jueves, 2 de julio de 2015

26. LA LUZ PÁLIDA, por CARMEN SERRANO AYUSO

Los días pasaban con una frecuencia no anunciada. La tristeza la invadía.
Laura recordaba aquellos días en Leningrado. La luz siempre pálida sobre el Neva trazaba las sombras de las noches blancas que nunca acaban.
Bajó las escaleras hasta el patio y se acercó a la vieja fuente. Todo se consumía en el recuerdo.
Las noches se le hacían interminables. Con una voluntad prestada subió a su habitación. El piano la esperaba. Era su amigo fiel.
Una tarde de otoño Laura recibió una llamada de Alexander. Él le mostro sus ganas de verla, pero ella no se atrevió a confesarle las suyas.
Aquella noche, antes de irse a dormir descubrió en un cajón el diario de su abuela. Desde aquel día no dejó de leerlo.
Se acercó a la ventana. La hiedra ascendía por la pared como si quisiera llegar hasta ella para cubrirla y protegerla.
A medida que avanzaba en el diario se reconocía a ella misma en la vida de su abuela. La historia parecía repetirse.
Llegó el invierno. Los árboles parecían buscar alguna hoja para cubrirse mientras la hojarasca se mezclaba con la tierra de aquel otoño acabado.
Laura reconocía que en Villa Joana estaba bien. Era una posesión familiar centenaria, situada a las afueras de un pueblo de Mallorca. Las paredes encaladas reflejaban una luz siempre clara. Los ocres perfilaban las ventanas, las puertas y los balcones de la casa. La piedra le daba la quietud necesaria.
Laura sintió las campanas de la iglesia. Su madre había ido a misa como todos los domingos. Su padre estaba fuera por los negocios de las viñas.
Un día cuando Laura leía el diario de su abuela, una frase la conmovió:
"Como la hiedra aferrada al destino"…siguió leyendo: "Algunas ciudades como Leningrado han sido devastadas…¡cuántos recuerdos!..."
Su abuela también había estado en Leningrado.
Bajó las escaleras y se acercó al jardín para coger el correo. Cuál sería su sorpresa: había una carta de Alexander. Casi temblando la abrió. Al leerla sintió que el corazón le palpitaba con fuerza. Decía: "Laura, te quiero. ¡Deseo tanto verte! Perdóname."
Alexander estaba casado y esta vez se había dejado llevar por el amor y parecía que ya no podría volver atrás.
Una mañana fría  y casi inmóvil Laura miró tras la ventana y entre el paisaje distinguió un coche que al acercarse le era conocido. Bajó y caminó hasta la puerta de entrada. Era Alexander. Quiso abrazarla pero ella se negó diciéndole que todo había acabado. Alexander se alejó.
Laura lloró todo el día. Un frío generoso la recorría. Se deshacía en la debilidad de este amor imposible.
Subió al desván y cogió el diario de su abuela. Leyó: "Él me ama. Creo que estoy embarazada."
Laura le dijo a su madre que había visto a Alexander y acto seguido cayó al suelo desmayada. La madre la acompañó hasta su habitación. Le dijo que era mejor así y que no debía volver a verlo.
Laura, tras recuperarse, recordó algunas frases del diario y se preguntó si ella estaría también embarazada. Pensaba en el día que conoció a Alexander en aquel concierto, en Leningrado. Desde aquel día no dejaron de  verse. Se comunicaban con tanta facilidad.
Los días pasaban lentamente. Los árboles se desnudaban con impaciencia.
Se confirmó su embarazo.
Cada noche subía al desván y leía: "Mi vientre no tiene espera…he recibido una carta de él diciendo que su mujer está muy enferma y que no nos podremos ver". Tendré yo sola a mi hija."
Laura pensó que ella haría lo mismo. Criaría ella sola a su hija y no le diría nada a él.
Pero un día Alexander volvió, y esta vez la sorprendió sentada en el jardín. Pudo ver que estaba embarazada. Él le dijo que por qué no se lo había dicho, que la quería y que pensaba separarse de su mujer. Después de hablar, Alexander se fue con la promesa de que los tres estarían juntos para siempre.
Laura subió a su habitación y en el espejo vio su perfil creciente y le pareció que algo así sólo el amor lo había podido concebir.
Nació su hija. Tenía la piel blanca y rosada como la de la madre.
Cuando volvió a Villa Joana, una noche subió al desván y acabando ya el diario vió un cambio  de letra. Leyó: "Ella y mi hija tuvieron un accidente cuando salieron a mi encuentro. La niña se salvó."
Su madre nunca le había dicho cómo había muerto la abuela. No le gustaba hablar de ello.
La primavera había hecho volver a las golondrinas. Sus vuelos alegres y repetidos celebraban ese abril naciente. El verde lo cubría todo. Las buganvillas comenzaban a florecer y a mirarse en las aguas del estanque del jardín.
Por una llamada de Alexander supo que ya estaba todo resuelto. El verano  lo pasarían en Villa Joana y después ya decidirían donde vivir.
Alexander llegó en avión y Laura quiso darle una sorpresa saliendo a su encuentro. Se dirigió hacia el aeropuerto con su hija en el asiento trasero del coche. Laura miraba los naranjos floridos. Era feliz.
Mientras conducía pensaba en el reencuentro de sus abuelos y presagió que algo podía ocurrir. Un escalofrío la recorrió. No podía ser. Un coche en dirección contraria se le venía encima. Giró el volante bruscamente y perdió el conocimiento.
Despertó en una clínica y preguntó por su hija. Alexander le dijo que había tenido mucha suerte.
Ese verano reinó con plenitud, y juntos recordaron las noches blancas en Leningrado bañadas por aquella luz pálida.

Carmen Serrano Ayuso

No hay comentarios:

Publicar un comentario