Los días pasaban con una
frecuencia no anunciada. La tristeza la invadía.
Laura recordaba aquellos
días en Leningrado. La luz siempre pálida sobre el Neva trazaba las sombras de
las noches blancas que nunca acaban.
Bajó las escaleras hasta el
patio y se acercó a la vieja fuente. Todo se consumía en el recuerdo.
Las noches se le hacían
interminables. Con una voluntad prestada subió a su habitación. El piano la
esperaba. Era su amigo fiel.
Una tarde de otoño Laura
recibió una llamada de Alexander. Él le mostro sus ganas de verla, pero ella no
se atrevió a confesarle las suyas.
Aquella noche, antes de irse
a dormir descubrió en un cajón el diario de su abuela. Desde aquel día no dejó
de leerlo.
Se acercó a la ventana. La
hiedra ascendía por la pared como si quisiera llegar hasta ella para cubrirla y
protegerla.
A medida que avanzaba en el
diario se reconocía a ella misma en la vida de su abuela. La historia parecía
repetirse.
Llegó el invierno. Los
árboles parecían buscar alguna hoja para cubrirse mientras la hojarasca se
mezclaba con la tierra de aquel otoño acabado.
Laura reconocía que en Villa
Joana estaba bien. Era una posesión familiar centenaria, situada a las afueras
de un pueblo de Mallorca. Las paredes encaladas reflejaban una luz siempre
clara. Los ocres perfilaban las ventanas, las puertas y los balcones de la
casa. La piedra le daba la quietud necesaria.
Laura sintió las campanas de
la iglesia. Su madre había ido a misa como todos los domingos. Su padre estaba
fuera por los negocios de las viñas.
Un día cuando Laura leía el
diario de su abuela, una frase la conmovió:
"Como la hiedra
aferrada al destino"…siguió leyendo: "Algunas ciudades como
Leningrado han sido devastadas…¡cuántos recuerdos!..."
Su abuela también había
estado en Leningrado.
Bajó las escaleras y se
acercó al jardín para coger el correo. Cuál sería su sorpresa: había una carta
de Alexander. Casi temblando la abrió. Al leerla sintió que el corazón le palpitaba
con fuerza. Decía: "Laura, te quiero. ¡Deseo tanto verte! Perdóname."
Alexander estaba casado y
esta vez se había dejado llevar por el amor y parecía que ya no podría volver
atrás.
Una mañana fría y casi
inmóvil Laura miró tras la ventana y entre el paisaje distinguió un coche que
al acercarse le era conocido. Bajó y caminó hasta la puerta de entrada. Era
Alexander. Quiso abrazarla pero ella se negó diciéndole que todo había acabado.
Alexander se alejó.
Laura lloró todo el día. Un
frío generoso la recorría. Se deshacía en la debilidad de este amor imposible.
Subió al desván y cogió el
diario de su abuela. Leyó: "Él me ama. Creo que estoy embarazada."
Laura le dijo a su madre que
había visto a Alexander y acto seguido cayó al suelo desmayada. La madre la
acompañó hasta su habitación. Le dijo que era mejor así y que no debía volver a
verlo.
Laura, tras recuperarse,
recordó algunas frases del diario y se preguntó si ella estaría también
embarazada. Pensaba en el día que conoció a Alexander en aquel concierto, en
Leningrado. Desde aquel día no dejaron de verse. Se comunicaban con tanta
facilidad.
Los días pasaban lentamente.
Los árboles se desnudaban con impaciencia.
Se confirmó su embarazo.
Cada noche subía al desván y
leía: "Mi vientre no tiene espera…he recibido una carta de él diciendo que
su mujer está muy enferma y que no nos podremos ver". Tendré yo sola a mi
hija."
Laura pensó que ella haría
lo mismo. Criaría ella sola a su hija y no le diría nada a él.
Pero un día Alexander
volvió, y esta vez la sorprendió sentada en el jardín. Pudo ver que estaba
embarazada. Él le dijo que por qué no se lo había dicho, que la quería y que
pensaba separarse de su mujer. Después de hablar, Alexander se fue con la
promesa de que los tres estarían juntos para siempre.
Laura subió a su habitación
y en el espejo vio su perfil creciente y le pareció que algo así sólo el amor
lo había podido concebir.
Nació su hija. Tenía la piel
blanca y rosada como la de la madre.
Cuando volvió a Villa Joana,
una noche subió al desván y acabando ya el diario vió un cambio de letra.
Leyó: "Ella y mi hija tuvieron un accidente cuando salieron a mi
encuentro. La niña se salvó."
Su madre nunca le había
dicho cómo había muerto la abuela. No le gustaba hablar de ello.
La primavera había hecho volver
a las golondrinas. Sus vuelos alegres y repetidos celebraban ese abril
naciente. El verde lo cubría todo. Las buganvillas comenzaban a florecer y a
mirarse en las aguas del estanque del jardín.
Por una llamada de Alexander
supo que ya estaba todo resuelto. El verano lo pasarían en Villa Joana y
después ya decidirían donde vivir.
Alexander llegó en avión y
Laura quiso darle una sorpresa saliendo a su encuentro. Se dirigió hacia el
aeropuerto con su hija en el asiento trasero del coche. Laura miraba los
naranjos floridos. Era feliz.
Mientras conducía pensaba en
el reencuentro de sus abuelos y presagió que algo podía ocurrir. Un escalofrío
la recorrió. No podía ser. Un coche en dirección contraria se le venía encima.
Giró el volante bruscamente y perdió el conocimiento.
Despertó en una clínica y
preguntó por su hija. Alexander le dijo que había tenido mucha suerte.
Ese verano reinó con
plenitud, y juntos recordaron las noches blancas en Leningrado bañadas por
aquella luz pálida.
Carmen Serrano Ayuso
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