viernes, 2 de septiembre de 2022

“XVI CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR”. LUCHADORAS. Roma

LUCHADORAS 

Me despierto y mi primer pensamiento es que estoy viva. 

Me estiro, me desperezo. Bajo al patio y me lavo con agua fría que me vivifica. 

El aroma del té y el pan recién preparados impregnan el aire. 

Sentadas en círculo sobre la alfombra me reciben las sonrisas de mis hermanas de lucha. Adà me hace un hueco a su lado y me tiende la mano para ayudarme a bajar.  

Aún me resiento de la herida en el costado. Alcance por metralla en el combate por Kobane, en el que Yildiz resultó muerta. Yo sobreviví. Arrebatamos la ciudad al Isis.  

Hoy me toca salir de patrulla.  

Es paradójico, pero desde que estoy en la montaña, luchando, me siento más en paz que nunca. Cada momento, cada ritual y cada gesto tienen el valor incalculable de lo irrepetible. Me siento el motor de mi vida. Lucho por ser libre como mujer y como kurda.  

Conocí la existencia de escuadrones de mujeres YPJ cuando Arian llegó a mi vida. 

La encontré una mañana en medio de mi rebaño, inconsciente. Las cabras le lamian la sangre seca. 

Entre nosotros la ley de la hospitalidad es sagrada. Por eso, la arrastramos hasta la casa entre mi madre, mi hermana y yo. Los hombres estaban en la guerra. Las mujeres nos quedamos librando las batallas cotidianas. 

Ninguna de sus muchas heridas parecía grave. La lavamos. Despertó al contacto del agua y nuestros dedos. Paseó la mirada por nosotras y derramó lagrimas sin ruido, sin un lamento, sólo agua salada. La vendamos con tela de algodón que destinamos a sudario; en esta ocasión dio vida en vez de acompañar en la muerte.  

Bebió té y leche de nuestras cabras.  

Se fue recuperando con nuestros cuidados a la vez que nos inoculaba la idea de luchar no solo por tener una tierra a la que poder llamar nuestra, Kurdistan, sino también, sobre todo, por el espacio que como mujeres nos corresponde.  

Cuando estuvo lista para marcharse yo me fui con ella. Desgarré el corazón de mi madre y mi hermana, aumentado su soledad, su desasosiego y sus tareas. A pesar de todo me bendijeron y vertieron agua tras nosotras cuando nos alejábamos, costumbre de mi gente para pedir que vuelvas pronto. ¡Inshallah! 

Aquí en Rojava, con estas mujeres, he aprendido otra vida, otras normas. Cocinar, ordeñar, rezar ya sabía. Ya sabía coser, aquí remiendo piel. 

Ahora sé disparar el Kalashnikov que siento como parte de mi cuerpo.  

El valor de la amistad entre nosotras es tan fuerte como los lazos de sangre que me unían a mi familia. 

Se ha despertado mi conciencia como mujer; puedo votar, tomar decisiones, moderar reuniones, crear comisiones, convencer a otras para que se nos unan. Soy protagonista. Soy una, pero juntas somos más fuertes.  

Saco coraje que no sabía que poseía. Lidero a mi grupo en terreno enemigo. En la batalla el miedo no me paraliza, agudiza mis sentidos, estoy en máxima alerta. 

En un rato saldré de patrulla, pero ahora estoy aquí, rodeada, protegida. Oigo sus palabras y sus risas. Veo sus trenzas y sus manos. Todo es real y es único. Lo vivo intensamente, lo saboreo. Soy terriblemente consciente de que puede que no se repita.  

Al atardecer volveré con vida o no volveré. 


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