MARGARITA DIJO NO
Margarita vivía en una pequeña aldea a la que aún no había llegado la electricidad, por lo que en cuanto anochecía, la casa familiar se llenaba de un constante olor a cera quemada. Tampoco había agua corriente, había que acarrearla con calderos y cántaros desde la fuente que había en mitad de la cuesta que conducía a la plaza. No había baño. En el interior de la casa, un patio cubría toda la planta baja. Allí correteaban las gallinas y sus excrementos se mezclaban con los de los habitantes de la casa.
Margarita era la mayor de una familia numerosa. Tal vez por ello, o por ser mujer, las faenas de la casa recaían mas sobre ella que sobre el resto de sus hermanos, todos ellos varones . Era tan pobre como bonita y trabajadora.
Llegaron las fiestas locales, y en la plaza unos músicos trataban de animar la noche con sus pasodobles. Los matrimonios bailaban recordando ellos, como en sus tiempos de soltería aprovechaban la verbena para pedir un baile a la chica que les gustaba y cuando aceptaba, disimuladamente ir dejando caer la mano por la espalda de ella hasta posarse en ese sitio en el que pierde su nombre. Ellas, rememoraban como, con una sonrisita pícara en los ojos, les cogían el brazo y lo alzaban hasta la cintura.
Cuando Margarita terminó sus quehaceres, se acercó a la plaza en busca del relajo que bien merecido tenía. Allí lo vio…o se vieron, porque cuando sus miradas se cruzaron, un escalofrío recorrió las espaldas de ambos, y los dos supieron que no iban a querer separarse el uno del otro, que sus vidas iban a estar siempre unidas. Vicente era de alta cuna, Margarita de baja cama.
Ella libre de convencionalismos. Vicente atado al yugo materno quien decidió que ella no era suficiente para su hijo, pues durante el poco tiempo que le quedaba libre, Margarita ayudaba a la economía familiar con la venta ambulante. Vendía desde jaboncillos en trozo para lavar la ropa hasta chucherías para los niños del pueblo.
Vivieron su amor a escondidas con el furor y lo locura de los adolescentes, aunque ya no lo eran tanto. Llegó el primer embarazo, y ella fue señalada como solo sabía hacerlo la rancia sociedad de principios del siglo XX.
Tiró para adelante y llegó el niño. Le llamó Alfredo.
Al primero siguió el segundo a quien tuvo que dejar en los Servicios Sociales para que lo dieran en adopción. Ella sola no podía criar a los dos pequeños y Vicente seguía prisionero del yugo materno y los convencionalismos del pueblo, aunque eso no le impedía seguir buscando a Margarita para vaciar en ella su cobardía. La tercera fue una niña, y en contra del parecer de la gente de su entorno, quiso quedársela. La llamó Esther.
Tan complicada debió parecerle a la niña la vida que le esperaba, que tomó el camino sin retorno que la llevó al cielo.
La situación familiar de él seguía tan inamovible como el deseo de ella por luchar por el hombre de su vida y siguió entregándose a Vicente sin condiciones. Para cuando nació el cuarto, algún niño mas habían engendrado sus entrañas pero habían malnacido antes de tiempo.
Y el cuarto llegó para quedarse.
Le llamó José María como el hombre que hubiera debido de ser su suegro.
Pensó que así tocaría su corazoncito y darían luz verde para que Vicente y ella pudieran formar un hogar junto a los dos hijos que había conservado.
No tuvo suerte Margarita. Le robaron hasta el derecho de verlo a escondidas.
Obligaron a Vicente a abandonar el pueblo.
Tuvo ella que sacar adelante a sus hijos con la cabeza alta, los puños prietos y el orgullo en sus ojos.
Pero ahora tenía un gran apoyo. Alfredo ya tenía 13 años cuando nació su hermano y ayudaba al sostenimiento de la casa. Cuando Mari contaba escasos 12 años aceptó su primer trabajo. Fue pastor. A cambio de unas perras chicas iba a cuidar las ovejas del vecino del pueblo que lo requiriera. En sus ratos libres llevaba a su madre por los pueblos vecinos para vender sus productos montados en una bicicleta destartalada.
En uno de esos viajes conoció "a la chica más guapa del pueblo"
Así definió siempre a Angelines quien no pudo resistirse a sus encantos y acabó convirtiéndose en su esposa.
Margarita dejó la venta ambulante. Ya era mayor para esos trotes, y se fue a la ciudad a servir de criada en casas de gente adinerada.
Nunca ocultó su condición de madre soltera ni fue un hándicap para encontrar trabajo. Quien conocía su historia, admiraba su valor y envidiaban no haber sentido un amor tan intenso y desmesurado como el que sintió Margarita.
Los años pasaban…ya era abuela, y Vicente lo sabía.
Había permanecido soltero toda su vida añorando un amor por el que no fue capaz de luchar, por su falta de valor y por su temor a pasar penurias económicas
En el ocaso de su vida Vicente volvió al pueblo a buscarla y pedirle que se casara con él.. Sus padres ya habían muerto y él necesitaba una mujer que le atendiera en su madurez.
Margarita pidió consejo a sus hijos. Mari le dio plena libertad para que hiciera lo que creyera conveniente. No quiso interferir en el corazón de su madre .
Alfredo fue tajante: Le recordó lo que ella había sufrido porque Vicente no se responsabilizaba de los hijos comunes, las penurias que habían pasado y la vergüenza que él había sentido de niño al ver las miradas furtivas y los cuchicheos de los vecinos que tan pronto la compadecían como criticaban su desvergüenza.
Margarita dijo NO y nadie sabe cuánto le costó negarle el consuelo a quien había sido durante tantas décadas el hombre de sus sueños.
Al poco tiempo Vicente se casaba con una señora de la cual solo esperaba que mantuviera limpia la casa, le diera conversación en las noches solitarias y le atendiera cuando enfermara.
Dos años más tarde, Margarita murió .
Su cuerpo deteriorado por el excesivo trabajo que había tenido que realizar durante toda su vida no pudo seguir en pie. A su corazón le faltaba el motivo que durante tanto tiempo le había impulsado para seguir latiendo.
Él estaba con otra… No le mereció la pena seguir viviendo.
Vicente acabó sus días en la comodidad de su casa, bien atendido, como lo que siempre fue, "un señorito" nadando en la abundancia
Cuando murió , su mujer heredó unas propiedades y un capital que deberían haber pertenecido a otra. No mereció a la hembra que le había dedicado su vida, que se había enfrentado al pueblo, a la iglesia y a su familia por amor a él.
Margarita… demasiada mujer para un pelele tan egoísta y cobarde
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