jueves, 30 de junio de 2016

4. UN DIA (CASI) PERFECTO - JOSE SANCHIS CISCAR

UN DIA (CASI) PERFECTO.-
Hacía tiempo que Luis y Nati se dedicaban a mirar en los escaparates de las inmobiliarias las distintas ofertas de apartamentos y chalets. Estaban enamorados de la zona y ahora podían conseguir una buena financiación para comprar algo que les convenciera. Junto al paseo marítimo lo encontraron. Un adosado en una pequeña urbanización, con piscina comunitaria y unas vistas preciosas al mar entre los dos cabos. El precio, muy interesante. Sus propietarios alemanes querían volver a su país y estaban ofertándolo  en pleno invierno casi regalado.
Se dieron cuenta de que eran los únicos españoles de la urbanización. Rodeados de pensionistas suizos, belgas, ingleses y alemanes. Era un aspecto que les encantó. No les faltaba mucho para jubilarse y estaban convencidos de que aquel sería un destino perfecto para su retiro.
Enseguida se hicieron amigos del matrimonio suizo del adosado de la esquina. Los dos daban clases de castellano y su contacto les permitía practicar el idioma. Además, estaban forrados. Continuamente los invitaban a comer y en su casa tenían una bodega  muy bien surtida. Él era un entendido en vinos españoles y al juntarse siempre encontraba la excusa perfecta para abrir una botella tras otra.
Ese día realizaron una excursión a un valle del interior donde había un buen restaurante en un hotel de montaña. Nada más llegar, las mujeres salieron a pasear por un caminito que bordeaba un barranco precioso. Ellos fueron directamente a por faena.
 Con un aperitivo de embutidos y aceitunas del país cayeron las primeras botellas de blanco de Verdejo. Excelente!.
A la hora de comer empezaron con unos entrantes a base de  "esgarraet" y pericana. Habían reservado un arroz al horno que resultó espectacular y con él no tuvieron más "remedio" que beberse tres botellas de tinto, dos Riojas y un Ribera del Duero. Sublimes!
 Para acompañar los postres, pidieron un moscatel de la Marina, el mismo que sirvieron en la boda real. Catando y saboreando se hicieron con la botella entera. Delicioso!.
El regreso bajando de la montaña por las peligrosas curvas resultó estremecedor. El suizo conducía el coche nada más terminada la comida con la nariz más roja que un tomate del Perelló.  Suerte tuvieron de no encontrarse con la Guardia Civil.
Al llegar, sanos y salvos, les invitaron a su casa. Era media tarde. Una hora perfecta para probar un surtido de quesos suizos que siempre tenían a mano. Empezaron con unos suaves que acompañaron con vino blanco de su país, nada del otro mundo. Cuando llegaron a los más curados, sacó de su bodega una botella de Utiel-Requena como homenaje a la tierra. Buenísimo!. Después, un Priorato, un coupage de garnacha y cabernet-sauvignon. Glorioso!.
Se hizo de noche y había que despedirse. Pero antes, como digestivo, unos cuantos schnaps bien fresquitos. Menos mal que su casa estaba a menos de veinte metros. Llegaron sin necesidad de gatear. Una vez en el hogar, todavía les apeteció comer un poco de tarta de almendras que acompañaron con  un par de copas del Cava que siempre tenían en la nevera. Refrescante!.
Había que bajar la escalera para llegar al dormitorio. Delante, Nati con la mano izquierda fuertemente asida a la barandilla y la derecha tentando la pared, con cuidado de no cortarse con el gotelé Luis detrás, con las manos apoyadas en sus hombros bajando lentamente, contando los escalones. Al llegar al primer rellano, un leve murmullo:
- Menudo amigo dengo, el suizo de los codones. Por du culpa creo que me edtoy quedando ciego. Podqué no enciendes la duz?
La luz estaba encendida, claro. Otra cosa es que no pudiera abrir los ojos del pedo que llevaba.
Antes de entrar en la habitación, un breve paso por el baño. Bueno, no tan breve. La meada fue histórica. Como para figurar en el Libro Guiness de los récords..
Y por fin, el dormitorio y la cama. Luis recordaría después que Nati le estaba esperando con un sexy neglillé, pero... a partir de ahí le falla la memoria.
A la mañana siguiente, doble ración de café. Las tostadas con triple de mantequilla y una buena cucharada de mermelada.
Desayunó en silencio, con la mirada fija en la mesa, sin atreverse a preguntarle a su mujer cómo había terminado aquel día (casi) perfecto.

JOSE SANCHIS CISCAR



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