctica.
-¿Tú crees que yo, el rey Baltasar, esta noche estoy trabajando?
-Por supuesto que está trabajando.  
-Removeré Roma con Santiago para que tu madre encuentre pronto empleo en otro colegio. Te doy mi palabra, que es lo más valioso que tengo.
-¿Y qué me dice del empleo de mi padre?
Por toda respuesta, Baltasar se humedeció las manos y se las pasó por las mejillas negruzcas.
-¡Papá!
-Y, ahora, David abre la puerta antes de que se despierte tu madre. Rápido. Tengo mucho trabajo. 

Autor: Salvador Robles Miras

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