Al llegar a la vejez con el cuerpo maltrecho y la piel ajada
por el paso de los años empiezas a sufrir los achaques propios de la edad y te
percatas qué deprisa ha pasado la vida. Tempus fugit (el tiempo huye
inexorablemente), escribía el poeta Virgilio. Se desvanece más rápido que el
agua se escurre de entre nuestros dedos.
Si debes permanecer un día sin comer nada por prescripción
facultativa, te armas de paciencia. No te queda otro remedio que obedecer las
indicaciones del médico y se acaba por valorar mucho más un plato de sopa o una
simple manzana. Cuando estás sentado en la sala de espera de un hospital por
algún tema de cierta consideración, deseas salir pronto para seguir disfrutando
de los pequeños placeres de la vida cotidiana que te hacen feliz como conducir
el coche, tomar una cervecita con los amigos o ver un partido de fútbol.
Si te han ingresado por una enfermedad de pronóstico
reservado (eufemismo de gravedad), abrumado por la desazón, sientes una
repentina ilusión por vivir. Una retahíla de recuerdos hierve en tu cerebro
mientras suspiras por contemplar una vez más el amanecer, cuando el sol refleja
una gama de matices dorados y rojizos sobre la bruñida superficie del mar o el
crepúsculo entre las montañas del horizonte. Sin embargo, tan pronto recibes el
alta, sales pitando y te olvidas de los planes de futuro que habías hecho.
Pero si estás postrado sobre una litera rodeado de toda la
farándula y parafernalia médica, esperando turno para entrar en el quirófano
por una causa grave, agobiado por la sensación de zozobra, entonces descubres
nimiedades que te gustaría repetir, trivialidades sencillas pero maravillosas
de las que gozarías en aquel momento, como regodearte con la caricia de un
nieto, con la sonrisa de un hijo o sentir como tu corazón late con fuerza junto
a la mujer estimada. Apesadumbrado, por si sales de tal apuro, haces un listado
de las cosas que te hacen soñar y aún no has hecho, de los asuntos pendientes
que quizá nunca llegarás a realizar, pero que sirven para levantar la moral.
Intuyes que algo no funciona demasiado bien. Cuando te
explican tu situación con todo lujo de detalles, tardas en reaccionar, pero una
vez asimilada la noticia, notas que tu mundo se derrumba, que las ilusiones se
desvanecen como por ensalmo... Y al comprender que no puedes controlar lo que
te espera, la angustia y la frustración se apoderan de ti. La verdad, aunque
amarga, siempre es mejor que una mentira piadosa disfrazada bajo una pátina de
dulce apariencia.
Según el temperamento de cada cual, te obstinas en una
actitud de rebeldía frente al aciago destino que te aguarda. Asustado por la
falta de esperanzas, no es suficiente soslayo derramar un torrente de lágrimas
que surcarán tus mejillas. Tratas de buscar consuelo... Si crees en algo, ya
sea en el azar o en la Providencia, recitas una plegaria al mismo tiempo que le
confiesas que tienes unas ganas locas de vivir.
Durante la convalecencia previa a una delicada operación,
piensas qué harías según la estación del año, tal como aspirar la fragancia del
campo durante la primavera, sentarte perezosamente a leer el diario sobre la
arena de una cala solitaria en verano, observar la lluvia del otoño o
permanecer junto al amor de las llamas de una chimenea en invierno. Zarandeado
por la desventura, no quieres rendirte a la adversidad. De hecho, mientras
luchas contra el dolor y el sufrimiento, acongojado por un negro presagio, te
dices que aún no ha llegado tu hora, te niegas a viajar al Más Allá. El hecho
característico que diferencia al héroe del cobarde, es el talante que dicha
persona adopta en su particular enfrentamiento con la Dama Oscura de afilada
guadaña, en cómo afronta el tortuoso camino hacia lo que es inevitable.
Ojalá pudieras librarte de tanta desgracia. Deploras tu mala
suerte, pero finalmente acabas por resignarte. Al fin y al cabo, el viento del
olvido se lo lleva todo, igual que su homónimo del otoño arrastra la hojarasca
de los árboles año tras año. James Joyce decía en una de sus obras: "los
seres vivos van desapareciendo como la nieve a medida que mueren para
convertirse en simples recuerdos".
Dramas así se repiten a diario en todas partes. Y otros
mucho peores. Son tragedias aterradoras que sólo pueden captar en su amarga y
verdadera dimensión sus desdichados protagonistas. Esa es la cruda realidad que
tarde o temprano acaba por afectar a todo el mundo. Pese a ello, seguimos
comportándonos de una manera estúpida e irresponsable. La soberbia es el pecado
que provocó la expulsión del paraíso del ángel Lucifer y su caída al infierno.
La insensatez radica en imaginar que siempre nos espera un porvenir halagüeño,
sin ser conscientes de nuestras deficiencias y de nuestra naturaleza caduca. La
vanidad del hombre consiste en creer que puede encontrar una forma de vencer a
la muerte, de engañar al reloj biológico haciendo que sus agujas retrocedan y
evitar así el tañido final de sus campanas.
Así pues, dado que el tiempo es huidizo y no se para ni un
instante, el mejor consejo es sacar todo el jugo posible a la aventura de la
vida. Sí, Carpe diem. Es preciso seguir la recomendación de los
clásicos y disfrutar de cada instante de la breve existencia, gozar del camino,
aunque sea cuesta arriba. Si no lo haces, recuerda que pronto tendrás razones
para lamentarlo.
Pseudónimo: David
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