jueves, 30 de junio de 2016

9. Papas con perdiz. Mariló Jiménez


Papas con perdiz

Aquella mañana, bien temprano, me encaminé al huerto. Con el azadón al hombro pensaba en el menú de aquel día. No tenía mucho tiempo, ya que otras tareas requerían mi atención. Me decidí por algo rápido de cocinar y que no requiriera muchos ingredientes.

Cuando llegué, el sol aún se desperezaba y el  rocío mantenía la tierra húmeda, eso favorecería mi trabajo. Me agaché y con mimo fui dejando al descubierto los hermosos tubérculos que la Naturaleza me había ofrecido como agradecimiento a mis desvelos. Un manjar de dioses que trajeron los conquistadores, mucho más valioso que el oro que llenaron las arcas reales. Las  había mimado desde su inseminación en el útero de la madre Tierra. Allí, a oscuras, a su abrigo, habían madurado hasta la hora en que debían cumplir la función para la que habían sido creadas: ser objeto de deseo y hacernos pecar de gula. Después de limpiarlas bien, las metí en una talega. 
 Recreándome en lo que estaba al alcance de mi vista, me acerqué al surco donde se encontraban las anaranjadas zanahorias, cuyo pináculo verde sobresalía por encima de la superficie, avisándome de que estaban preparadas para aderezar mis platos. Arranqué un par de ellas, solo las necesarias. Caminé entre las hendiduras de mi atestado huerto. Observé las matas de pimientos de carnes rojas y prietas, y los brillantes tomates, debido al rocío mañanero, que colgaban  como pendientes de zafiro. Recolecté un par de cada.

Regresé a casa. El domingo anterior se había abierto la veda y unas hermosas perdices colgaban de un gancho en la pared a la espera de ser desplumadas. Me puse a la tarea mientras rezaba una oración por aquellos pequeños animalillos que servirían de sustento a otros mayores. No era más que la cadena alimenticia que el Creador había impuesto a los seres vivos, me dije intentando limpiar la culpa.

En una tabla de madera vieja, descolorida por el uso, troceé una cebolla; sus efluvios consiguieron saltarme las lágrimas. Me acordé de mis seres queridos que ya no estaban. El bulbo conseguía ese efecto cada vez que tomábamos contacto  el uno con el otro, dejar la pena al descubierto. 

Descolgué una cacerola y eche un poco de oro líquido, aquel que brota del fruto del legendario olivo. Un precioso y humilde árbol tan antiguo, que acompañó a los faraones en tumbas piramidales y al mismísimo Jesús de camino a Jerusalén para reunirse con Dios Padre, después de salvarnos del pecado.

Puse dentro de la marmita, además de la cebolla, el pimiento cortado en tiras, milimétricamente medidas,  y cuando el calor maceró el conjunto, sofreí la carne roja que poco a poco fue cambiando a un tostado brillante. Un tomate lavado y rayado fue el complemento perfecto para aglutinar el contenido. Eché un pellizco de sal; aquella especia que sirvió de moneda para pagar a obreros, alimento esencial que curtía la carne y la convertía en comestible durante más tiempo, la nevera  de la Edad Media.

Una vez peladas y quebradas las papas y zanahorias las dejé en un barreño con agua, el tiempo justo de coger una bota de vino y rociar el guiso. Esperé a que los efluvios del alcohol terminaran en volutas de oloroso humo. El aroma que desprendía activó mis jugos gástricos y, aunque era pronto, mis papilas gustativas salivaron ante la expectativa  de un exquisito bocado. Debían esperar, aún no estaba el guiso en el punto en el que debía probarse. Terminé de colocar los tubérculos y le añadí el agua, el principio de la vida en el universo, y que en casa provenía del limpio y fresco manantial que surtía mi pozo, sin cloro ni otro elemento de la tabla periódica que no fuera natural y no puesto por la mano del hombre, finalmente, tapé la cazuela. Reduje el fuego que alimentaba la cocción para que el calor fuese entrando de poco a poco, convirtiendo todas aquellas viandas diferentes en una sola esencia.

Cuarenta minutos de cocción y cuatro horas de reposo más tarde, tanto mi familia como la comida estaban preparados para degustar aquello que la Madre Naturaleza tan gentilmente nos había ofrecido y yo había transformado al calor de la lumbre.

—Trabajo y sudor con ellos comerás, dijo Dios, antes de arrojar a Adán y Eva del Paraíso. —Aparté un plato y sonreí—. Se le olvidó decirles que el placer también entraba en el lote.



María Dolores Jiménez García.


8. AMOR SIN RELIGIÓN, por PILAR HERNÁN


AMOR SIN RELIGIÓN

¿Donde te fuiste, conciencia, que abandonaste la guardia
y franqueaste mi puerta sin articular palabra?
¿donde estás,voluntad mía, que no opones resistencia
y te entregas a tu príncipe cual desvalida princesa?
¿donde te ocultas,cordura, que tras perder la batalla,
te das...cobarde...a la fuga y desapareces del mapa?
mi sentido común te envía orden de "búsqueda y captura"
no das señales de vida, eres rehén de la locura,
¿donde te encuentras, prudencia? ¿donde te escondes, temor?
¿donde dormitas, decencia? ¿porqué no siento dolor?
¿porqué vuelven mis ilusiones? ¿porqué late mi corazón?
¿porqué parece que me muero si no disfruto este amor?
¿porqué no siento vergüenza? ¿porqué me siento tan grande?
¿porqué abandoné la senda? ¿porqué volví a enamorarme?
¿porqué me siento tan joven? ¿porqué me siento tan viva?...
...porque ahora existe un hombre que da sentido a mi vida,
porque tengo mariposas removiéndome las tripas,
porque hoy mis labios sonríen y mis ojos echan chispas,
porque aparece la alegría cuando llegas tú...mi amor,
porque ahora el tren de mi vida brilla con más fulgor,
porque siento que me muero, porque siento que me ahogo,
si de tu boca no bebo... si de tu cuerpo no gozo...
porque me haces sentir bella, porque me haces sentir mujer,
porque sé, que me deseas, y porque sé que tu también
tienes tu lucha interna y sabes de tu deber...
no ignoro que tienes conciencia y familia que proteger.

No quiero hacer daño a nadie, mas debo vivir mi vida,
si no, voy a lamentarlo hasta el resto de mis días.
Aunque fuera perseguida, aunque fuera señalada,
aunque la sociedad me acuse de ramera y desalmada,
quiero vivir esta historia, y aunque sea musulmana,
correré sin duda alguna el riesgo de ser lapidada.

Siento si mi familia piensa que tengo doble moral,
que estoy teniendo actitudes que en los otros, veo mal.
Siento causarles daño, siento causarles vergüenza,
mas...son míos mis pecados y de ellos rendiré cuentas.
No seáis conmigo severos, no soy hipócrita ni falsa,
y hoy, mi único deseo, es que no me deis la espalda.




TÍTULO : AMOR SIN RELIGIÓN



7. MARGARITA DIJO NO, por PILAR HERNÁN


MARGARITA DIJO NO
Margarita vivía en una pequeña aldea a la que aún no había llegado la electricidad, por lo que en cuanto anochecía, la casa familiar se llenaba de un constante olor a cera quemada. Tampoco había agua corriente, había que acarrearla con calderos y cántaros desde la fuente que había en mitad de la cuesta que conducía a la plaza. No había baño. En el interior de la casa, un patio cubría toda la planta baja. Allí correteaban las gallinas y sus excrementos se mezclaban con los de los habitantes de la casa.
Margarita era la mayor de una familia numerosa. Tal vez por ello, o por ser mujer, las faenas de la casa recaían mas sobre ella que sobre el resto de sus hermanos, todos ellos varones . Era tan pobre como bonita y trabajadora.
Llegaron las fiestas locales, y en la plaza unos músicos trataban de animar la noche con sus pasodobles. Los matrimonios bailaban recordando ellos, como en sus tiempos de soltería aprovechaban la verbena para pedir un baile a la chica que les gustaba y cuando aceptaba, disimuladamente ir dejando caer la mano por la espalda de ella hasta posarse en ese sitio en el que pierde su nombre. Ellas, rememoraban como, con una sonrisita pícara en los ojos, les cogían el brazo y lo alzaban hasta la cintura.
Cuando Margarita terminó sus quehaceres, se acercó a la plaza en busca del relajo que bien merecido tenía. Allí lo vio…o se vieron, porque cuando sus miradas se cruzaron, un escalofrío recorrió las espaldas de ambos, y los dos supieron que no iban a querer separarse el uno del otro, que sus vidas iban a estar siempre unidas. Vicente era de alta cuna, Margarita de baja cama.
Ella libre de convencionalismos. Vicente atado al yugo materno quien decidió que ella no era suficiente para su hijo, pues durante el poco tiempo que le quedaba libre, Margarita ayudaba a la economía familiar con la venta ambulante. Vendía desde jaboncillos en trozo para lavar la ropa hasta chucherías para los niños del pueblo.
Vivieron su amor a escondidas con el furor y lo locura de los adolescentes, aunque ya no lo eran tanto. Llegó el primer embarazo, y ella fue señalada como solo sabía hacerlo la rancia sociedad de principios del siglo XX.
Tiró para adelante y llegó el niño. Le llamó Alfredo.
Al primero siguió el segundo a quien tuvo que dejar en los Servicios Sociales para que lo dieran en adopción. Ella sola no podía criar a los dos pequeños y Vicente seguía prisionero del yugo materno y los convencionalismos del pueblo, aunque eso no le impedía seguir buscando a Margarita para vaciar en ella su cobardía. La tercera fue una niña, y en contra del parecer de la gente de su entorno, quiso quedársela. La llamó Esther.
Tan complicada debió parecerle a la niña la vida que le esperaba, que tomó el camino sin retorno que la llevó al cielo.
La situación familiar de él seguía tan inamovible como el deseo de ella por luchar por el hombre de su vida y siguió entregándose a Vicente sin condiciones. Para cuando nació el cuarto, algún niño mas habían engendrado sus entrañas pero habían malnacido antes de tiempo.
Y el cuarto llegó para quedarse.
Le llamó José María como el hombre que hubiera debido de ser su suegro.
Pensó que así tocaría su corazoncito y darían luz verde para que Vicente y ella pudieran formar un hogar junto a los dos hijos que había conservado.
No tuvo suerte Margarita. Le robaron hasta el derecho de verlo a escondidas.
Obligaron a Vicente a abandonar el pueblo.
Tuvo ella que sacar adelante a sus hijos con la cabeza alta, los puños prietos y el orgullo en sus ojos.
Pero ahora tenía un gran apoyo. Alfredo ya tenía 13 años cuando nació su hermano y ayudaba al sostenimiento de la casa. Cuando Mari contaba escasos 12 años aceptó su primer trabajo. Fue pastor. A cambio de unas perras chicas iba a cuidar las ovejas del vecino del pueblo que lo requiriera. En sus ratos libres llevaba a su madre por los pueblos vecinos para vender sus productos montados en una bicicleta destartalada.
En uno de esos viajes conoció "a la chica más guapa del pueblo"
Así definió siempre a Angelines quien no pudo resistirse a sus encantos y acabó convirtiéndose en su esposa.
Margarita dejó la venta ambulante. Ya era mayor para esos trotes, y se fue a la ciudad a servir de criada en casas de gente adinerada.
Nunca ocultó su condición de madre soltera ni fue un hándicap para encontrar trabajo. Quien conocía su historia, admiraba su valor y envidiaban no haber sentido un amor tan intenso y desmesurado como el que sintió Margarita.
Los años pasaban…ya era abuela, y Vicente lo sabía.
Había permanecido soltero toda su vida añorando un amor por el que no fue capaz de luchar, por su falta de valor y por su temor a pasar penurias económicas
En el ocaso de su vida Vicente volvió al pueblo a buscarla y pedirle que se casara con él.. Sus padres ya habían muerto y él necesitaba una mujer que le atendiera en su madurez.
Margarita pidió consejo a sus hijos. Mari le dio plena libertad para que hiciera lo que creyera conveniente. No quiso interferir en el corazón de su madre .
Alfredo fue tajante: Le recordó lo que ella había sufrido porque Vicente no se responsabilizaba de los hijos comunes, las penurias que habían pasado y la vergüenza que él había sentido de niño al ver las miradas furtivas y los cuchicheos de los vecinos que tan pronto la compadecían como criticaban su desvergüenza.
Margarita dijo NO y nadie sabe cuánto le costó negarle el consuelo a quien había sido durante tantas décadas el hombre de sus sueños.
Al poco tiempo Vicente se casaba con una señora de la cual solo esperaba que mantuviera limpia la casa, le diera conversación en las noches solitarias y le atendiera cuando enfermara.
Dos años más tarde, Margarita murió .
Su cuerpo deteriorado por el excesivo trabajo que había tenido que realizar durante toda su vida no pudo seguir en pie. A su corazón le faltaba el motivo que durante tanto tiempo le había impulsado para seguir latiendo.
Él estaba con otra… No le mereció la pena seguir viviendo.
Vicente acabó sus días en la comodidad de su casa, bien atendido, como lo que siempre fue, "un señorito" nadando en la abundancia
Cuando murió , su mujer heredó unas propiedades y un capital que deberían haber pertenecido a otra. No mereció a la hembra que le había dedicado su vida, que se había enfrentado al pueblo, a la iglesia y a su familia por amor a él.
Margarita… demasiada mujer para un pelele tan egoísta y cobarde





6. "Número oculto" Francisco Magnieto



"Número oculto"

-I-

      Jeremías III, hijo de Jeremías II y nieto de Jeremías I de profesión promotor inmobiliario y constructor, había heredado el negocio de su padre y este de su abuelo que según cuenta una  leyenda urbana en Castellón empezó como peón de obras contratado por el ayuntamiento instalando las vías del tren de La Panderola para pasar  después a  encofrador y acabar como contratista y jefe de obras. Se había hecho a si mismo.
      Jeremías III era un joven  prometedor, moderno y emprendedor. Vestía de marca, conducía de marca y poseía un móvil de marca del cual no se separaba jamás. Jeremías III tenía una novia joven, moderna y encantadora, en fin no podía quejarse de que la vida le había tratado muy bien en todos los aspectos. Por cierto su novia, antes fue novia de su primo Jeremías IV, algo que este  nunca le perdonaría.
Jeremías III era adicto al trabajo, veinticuatro horas al día eran insuficientes  para el. Los negocios no podían esperar, estaban por encima de todo. Él también estaba en todo y con todos. En la Asociación de Promotores Inmobiliarios del cual era su presidente, también estaba en política como concejal de urbanismo, faltaría más. En asociaciones vecinales, patronales, religiosas, deportivas, taurinas, ONG´s, etc. Y también preparaba su boda con su novia.
  Jeremías III era un luchador, soportaba todo el estrés y la presión que llevaba consigo los negocios, porque para él todo era un gran  negocio y él era muy bueno en esto y  es por eso que había triunfado donde otros habían fracasado. Por eso y por sus buenas relaciones con todo el mundo empresarial y político, empezando por el padre de su novia que era ni más ni menos que la hija del presidente de una gran empresa de organización de eventos llamada Húrtel donde la mayor parte de los negocios los realizaba con los Ayuntamientos, Comunidades Autónomas y Diputaciones.
   Su último gran proyecto era llevar un tranvía a Castellón, el Tram, aunque los ciudadanos más tarde le acabarían llamándolo  "La Tramderola"  haciendo referencia al viejo tren donde Jeremías I empezó su carrera y ahora en desuso decorando un parque.
   Según él el tranvía  era necesario e imprescindible  para el futuro de la ciudad. Casi todos lo tomaron por loco, pero el dale que dale con el proyecto, le importaban tres pepinos las críticas y los comentarios de los que estaban en contra del proyecto, seguiría adelante hasta conseguirlo. Jeremías III era una máquina de proyectos.
       Él y su móvil eran toda su oficina, inseparables, como novios, siempre lo llevaba consigo allá donde iba, de día de noche, siempre, a todas horas. Cuando se acostaba lo dejaba en la mesita de noche, hacia el amor con él en un extraño trío, él su novia y su móvil, cuando comía bebía y hacía sus necesidades su teléfono siempre estaba presente y era testigo de toda su intensa y ajetreada vida. No se separaba de él  jamás era mas novia que su  propia novia.

-II-
   El día que enterraron a Jeremías II, en la misa de difuntos junto al cadáver de su padre y cuando el sacerdote se dirigía a las personas  congregadas para la misa de cuerpo presente y en el obligado silencio que requería el acto de pronto se oyó una música estridente, aguda  a intervalos cortos y repetitivos. Era el móvil de Jeremías III que llevaba en el bolsillo de la americana. Cogió el aparato dio media vuelta, salió a la calle y contestó a la llamada. Los  negocios son los  negocios y estos no pueden esperar.
   A Jeremías III le importaron un comino las críticas recibidas por su comportamiento en el sepelio de su padre por que él continuó con la misma actitud obsesiva en relación al móvil y a los negocios. Estas conductas hacían enfadar mucho a su novia y tenía graves y largas discusiones por esta causa que ella llamaba obsesión descontrolada. Pero aun así esos reproches no hicieron  que las cosas cambiaran.

-III-

   Llegó en gran día de la boda ya  era una realidad y eran muchos y muy importantes  los invitados, Jeremías III no podía fallar. Todo había que hacerlo a lo grande, sería la mejor boda del año. El banquete en el mejor restaurante, la ceremonia religiosa en la mejor catedral, la novia, la más bella y elegante y él el más apuesto novio con el mejor smartphone del  momento. La empresa Húrtel lo tenía todo bajo control. Todo perfecto.
   Desde fuera de la gran catedral se podían oír las notas armoniosas del gran órgano interpretando  la marcha  nupcial de Felix Mendelsohn.
   Por la alfombra roja que cubría el pasillo central de la seo desfilaban ceremoniosamente la novia acompañada del padrino, detrás de ella el novio acompañado de la madrina. Poco a poco iban acercándose a las escalinatas del altar mayor donde los esperaba el mismísimo Obispo de la Diócesis. El organista cesó su música para dar paso a la ceremonia de casamiento. Pero otra música rompió el silencio de la catedral y esta procedía  del móvil de Jeremías, este se palpó  todos los bolsillos de su chaqueta hasta dar con el aparato y  poder apagarlo, no sin antes observar la pantalla para ver quien le llamaba: "número oculto"
   Los invitados murmuraban, su novia lo miraba perpleja con actitud enfadada, su primo Jeremías IV sonreía por la anécdota y el Obispo  estupefacto  una vez apagado el dichoso aparato continuó con la ceremonia.
   El banquete de boda fue tranquilo y casi nadie se atrevió a comentar lo sucedido en el templo a excepción de su primo Jeremías IV que medio en broma le formulaba: ese maldito aparato será tu perdición si no te controlas.
   También su mujer le recriminaba  su actitud y en ese momento  recriminatorio inoportunamente otra vez volvió a sonar el madito teléfono y esto hizo que su mujer se enojara mas de lo que ya estaba. Pero esta vez lejos de apagarlo contestó a la llamada que volvió a ser número oculto. ¿Quien diablos será? Se preguntaba Jeremías III

-IV-

   Después del banquete se dirigieron al hotel donde pasarían la primera noche de bodas. Relajados y desnudos en la cama se propusieron hacer el amor. Solo fue eso una propuesta por que  a los diez minutos de comenzar, el teléfono volvió a sonar, lejos de apagarlo Jeremías quiso atender la llamada y al contestar colgaron. —Será una broma—pensó. Y después intentó calmar a su esposa que lloraba desconsoladamente.
   A la mañana siguiente partieron de viaje de novios, Jeremías III conducía el automóvil que los llevaría al aeropuerto para coger un avión rumbo a un país caribeño. La autopista por la que conducía estaba tranquila, poco trafico, pero a él le gustaba apretar el pedal de velocidad y a pesar de las protestas  de su esposa no aminoraba la marcha. Al poco tiempo su esposa se quedó completamente  dormida, situación que aprovechó Jeremías III para ir más deprisa todavía. El sol se situó justo enfrente del conductor, la velocidad era alta, el cansancio ya se dejaba notar  y de pronto…sonó otra vez el teléfono.
   El móvil sonaba insistentemente pero no podía localizarlo.  Lo oía pero no lo veía, buscaba en la guantera, no estaba,  miró en las bandejas laterales de las puertas, ni rastro, su esposa continuaba dormida. El teléfono dejó de sonar durante cinco minutos, después otra vez volvió a sonar. Se acordó de pronto que  lo guardó en la americana y  que esta  estaba en uno de los asientos de atrás, se quitó el cinturón de seguridad  para  poder alargar más la mano y así acceder mas fácilmente al asiento trasero hasta conseguir alcanzar el aparato. En esta maniobra  pierde el control del automóvil y este empieza a circular en zigzag, apenas veía por el sol, su mujer despertó de pronto y viendo el  problema  comenzó a gritar, esta actitud puso mas nervioso al conductor que ya no pudo controlar su vehiculo y fue a estrellarse a una valla de hormigón  después de realizar varias vueltas de campana.

-V-

   Muchas personas asistieron al entierro de Jeremías III que fue también a lo grande, aunque el protagonista esta vez no pudo hacer ostentación de su propia ceremonia.
   Su esposa no acudió, estaba convaleciente en el hospital, se salvó gracias al cinturón de seguridad. La familia por expreso deseo del difunto le dieron sepultura en el panteón familiar. De la Iglesia del cementerio al panteón formaban la comitiva seis apersonas que portaban el ataúd a hombros, entre ellos su primo Jeremías IV mas los sacerdotes, familiares, empresarios, políticos  y amigos, cuando el ataúd fue depositado en uno de los nichos y sellado por una lápida conmemorativa todos abandonaron y el panteón se quedó desierto y en absoluto silencio, solo su primo Jeremías IV quedó en el recinto.
   En un instante sonó un teléfono móvil, esta vez su sonido era muy apagado y apenas se podía oír pero dentro del nicho una voz ronca y casi sin aliento contestaba: ¿dí-ga-me?
   Jeremías IV apagó su móvil, lo guardó en el bolsillo y se fue murmurando unas palabras –Ye te dije una vez que el móvil seria tu perdición y silbando la marcha nupcial de Mendelsohn se fue a visitar a su exnovia al hospital.

 Fracisco Magnieto Martín



5. ¿MALA SUERTE? Querubina Meroño de Larriva

¿MALA SUERTE?
Casimiro se metió decidido en el portal. Llevaba un tiempo pasando por delante, justamente desde el día en que se animó a volver a casa andando después del trabajo, y reparó en el  rótulo de latón colocado junto a  la puerta del edificio número trece. Al leerlo, le dio un vuelco el corazón y una lágrima como un puño le rodó mejilla abajo, hasta caer sobre un pobre que mendigaba un limosna recostado en el suelo. Pero a Casimiro no le importó ni la mirada furiosa ni el juramento con el que le obsequió el hombre al notarse empapado, porque Casimiro era feliz: al fin había encontrado un lugar donde no le tratarían como un bicho raro y le comprenderían. Sin embargo, era tan tímido, que no se atrevió a entrar ese día, ni al otro, ni al otro..., hasta esa tarde, en que tras el último "percance" resolvió que ya había llegado la hora de enfrentarse a sus miedos «¡Cuanto antes, mejor!», se dijo y respirando hondo, entró en el edificio. Subió al entresuelo y vio un rótulo exacto al de la calle. La puerta estaba entornada, no se lo pensó dos veces y se metió sin llamar. Se encontró en una habitación espaciosa repleta de gente sentada en una hilera de sillas, que bordeaba por completo la habitación. El blanco de las paredes solo se veía interrumpido por una puerta de color azul eléctrico que destacaba al fondo. Al ver la estancia tan concurrida se sintió gratamente sorprendido, nunca hubiera imaginado a tantos como él y acomodándose en el único asiento que quedaba libre, aguardó en silencio. Como no sabía muy bien como funcionaba este sitio, observó con disimulo a sus compañeros que, callados, apenas se miraban y si lo hacían era de reojo. Estaba claro que nadie se aventuraba a ser el primero en hablar. «Les dará apuro —pensó—, quizá es también la primera vez que vienen». Los minutos transcurrían con lentitud y una mezcla de nervios, ilusión y ansiedad se iba apoderando de él, hasta que de repente se abrió la puerta de color azul y salió un mujer de mediana edad con coloridas gafas de pasta y bata blanca. Cerró tras ella, se situó de pie en medio de la sala y anunció con voz cantarina: ¡¡¡EL SIGUIENTE!!! «Ahora o nunca» se infundió valor Casimiro y antes de que alguien reaccionara se levantó como un resorte y soltó de carrerilla alto y claro. "¡¡BUENAS TARDES, MI NOMBRE ES CASIMIRO Y SOY GAFE!!" Una vez pronunciadas esas palabras respiró con alivio. «¡Lo he logrado, me ha salido igualito que en las películas», pensó. La gente le contemplaba en silencio, expectante, atónita,  las bocas abiertas en mayor o menor grado y él interpretó ese silencio como una invitación para continuar, así que aprovechando el "chute" de adrenalina y con la vista fija en las gafas de colores de la mujer y en la puerta azul, prosiguió:
«Según me diagnosticaron de pequeño, soy gafe de primer grado, vamos que no provoco en los de mi alrededor "su último viaje", gracias al cielo, solo pequeños "percances" más o menos molestos... ¡Qué les voy a contar! ¡Ustedes ya saben de qué les hablo!
Desde que era un niño de pecho todo el que estaba  a mi lado sufría de esos "percances". La primera fue mi querida madre, que acabó tuerta del manotazo que le di, cuando glotón mamaba de su teta. "¡Mala suerte!" le dijo mi padre antes de taparle con un parche la cuenca vacía del ojo. Unos años más tarde, siendo yo todavía un tierno infante que no levantaba un palmo del suelo y soñaba con ser futbolista, mi amantísimo padre se quedó impotente del balonazo que le atiné en sus partes. "¡Mala suerte!", esta vez fue mi madre, la que lo pronunció sonriente antes de largarse al Amazonas con el vecino del quinto. Mi padre, a su vez, del disgusto se retiró de anacoreta al Himalaya. Ya no volví a ver a mis progenitores, solo me comunicaba con ellos por carta. Siempre he creído que no fue falta de amor por su parte, ni ganas de alejarse de mí lo que les hizo marcharse tan lejos, sino que tuvieron mala suerte al no hallar un lugar más cercano para vivir.
Convertido en un huérfano de padres vivos, me criaron mis abuelos. Los pobres me querían mucho, y digo pobres en sentido literal, ya que de poseer una de las mayores fortunas de Europa  terminaron prácticamente en la indigencia. Acción que compraban en bolsa, acción que caía hasta el fondo del mar con un peso de plomo atado a los pies y ni cuento la de empresas que se arruinaron  en el tiempo que viví con ellos. "Calma, Leocadio, que solo es mala suerte", recuerdo que decía mi abuela, y también  recuerdo a mi abuelo vigilándome torcido mientras afilaba su navaja de Albacete. Sospecho que era un poco torpe… siempre se hacía un tajo en el dedo.
Pese a todo tuve una infancia y una juventud feliz y eso que mis amigos, con brazos y piernas continuamente rotas, me duraban poco; por desgracia a sus padres le trasladaban por trabajo y todos terminaban mudándose de ciudad. En el colegio, mis profesores inexplicablemente, sufrían una baja tras otra, así que cambiaba de maestro lo mismo que de camisa y no los llegué a conocer mucho. Debían de ser muy majos, porque aunque no era muy buen estudiante y suspendía, nunca llegué a repetir curso. Lo que si se me daba bien era el fútbol, sin embargo, apenas pude jugar, el equipo se disolvió el primer año. Aún es un misterio qué pudo pasar para que la plantilla casi al completo, incluido el entrenador, acabara lesionada. "Cuestión de mala suerte" se comentaba ¡Qué pena, estoy seguro que podía haberme convertido en un gran futbolista!
Cuando cumplí los dieciocho años mis abuelos se mudaron a una residencia y  me matricularon en la universidad, no en la que yo quería cerca, sino en la de Minnesota. "Aprenderás inglés",  decía mi abuelo. "Te vendrá muy bien el aire de sus montañas y sus lagos", continuaba mi abuela. Con pesar me despedí de ellos, era la primera vez que nos separábamos, y se quedaron, al igual que yo, muy tristes. Por eso imagino que los ancianos que vislumbré desde el aire bailando un chotis en la entrada del aeropuerto, no eran mis abuelos sino otros que casualmente se le parecían mucho. Del viaje en avión no les puedo contar nada ya que me dormí, tengo el sueño muy profundo, por lo que no me enteré de las turbulencias, como me refirió al aterrizar el señor de cara blanca con tonos verdes que se sentaba a mi lado. ¡Lástima, con lo que me gustan las cosquillitas de la montaña rusa! Al llegar a mi destino dudé entre estudiar Medicina o Historia, pero no me pude decidir; ya que solo estuve un mes, fue mala suerte que un rayo cayera en el tejado y se incendiaran todos los edificios. Regresé a España contento por volver a estar con mis abuelos y cual fue mi sorpresa al descubrir que habían desaparecido. ¡Vaya mala suerte que los de la residencia perdieron su nueva dirección y no pudiera encontrarles!
Desde aquel momento mi vida ha sido solitaria, ni familia, ni amigos, ni novia..., las mujeres siempre me han rehuido. Me compré una funeraria y trabajo solo; los muertos no tienen percances. Y ahora, que soy un hombre de mediana edad, estoy harto de que todos me esquiven, que se cambien de acera, que me examinen con recelo. Solo anhelo ser alguien normal, disfrutar de compañía, cariño y amigos; querer y que me quieran. Supongo que no es tanto pedir..., por eso, no saben bien la alegría que me llevé al leer el cartel de la puerta, "ASOCIACIÓN ESPAÑOLA; GAFES ANÓNIMOS" supe que era la señal de que iba a cambiar mi vida...»
Casimiro, con la garganta seca y la mirada fija en las coloridas gafas de la mujer y en la puerta azul, calló de repente. Sorprendido miró a su alrededor y descubrió que se encontraban los dos solos. Tan ensimismado había estado con su relato, que no se había dado cuenta que poco a poco y en silencio se habían marchado todos los presentes, mientras agarraban con fuerza sus patas de conejo, cruzaban los dedos, tocaban madera y musitaban por lo bajo:"¡Lagarto, lagarto!"¿Qué había ocurrido?.No entendía nada. Sintió un pinchazo en su interior, había abierto su corazón a la gente y esta había huido, y ahora su corazón estaba hecho trizas y sus ilusiones desvanecidas como el humo. ¡Qué ingenuo había sido al pensar que había esperanza para él! Desanimado y arrepentido se dio la vuelta para marcharse. "Espera", le frenó la mujer con su voz melodiosa. Casimiro se volvió y ella sin mediar palabra se quitó las gafas, se acercó y se las puso a él con cuidado. De inmediato, el hombre, vio con claridad los ojos marrones con chispitas verdes de la mujer, el reflejo dorado de sus rizos y el lunar junto a su boca sonriente. Ella le agarró con suavidad de la mano y lo llevó fuera de la habitación, hasta el rótulo de metacrilato de la puerta. El hombre leyó con nitidez "ASUNCIÓN ESCAROLA: GAFAS ECONÓMICAS" y en ese instante lo comprendió todo, su rostro se encendió igual que una llama y se quiso morir de la vergüenza. "¡Qué idiota he sido! ,—exclamó en alto—. ¡Mala suerte la mía, además de gafe soy un ridículo cegato" Asunción le hizo callar con un leve gesto y mirándole a los ojos como nunca antes nadie le había mirado le dijo. "No ha sido mala suerte, el destino quería que entraras aquí."
Querubina Meroño de Larriva

4. UN DIA (CASI) PERFECTO - JOSE SANCHIS CISCAR

UN DIA (CASI) PERFECTO.-
Hacía tiempo que Luis y Nati se dedicaban a mirar en los escaparates de las inmobiliarias las distintas ofertas de apartamentos y chalets. Estaban enamorados de la zona y ahora podían conseguir una buena financiación para comprar algo que les convenciera. Junto al paseo marítimo lo encontraron. Un adosado en una pequeña urbanización, con piscina comunitaria y unas vistas preciosas al mar entre los dos cabos. El precio, muy interesante. Sus propietarios alemanes querían volver a su país y estaban ofertándolo  en pleno invierno casi regalado.
Se dieron cuenta de que eran los únicos españoles de la urbanización. Rodeados de pensionistas suizos, belgas, ingleses y alemanes. Era un aspecto que les encantó. No les faltaba mucho para jubilarse y estaban convencidos de que aquel sería un destino perfecto para su retiro.
Enseguida se hicieron amigos del matrimonio suizo del adosado de la esquina. Los dos daban clases de castellano y su contacto les permitía practicar el idioma. Además, estaban forrados. Continuamente los invitaban a comer y en su casa tenían una bodega  muy bien surtida. Él era un entendido en vinos españoles y al juntarse siempre encontraba la excusa perfecta para abrir una botella tras otra.
Ese día realizaron una excursión a un valle del interior donde había un buen restaurante en un hotel de montaña. Nada más llegar, las mujeres salieron a pasear por un caminito que bordeaba un barranco precioso. Ellos fueron directamente a por faena.
 Con un aperitivo de embutidos y aceitunas del país cayeron las primeras botellas de blanco de Verdejo. Excelente!.
A la hora de comer empezaron con unos entrantes a base de  "esgarraet" y pericana. Habían reservado un arroz al horno que resultó espectacular y con él no tuvieron más "remedio" que beberse tres botellas de tinto, dos Riojas y un Ribera del Duero. Sublimes!
 Para acompañar los postres, pidieron un moscatel de la Marina, el mismo que sirvieron en la boda real. Catando y saboreando se hicieron con la botella entera. Delicioso!.
El regreso bajando de la montaña por las peligrosas curvas resultó estremecedor. El suizo conducía el coche nada más terminada la comida con la nariz más roja que un tomate del Perelló.  Suerte tuvieron de no encontrarse con la Guardia Civil.
Al llegar, sanos y salvos, les invitaron a su casa. Era media tarde. Una hora perfecta para probar un surtido de quesos suizos que siempre tenían a mano. Empezaron con unos suaves que acompañaron con vino blanco de su país, nada del otro mundo. Cuando llegaron a los más curados, sacó de su bodega una botella de Utiel-Requena como homenaje a la tierra. Buenísimo!. Después, un Priorato, un coupage de garnacha y cabernet-sauvignon. Glorioso!.
Se hizo de noche y había que despedirse. Pero antes, como digestivo, unos cuantos schnaps bien fresquitos. Menos mal que su casa estaba a menos de veinte metros. Llegaron sin necesidad de gatear. Una vez en el hogar, todavía les apeteció comer un poco de tarta de almendras que acompañaron con  un par de copas del Cava que siempre tenían en la nevera. Refrescante!.
Había que bajar la escalera para llegar al dormitorio. Delante, Nati con la mano izquierda fuertemente asida a la barandilla y la derecha tentando la pared, con cuidado de no cortarse con el gotelé Luis detrás, con las manos apoyadas en sus hombros bajando lentamente, contando los escalones. Al llegar al primer rellano, un leve murmullo:
- Menudo amigo dengo, el suizo de los codones. Por du culpa creo que me edtoy quedando ciego. Podqué no enciendes la duz?
La luz estaba encendida, claro. Otra cosa es que no pudiera abrir los ojos del pedo que llevaba.
Antes de entrar en la habitación, un breve paso por el baño. Bueno, no tan breve. La meada fue histórica. Como para figurar en el Libro Guiness de los récords..
Y por fin, el dormitorio y la cama. Luis recordaría después que Nati le estaba esperando con un sexy neglillé, pero... a partir de ahí le falla la memoria.
A la mañana siguiente, doble ración de café. Las tostadas con triple de mantequilla y una buena cucharada de mermelada.
Desayunó en silencio, con la mirada fija en la mesa, sin atreverse a preguntarle a su mujer cómo había terminado aquel día (casi) perfecto.

JOSE SANCHIS CISCAR



3. "Historias del abuelo" David

HISTORIAS DEL ABUELO
Pseudónimo: David

El anciano reposaba en un mullido sofá hojeando el diario deportivo mientras ejercía una relajada vigilancia sobre su nieto atrafagado con un lego, hasta que al fin cansado de jugar se acercó con parsimonia.
            -¡Venga abuelo, cuéntame una historia! –insistía aquel mozalbete de diez años, aburrido por tener que permanecer en casa durante una tarde de lluvia.
            -¿Has hecho los deberes, David? –le preguntó el viejo consciente de las muchas responsabilidades que entraña la vida moderna.
            -Lo tengo todo acabado y me sé la lección –replicó el chico fastidiado pues siempre le preguntaban lo mismo.
            Incapaz de negarse a los caprichos de su nieto, el anciano dio una última calada al cigarrillo y exhaló una bocanada de humo mientras dejaba volar la imaginación en busca de un argumento que pudiese interesar al muchacho.
            -Bien, te contaré una historia real que pasó no en un país lejano, sino aquí mismo, en Cataluña. Es la historia de un hombre, pero también la de un pueblo que sufrió las consecuencias de haber perdido una guerra –hizo una breve pausa para urdir el hilo de la narración-. Hace muchos años había una familia de campesinos que vivía tranquilamente del sudor de su frente, con tres hijos jóvenes y fuertes que faenaban desde el alba hasta el crepúsculo. A veces volvían a casa bien entrada la noche, pero no les espantaba la dureza del trabajo, sino que compartían todo tipo de privaciones y de sacrificios como buenos hermanos. No es preciso decir que aquellos padres se sentían muy orgullosos de tener unos hijos tan ejemplares. Además su carácter simpático y risueño los hacía ser envidiados por unos y admirados por los demás. Sin embargo, estalló una guerra. Una guerra que nadie deseaba y que empezó el ejército porque no quería someterse al resultado de las elecciones. Sí, David, se negaban a aceptar la decisión del pueblo de mantener la democracia.
            -¿Qué significa democracia?
            -Se dice que un pueblo tiene democracia cuando se respetan los derechos de los ciudadanos, cuando hay libertad y es justa para todos… Como iba diciendo, los militares se rebelaron contra el gobierno legítimo y el país se dividió entonces en nacionalistas y republicanos. Así pues, era preciso coger las armas para defender la libertad y Pere, el hermano mayor de aquella familia, se incorporó a filas de prisa y corriendo. Después de un rápido período de instrucción le trasladaron a Madrid, donde luchó y murió en la batalla del Jarama. Poco a poco la situación empeoró para los republicanos que no podían competir contra el armamento de sus enemigos. Entonces, Joan, el segundo hermano de la familia, sin pensárselo dos veces y sintiendo la necesidad de servir a su patria, marchó voluntario al frente de Aragón y murió como un héroe en Belchite, cerca de Zaragoza. Haciendo un último esfuerzo tratando de frenar la ofensiva nacional, el gobierno republicano concentró sus fuerzas en la ribera del Ebro bajo el lema de "no pasarán". Y el hijo pequeño de la familia, pensando que debía hacer algo para que el sacrificio de sus hermanos no hubiese sido en vano, y convencido que había llegado la hora de dar sentido a su vida, se despidió de sus padres y abandonó los campos. Se fue, como otros jóvenes, a luchar en la batalla del Ebro, la más encarnizada de todas ya que el resultado de la guerra dependería del bando vencedor. Allí en las trincheras, llenas a rebosar, Jaume soportó frío y hambre, agobios y privaciones, pero aquello no era nada comparado con la angustia de ver como iban cayendo sus compañeros de armas, el dolor de ver los cuerpos destrozados por la metralla de unos hombres que horas antes hervían de alegría y esperanzas. Padeció la soledad de verse rodeado de cadáveres silenciosos y de heridos agonizantes, con la desazón de saber que él mismo podía convertirse en una víctima más de aquella guerra cruel. Los hombres morían a millares mientras recordaba con nostalgia los buenos tiempos, cuando trabajaba de sol a sol con su padre y sus hermanos. Contempló el sufrimiento de los heridos, el miedo de los amigos, el valor de las malogradas tropas sostenidas únicamente por el coraje de defender una causa justa. Pero en las guerras no siempre gana quien tiene razón, sino el más fuerte y Jaume se vio obligado a huir, no por cobardía sino por prudencia, puesto que en caso de permanecer en el país se arriesgaba a ser fusilado de inmediato. No quería ser condenado a muerte, como Lluís Companys, el presidente de la Generalitat, a quien las autoridades españolas ordenaron fusilar en los fosos de Montjuïc tras un breve juicio. En febrero de 1939, junto a un alud de refugiados, cruzó la frontera francesa y dejó atrás la familia, la casa y los amigos... Su propia madre con lágrimas en los ojos le pidió que se apresurase a huir, ya que no hubiese podido soportar la tragedia de perder al último hijo, pues la guerra se había llevado ya a dos de ellos que jamás regresarían. Un precio demasiado elevado por defender unos ideales patrióticos. Y así, cargado solo con lo imprescindible, aquel mocetón de casi veinte años tuvo que marchar al exilio, hacia una tierra lejana, entre gente extraña a la que nunca podría amar de la misma forma que quería a los amigos de la pandilla; a los revoltosos chiquillos que le gastaban bromas los domingos por la tarde cuando paseaba por la Calle Mayor; a los abuelos que a menudo le invitaban a echar la partidita, al pueblo entero, donde se respiraba un ambiente de trabajo pero también de paz y de felicidad.
            El viejo hizo una pausa como para descansar del esfuerzo realizado, pero también para no demostrar la desazón que aquella historia le producía.
            -Pese a vivir en un país extraño, lejos de las personas estimadas y de la tierra que lo había visto nacer, aquel joven tenía una voluntad de hierro para salir adelante y pronto encontró faena de mecánico. Y pasó el tiempo, las semanas, los meses y hasta los años. Jaume era un mozo bien plantado y, como era de esperar, un día conoció a una chica lozana y avispada. Después de un breve festejo se casaron. Y aunque el destino del pueblo catalán en su mente parecía algo sumido en el pasado, él como muchas otras personas no olvidaba sus raíces. Escribía a menudo a sus padres y a algunos amigos que lo ponían al corriente de la grave situación política del país. Y noche tras noche soñaba que regresaba a casa, pues ansiaba pisar de nuevo la tierra de sus antepasados. Él sabía que al finalizar la guerra se había iniciado la oposición al régimen franquista, pero aquel grupo de fanáticos catalanistas debían actuar en la clandestinidad, ocultos a las investigaciones de la policía. De momento, regresar era imposible. Demasiado arriesgado y peligroso. Al morir su padre a punto estuvo de meterse en la garganta del lobo para acudir a su entierro. Le retuvo la convicción y la seguridad de que si traspasaba la frontera dejaría viuda a su mujer y huérfano al bebé recién nacido. Pero aquella pérdida irreparable afligió su alma y desvaneció sus esperanzas. Cuando pocos meses después murió también su madre, quizá de vieja o quizá de soledad, su corazón estuvo a punto de estallar de dolor y pena. Por fortuna, el tiempo amortiguó aquellos sentimientos. Entonces, el destino, que suele apretar pero que no ahoga, tuvo piedad del pueblo catalán. Al morir el dictador, verdadero tirano de las costumbres y de las tradiciones catalanas, el país votó por la democracia y el nuevo rey instauró otra vez los derechos de los ciudadanos. La gente volvía a ser libre. La fidelidad del pueblo catalán a sus libertades se comprobó en las elecciones de junio de 1977 y en la concentración del 11 de septiembre del mismo año, una manifestación de gente sin precedentes ni parangón. Ese sentimiento logró el restablecimiento de la Generalitat y la vuelta del presidente, Josep Tarradelles, quien al dirigirse a la multitud que le aclamaba en Barcelona se limitó a decir: "Ya estoy aquí". Concluyendo así una etapa muy triste de nuestra historia y dando paso a la actual sociedad democrática. Y poco a poco, muchos de aquellos que habían marchado por obligación al exilio regresaron a sus casas. La tentación fue demasiado fuerte para resistirla y también Jaume, en compañía de su familia, acabó por volver a su pueblo. Y finalmente, aquel hombre pudo vivir en paz junto a los seres queridos.
            -¿Ese hombre de la historia eres tú, abuelo? –preguntó David, quien pese a su tierna edad, era un chico muy espabilado.
            -Sí, David, ese hombre soy yo –le confesó Jaume emocionado al recordar el fervor patriótico que la mayoría de exiliados mantuvieron vivo durante tanto tiempo.
            -Ahora comprendo todo lo que has llegado a sufrir... y me siento orgulloso de tener un abuelo que ha arriesgado su vida luchando por nuestra tierra.


miércoles, 15 de junio de 2016

2. EL LEÑADOR ENAMORADO, LEONARDO ALBERT CASADÓ

EL LEÑADOR ENAMORADO



Mira que está fresca el agua
del río por la mañana.
Vienen pájaros y beben.
El martín-pescador pesca sus peces.
El río arrastra con sus rumores
humanas esperanzas e ilusiones.
El sol se levanta, dora los campos
o, a veces, se oculta como avergonzado.
Tú, mujer, sin dejar un solo día,
bajas hasta el río, resignada.
Cuando has llegado hasta la misma orilla
apoyas sobre piedras tus rodillas,
a pesar de tus años y tus canas.
Te empleas en lavar las blancas sábanas,
vestidos de tus nietos, los manteles;
ropa de los que dicen que te quieren
llenan cada día tu canasta,
si hace sol como si llueve.
Te observo a diario desde una peña
cuando vuelvo del bosque con mi hacha
y con la leña que mi fiel jumento,
con ruidosos relinchos de contento,
acarrea feliz para su venta
pues sabe que es así nuestro sustento.
Lavandera, vente a vivir a mi casa
y ante una llar bien caliente,
te daré mi amor sincero
para pasar los dos juntos
lo que nos quede de tiempo.
Que todo el mundo se entere
que es, así, como lo hemos decidido;
y que lo sepan tus hijos
y tus parientes y amigos,
que nadie se ha mostrado agradecido
a todos tus enormes sacrificios.
Lavandera de mi vida,
lava solo para mí
que yo te traeré mi leña
y tendremos un hogar
con un pequeño jardín
donde se pueda alojar
la luna cuando esté llena,
donde el sol pueda gozar
de caldear el ambiente
mientras, con cariño, cueces
judías blancas o verdes.
Y esperaremos la muerte
como un lejano presente
y, hasta que llegue, quererte
como sólo tú mereces.


Nombre: Leonardo Albert Casadó.

martes, 14 de junio de 2016

1. LAS VIDAS DE TELLO, LEONARDO ALBERT CASADÓ

LAS VIDAS DE TELLO
–Tello, hijo, tápate bien, no vayas a resfriarte antes de morir.
–Tranquilo, padre –dijo Tello y le besó.
–Que tengas buena muerte.
–Gracias, madre, mañana mismo estaré de vuelta –y la besó.
–¿Qué pasó mientras estuve muerto? –preguntó al día siguiente.
–Verás –dijo su padre–. Con pagar a la funeraria, al médico, al cura, a la floristería y al ayuntamiento por todos los impuestos que le dio la gana cobrar, se nos fueron más de tres mil quinientos euros.
–¡Qué barbaridad! –comentó Tello–, no te puedes morir ni siendo pobre.
–Eran todos nuestros ahorros. Pero, tú no te preocupes –dijo su madre.
Sin embargo, Tello, preguntaba con interés cada vez que resucitaba.
–Mira, hijo. Tras la segunda vez que moriste, a la funeraria le dijimos que por qué cobraron un servicio funerario si tú no estabas muerto. No nos devolvieron el dinero, pero hicieron el segundo servicio sin pasar factura. A partir de la tercera vez, nos denunciaron por falta de formalidad. Al médico tampoco le pagamos más y, por otro lado, le denunciamos ante el colegio de médicos por certificar una defunción que no había sido; pero él, soberbio, hace un certificado de defunción cada vez que te mueres. El cura, tampoco nos devolvió el dinero por la primera misa, pero no se atrevió a cobrar nada por las que ha venido diciendo hasta ahora aunque, eso sí, se niega a hacerlo de cuerpo presente alegando que hace muy feo ver al muerto sobre el túmulo, sin ataúd. La floristería lamentó la pérdida de un cliente tan fiel y tan formal como tú, pero nada más. Por contra, el ayuntamiento, quiere cobrar cada vez que te vas porque dice que todo muerto debe ser enterrado y, por lo tanto, tiene que pagar su impuesto por ocupación de un lugar, ya sea nicho o fosa. Y, cuando les decimos que ya les hemos pagado y que nos devuelvan el dinero de la primera vez porque tú no estás muerto, se aferran al certificado que expide el médico cada mes. Es una auténtica mafia.
–¿Y qué ocurrió con todos mis amigos cuyos cuerpos aparecieron destrozados en el bosque?
–Por orden del ayuntamiento, entre todos los vecinos, recogimos con palas los restos que quedaban de ellos, los cargamos en carretillas y los enterramos en una fosa común. Ya ves, lo que son las cosas, ese día nadie tuvo que pagar nada –le dijo su padre con cierto aire de desconsuelo.
–¿Has visto a alguno de los que murieron en el bosque? –preguntó su madre con curiosidad.
–Allí, las cosas no funcionan como aquí. Son muy distintas.
–Cuéntanos algo, hombre –insistió su madre.
–Está bien –consintió Tello–. Cuando morí por primera vez, fui a parar a una familia muy buena. El padre, Fermín, tiene ya diez y ocho mil quinientos doce años y la madre, Palmira, un poco más joven, solo tiene diez y siete mil doscientos cuarenta. Yo soy el número mil trescientos doce de sus hijos. He estudiado ingeniero, abogado, arquitecto y médico. Mi tiempo libre lo dedico a pintar, esculpir, escribir, hacer deporte. He conocido a una chica, Meli, nos hemos enamorado y nos hemos casado. En los tres mil quinientos catorce años que llevamos casados, hemos tenido quinientos doce hijos.
Sus padres se miraban estupefactos.
–Tello, hijo, ¿te encuentras bien?
–Sí, madre.
–Hijo, ¿todo eso en un día? –preguntó su padre muy asombrado.
–Hay que tener en cuenta que eso que vosotros llamáis así, día, en el otro lado, se transforma en varios miles de eones y tened en cuenta que cada eón equivale a mil millones de vuestros años.
Esta explicación pareció tranquilizarles un poco.
–Por cierto, ¿cuántas veces piensas morirte? –insistió su padre.
–No se trata de lo que yo piense. He de morir una vez por cada uno de mis amigos que desaparecieron en el bosque aquella trágica noche.
–Y eso, ¿por qué? –preguntó su madre.
Tello le cogió las manos y la miró con ternura.
–Alguien, superior a nosotros, lo ha decidido así porque estaba previsto que yo muriese igual que mis amigos. Pero, como me ausenté mientras ocurría la tragedia, ahora he de pagar las consecuencias.
–Y ¿cuántas muertes te faltan? –preguntó su padre con cierto temor.
–La próxima y otra, nada más.
–¿Y luego qué? –su madre estaba angustiada.
–Luego, será como con todo el mundo, me moriré para siempre.
–Hijo, ¿ya has visto a Dios? –preguntó su madre.
–No, madre. Pero, parece que estamos en el buen camino aunque nadie sabe cuándo llegará el momento.
–Y ¿qué tiempo tenéis por allí?
–Es de día cuando estás alegre y de noche cuando estás triste.
Transcurrido el plazo, después de cenar, Tello se fue al aseo, orinó, se lavó las manos y los dientes, se puso el traje de muerto y se tumbó en la cama.
Once cuarenta.
«Y todo esto está ocurriendo por haber ido yo al claro del bosque con mis amigos aquella noche y ausentarme en el momento más inoportuno. En qué mala hora me alejé de ellos para esconderme entre los árboles y que no me viera nadie con los calzoncillos y los pantalones bajados hasta los pies, agachado en cuclillas, con los músculos en tensión, haciendo ímprobos esfuerzos, en un silencio casi imposible de mantener, los ojos casi cerrados, luchando contra aquel contumaz estreñimiento que me obligaba a estar en aquella postura durante largo rato.
Once cincuenta.
»Cuando volví al claro del bosque, con el vientre aliviado, pero dolorido el ano, era demasiado tarde. Ya no se podía hacer nada. Me quedé escondido, aterrorizado. Ante mis ojos, los licántropos devoraron casi por completo a mis amigos dejando un fuerte olor a muerte.
Once cincuenta y cinco.
»Yo no pude soportar aquella impresión. El corazón me latía de manera brutal y quería salirse del pecho. Cada momento que pasaba me sentía peor. Como si fuera un volcán, mi estómago expelía todo cuanto tenía en su interior saliendo por mi boca en chorro casi continuo. Aquel pertinaz estreñimiento se convirtió de repente en una diarrea incontrolable. Me mareé, perdí el conocimiento, caí fulminado y morí».
Once cincuenta y ocho.
El joven, comenzó a sudar copiosamente. Cerró los ojos y adoptó la postura cadavérica cruzando las manos sobre su vientre. Como todas las noches de luna llena, desde hacía unos meses, a las doce en punto, Tello murió.
Cuando volvió a la vida, al día siguiente, habló con sus padres.
–¿Puedo hacer algo por vosotros antes de irme para siempre?
Los padres se miraron entre sí y, con no poca preocupación, le expusieron la idea que tenían. Tello escuchó en silencio.
–Me parece que es lo más justo.
Los tres se abrazaron muy emocionados entre abundantes lágrimas.
La noche en que le tocaba morir por última vez, Tello, tras besar a sus padres y despedirse de ellos, se puso la chupa de cuero repujado, única en el pueblo, y se fue al claro del bosque donde esperó, con cierta intranquilidad, la llegada de los licántropos que, fieles a su cita, se presentaron puntuales para descuartizar a Tello, dejando los trozos que les sobraron esparcidos por todo el lugar.
Al día siguiente, cuando los vecinos pudieron comprobar que Tello no estaba en casa, sospecharon lo peor. Se acercaron hasta el bosque y descubrieron los restos de Tello que identificaron por la chupa de cuero repujado.
Por orden del ayuntamiento, los vecinos, en el más absoluto, sobrecogedor y respetuoso silencio, recogieron con palas lo que quedaba de Tello, lo cargaron en una carretilla y le enterraron en la fosa común junto a sus amigos.
Gratis.

Nombre: Leonardo Albert Casadó.