jueves, 22 de septiembre de 2022

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viernes, 2 de septiembre de 2022

XVI CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR: TARDE DE LUCES Y SOMBRAS

TARDE DE LUCES Y SOMBRAS



Uno no piensa de verdad en la muerte hasta que le ve la cara. Mientras tanto, es algo que le ocurre a los demás, más o menos cercanos y que duele más o menos intensamente pero... verla de frente es otra cosa, pensaba Luis Miguel mientras asistía al velatorio. Allí, sentado y maltrecho, recordaba, en silencio, en la noche de rezos, la tarde en que todo ocurrió, en una pequeña ciudad andaluza, casi capital de provincia, y en donde se veneraba a la virgen de Linarejos.

Nada más poner el pie en el pueblo sintió un escalofrío que le partió la espalda: mal fario le dio esa pequeña plaza de toros, encalada de tal blanco que reverberaba bajo el sol de mediodía. Mucha calor incluso para estar en pleno mes de agosto.

Corrían tiempos de pasión contenida durante demasiados años y se manifestaba desbordada en alegría callejera. Muchas fiestas patronales llevaban lidiadas en el mes; poco sueño a lo largo de malos caminos polvorientos; y mucho cansancio. Pero la vida del torero es la que es, sobre todo cuando se está empezando.

Subió las escalerillas que llevaban al mirador de los toriles en donde se efectuaría el sorteo de los astados. Le acompañaba su hermano Antonio. Su primera corrida de veras, su alternativa, pensó emocionado mientras mantenía el tipo con aires de experiencia. Al llegar, le abrazó su padrino, nada más y nada menos que el famoso Manolete en lo más alto de su carrera, a quien perseguía de pequeño en su barrio de Córdoba. De su vecino copió la profesión y, aunque serio y circunspecto, siempre tenía unas palabras de ánimo cuando le veía jugar en la calle, con el delantal de su madre por muleta.

Algún día seré tu padrino, le repetía el maestro con fe y una leve sonrisa en la seria cara.

Ya está, uno zaino y otro cárdeno ambos de pitones afilados, como todos los miura. Observó de reojo a su protector quien tuvo mejor suerte. Este le miró fijamente a los ojos y, dándole una palmada en la espalda, le dijo: «hijo, tendrás que echarle redaños»

Si pudiera volver atrás…, tendría que haber hecho caso a su instinto y haberse largado de allí. «Pardiez, qué más da la gloria a cambio de lo sucedido».

****

Mientras su Antonio le vestía en aquella habitación oscura de persianas bajadas sentía como, a pesar de la calor, le recorrían el cuerpo gotas de sudor frío.

Luis Miguel, los animales son muy bravos, no les pierdas de vista la mirada dijo Antonio apretando poco a poco los cordones de la taleguilla.

Pierde cuidado hermano, ya no soy un chiquillo, prefiero la bravura a los mansos, esos son impredecibles. Pero, mientras pronunciaba esas palabras, apretaba con fuerza la medalla que le regaló su madre de la virgen de la Fuensanta.

Ninguna temeridad que te conozco, no hemos salido sanos de una guerra para… Antonio calló guardando la siguiente palabra. Como buen torero, hijo de torero y nieto de torero, era supersticioso. ¡Eah!, tú ya me entiendes, que hoy quiero celebrar tu alternativa por todo lo alto y dormir en cama blanda dijo cambiando de tema.

No temas hombre, que ya estoy bragado en estas lides. Hoy voy a salir por la puerta grande, pronunció estas palabras para darse ánimo.

Maestros, están dando las cinco en el reloj de la iglesia y en una hora empieza el festejo. Habrá que ir yendo para la plaza les recordó Manuel, el picador, tras llamar a la puerta.

Vamos, hay que darse bulla Luis Miguel, cinco minutos para tus rezos apremió Antonio. Yo voy abajo para comprobar que todo está en orden.

****

La plaza estaba repleta. En la calurosa tarde de agosto, no cabía un alfiler. La banda de música animaba en lo alto y el brillo plateado de los instrumentos de viento deslumbraba a la cuadrilla mientras hacía el paseíllo.

Comenzó la fiesta y el padrino, tras una faena magnífica, cedió la muerte del primer animal al toricantano, a Luis Miguel. Silencio sepulcral en la plaza, sólo se oía el bufido del morlaco mientras esperaba su muerte. Varios pases de colocación y ya estaba preparada la suerte, giro de piernas apuntando a la cruz del toro quien, de repente, se arrancó en un último instinto de bravura, empitonando a Luis Miguel.

Uno no piensa de verdad en la muerte hasta que le ve la cara. En una fracción de segundo pasó ese pensamiento por su cabeza, sintiendo como se le escapaba la vida con cada gota de sangre derramada en la arena amarilla.

Mira, parece la bandera de España se dijo mientras escuchaba de fondo los gritos de la gente.

Uno no repara en la muerte ni cuando se está muriendo, sentenció por lo peregrino del pensamiento, como si no tuviera importancia su propio sino.

De fondo escuchó más gritos, le salpicó más sangre y esa no era suya. Se sintió en volandas y antes de perder el sentido pudo ver a su hermano Antonio, vestido de plata, enfrentando al toro sin capote y cubriendo su retirada.

Uno no piensa de verdad en la muerte hasta que le ve la cara. Luis Miguel le vio la cara y tenía el rostro de su compadre Antonio, no el suyo. Él apenas sufrió una buena cornada pero su hermano yacía sobre la mesa del comedor materno rodeado de velas, llantos y rezos. Ya van dos en la familia, padre y hermano.

Ya nunca olvidaría que la muerte tiene rostro y es el de de su llegada, siempre llama con antelación, avisa de su presencia, la sentimos en las entrañas, un signo, un escalofrío, un presentimiento.

****

Una coplilla acompañó durante su vida al maestro Luis Miguel, corrió como la pólvora de plaza en plaza, incluso saltó el océano, enredada en un famoso pasodoble, para llegar a las Américas. En ella, se rememoraba tan aciaga tarde:

La parca eligió a Antonio

en la plaza soleada,

la muerte bailó con Antonio

en una triste velada,

adornada de luces y sobras,

prefirió al oro, la plata.



"XVI CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR".Titulo: ETERNO NÁUFRAGO

ETERNO NÁUFRAGO

Me siento en una inmensa nada viendo acercarse en el horizonte la Ítaca deseada,

tan próxima a la vez que inalcanzable, alejándome de ella por una perpetua calma,

de mi isla solo recibo viento cegador, hecho de polvo de culpabilidad,

esa que niega a las velas tatuadas de esperanza, cualquier soplo de vientos de libertad,

castigo por haber partido hacia un mundo en decadencia, habitado por seres indolentes,

que pronto ya solo serán párrafos épicos en los estantes de relatos del tiempo que fue.

Busqué ignorante del precio, ser partícipe en la historia, cronista de mi propia leyenda.

Que lejos estoy de la sabiduría del viajero, la pena ahoga todo aprendizaje,

no describo las maravillas de lo conocido, de lo descubierto,

soy ánfora rota en la que se pierde el conocimiento que allí se derrama.

Por ahora he conseguido hacerme un hueco en este gran vacío,

con un vital y único propósito, seguir navegando sobre las olas del destino,

esperando la caída del telón en las tablas de azul marino, escenario de mi errática travesía.

Soy un simple espectador de mi vida que transcurre entre frustración del apátrida

y el convencimiento del sin rumbo, cuya brújula nunca marca estelas hacia su hogar.

Me siento isla, soy Atlántida condenado a ser engullido por mi prepotencia,

por haber sido negligente e inconsciente, aquel que negó siempre las evidencias,

el que se escondió en las profundas aguas de la soberbia,

uno que ofendió a alguna divinidad celosa de la independencia del espíritu humano,

aquel que usó la inteligencia para escapar de la superstición impuesta,

de las ataduras, de las creencias que se sostienen en una sola palabra, fe.  

Por ahora estoy a salvo en la balsa de los náufragos, esos que van a la deriva,

mecidos por un mar de conformismo, guiados por el desengaño, incrédulos en el mañana.

Mientras, un continuo oleaje de mentiras y falsas esperanzas,

hacen desaparecer una a una las playas de la verdad con su ya escasa y húmeda arena,

allí es dónde se esconde el corazón quebrado de mi humana naturaleza.

Quiero ser afortunado y aunque sea asomado al abismo de este infierno de creación divina, poder engañar a la parca y retornar al puerto de mis ancestros,

dónde unas sabias manos tejen y destejen el tiempo a la espera de un posible reencuentro.

Si finalmente sigo vivo, deseo que, en mi hatillo, equipaje simple para todo un sueño,

lleve simiente de nueva vida, de cambio, de un renacer a una nueva existencia,

que será plantada al arribar a la por ahora tierra añorada y mitológica,

y que, si hay una nueva odisea deje de ser héroe y nauta solitario,

sea únicamente el timonel que trace el rumbo de regreso a mi patria amada.

XVI CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR /LOS CINES, CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA

LOS CINES, CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA.

 

Muchos conservamos en la memoria con cariño el recuerdo de una película, Cinema paradiso, que plasmaba a través de los ojos de un niño en un cine sus sueños y su evasión de la difícil época en la que vivía. Nos empapaba de la magia del cine, de ese ritual casi religioso de juntarnos en una sala a oscuras frente a la gran pantalla, dejando fluir nuestras mentes para vivir con los actores las historias y las experiencias filmadas. La propia película reflejaba, al final, la decadencia de las salas de exhibición.

            Si la película reflejaba la situación al final del siglo pasado, ahora la situación ha ido empeorando con los cierres por la pandemia.  Pero es cierto que el sector de la exhibición en salas de cine ya se encontraba en crisis antes de la llegada del virus.

            La transformación del sector audiovisual, con la mejora de calidad en los dispositivos caseros y la aparición de grandes plataformas ofertando, a precios asequibles, contenidos actuales y variados, ya había dejado tocadas a las salas de exhibición.

            Competir con la comodidad de no salir de casa y ver cine barato era ya muy duro. Además, la aparición de series con buena producción y actores de primera línea  introducía un producto más adaptable, por su estructura en capítulos y temporadas, al consumo en casa que en los cines.

            Para hacer frente a esta competencia televisiva el cine dispone, en exclusiva, de su magia. Para los más jóvenes quizás estos cierres no resulten muy traumáticos, pues, aunque han tenido los cines como una parte de su ocio, no los han vivido como vía principal y casi única, junto a la lectura, de evasión, conocimiento y ensoñación, como sí ha ocurrido con la gente de mi generación.

            Tengo sesenta y nueve años, y para mí los cines han sido  compañeros fieles que me han acompañado en todas las fases de mi vida. Para empezar, recuerdo perfectamente las películas vistas en mis veraneos de niño en el pueblo de mis padres, Campos de Arenoso. El cine sin disponer de  sala o lugar cerrado donde exhibirlo. Explicaré el misterio.

            De vez en cuando, sin ninguna regularidad y exclusivamente en verano, aparecía en la plaza del pueblo el tío Rafael con su Citröen dos caballos, quien colocaba por la plaza unos cartones con fotogramas de la película que iba a proyectar por la noche, en una sábana colgada de la pared de la iglesia. Para complementar la publicidad pagaba un bando;  el aguacil del pueblo lo recorría y en las esquinas estratégicas, después de un toque de su corneta,  describía, con su peculiar estilo para la pronunciación de nombres extranjeros,  el título de la película, sus actores principales, el tema y la hora de inicio.

            Por la noche, la gente acudía con sus propias sillas desde casa y buscaba un buen lugar en la plaza  donde acomodarse frente a la pared de la iglesia y gozar de una  buena visión. El tío Rafael encendía su viejo proyector y montaba sucesivamente los rollos de la película, aunque no siempre en el orden adecuado, lo que provocaba las risas y las chuflas del respetable. Algunos no éramos tan respetables y variábamos de ubicación por los rincones de la plaza, para evitar pagarle al buen hombre el precio  de su servicio, cuando pasaba con su linterna para cobrar. Con todo, aquellas escenas de lujos, aventuras, dramas o humor bajo el cielo estrellado nos sacaban a todos de nuestras rutinas cotidianas y nos permitían imaginarnos en la piel de los aventureros, gozando de los lujos de las películas de comedias americanas, riendo las parodias, o soltando alguna lagrimita, rápidamente reprimida para evitar el escarnio de los colegas.

            En los inviernos en la ciudad, Castellón, el cine se constituía en el principal lugar de evasión, aunque fuera con la ayuda de la imaginación. Eran los años del franquismo, y la vida social estaba marcada por un puritanismo severo y para los jóvenes estaba casi todo prohibido o por lo menos reglado de forma rígida por la Iglesia. El cine tampoco se escapaba a esto, y tanto la censura del Régimen como las calificaciones de las películas por la Iglesia Católica, filtraban de forma muy severa las películas o las escenas permitidas. Lo que pasaba la censura se reglaba según edades. Para los jóvenes el gran reto era acceder a películas de rango de mayor edad de la que teníamos. Lo probábamos de mil maneras, vestimenta de adulto, bigotes tiznados, compañía de primas a modo de novias,…pero los porteros de los cines, imagino que escarmentados por las multas recibidas en caso de relajación, se mostraban como inquisidores  extremadamente celosos de esta función, frustrando la mayoría de los intentos. Eso sí, cuando el engaño tenía éxito era un orgullo contarlo a los compañeros de clase el lunes siguiente, por supuesto, junto a las escenas supuestamente subidas de tono que parecían justificar la calificación.

            También había un  día del espectador, que creo recordar era en miércoles, en el que el precio de la entrada era tan reducido que nos permitíamos el lujo de hacer gamberradas en el cine, que el acomodador nos echara, y volver a pagar para entrar de nuevo.

            Mi afición por el mundillo del cine llegaba al punto de coleccionar los programas o prospectos que se repartían al comprar las localidades. Eran unos pequeños folletos, del tamaño de un tercio de folio aproximadamente, que en el anverso tenían una reproducción a pequeña escala del cartel de la película exhibida esa semana, y en el reverso figuraba el nombre del cine y el horario de sesiones. Por supuesto, yo no me limitaba a guardar  los programas de mis espaciadas entradas a los cines. Con otro amigo, tan friqui como yo, pasábamos todas las semanas por todos los cines a pedir, sin adquirir entrada, el programa correspondiente. Normalmente con éxito, aunque a veces tuviéramos que ponernos un poco pesados o alegar que íbamos mandados por nuestros padres. Llegué a juntar una buena colección, llenando cuatro o cinco cajas de zapatos completamente repletas. En un traslado de vivienda de mis padres desaparecieron, y no sé si mi madre, aunque siempre lo negó después, tuvo alguna intervención en la pérdida, pues andaba aburrida de la cantidad de trastos que almacenábamos entre mi hermano y yo. Fue una pérdida que lamenté toda mi vida, me hubiera encantado curiosear los programas ahora o poder enseñárselos a mi hija.

            Cuando mi hermano, seis años mayor que yo, se fue de casa,  a estudiar primero y a trabajar después, me ponía al día de las novedades cinematográficas, en sus visitas vacacionales. Aún recuerdo perfectamente su detallada descripción de una secuencia de una película de James Bond, del que era gran fan, en la que mataban a una mujer pintando su cuerpo desnudo con oro, lo que se suponía le provocaba la muerte por falta de transpiración.

            Al final de los sesenta me tocó a mí el turno y marché a estudiar a la Universidad de Valencia. Aquello sí que fue un cambio espectacular que me marcó profundamente. En Castellón, la programación solía ser muy comercial abarrotada de las películas taquilleras del llamado landismo, siendo escasa la llegada a la cartelera de películas con pretensiones culturales, de cine alternativo o con cierto reconocimiento en festivales. Al llegar a Valencia, la universidad, los cines de arte y ensayo, los cine-clubs de los colegios mayores, y sobre todo la programación del cine Xerea, verdadero templo de los cinéfilos de la época, hicieron que se me abriera un nuevo mundo ante mis ojos.

El Xerea, como le llamábamos, ofrecía un programa doble con películas de calidad, por lo menos de la calidad que se esperaba en círculos universitarios y alternativos, cine más comprometido políticamente con la izquierda, más experimental o más de vanguardia. Y ¿Cuál era la forma de valorar la calidad del cine que se ofrecía en Valencia? Por supuesto, La Cartelera Turia, verdadera biblia de los cinéfilos universitarios. Valoraba en puntos del cero al cinco todas las películas exhibidas en la ciudad, cebándose a la baja con el cine comercial español y americano de la época y valorando al alza el cine de los Bergman, Rossellini, Ford, Pasolini, Wilder, Fellini… y entre los españoles Buñuel, Saura, Berlanga…Como las disponibilidades monetarias de los universitarios en aquellas épocas eran escasas, recuerdo hacer análisis sesudos de las diferentes opciones de cine en función del coste de la entrada y los puntos otorgados por la Cartelera Turia. Así decíamos:

—¡Esta semana hay que ir al Xerea, sale el punto a seis pesetas…!

 

 

            A partir de ese momento mi relación con el cine se hizo más sólida y permanente, convirtiéndose en uno de mis pasatiempos favoritos, y a medida que mis disponibilidades económicas fueron mejorando, fui ampliando las opciones a mejores salas o salas de estreno, eso sí, siempre siendo selectivo y estudioso a la hora de escoger mis opciones.

            De hecho ahora, en esta difícil época que nos ha tocado vivir, en la que, por supuesto, me ha tocado sucumbir al uso de plataformas, mi mujer se enerva cuando empiezo a pasar películas sin acabarme de decidir, consumiéndose el momento de visionarlas. No me gusta ver películas sin saber de qué van, si tienen alguna cosa que me pueda llamar la atención, o dicho de otra forma que no me suenen nada. Leo bastante sobre cine y, aunque mi cabeza no almacena la información con la facilidad de otras épocas, suelo quedarme con las pelis que me suscitan interés o están recomendadas por personas cuya opinión respeto. Dicho de otra forma soy de ir a buscar la película, no de recibir cualquier cosa que me ofrezcan sin más. Cine escogido sí, televisión con lo que sea, no.

            Por todo ello, contemplo con mucha tristeza este proceso de agonía del cine, o por lo menos, de lo que yo entendía como cine. Me ha ayudado tanto a soñar, a conocer, a disfrutar, a ilusionarme, a desolarme, a ver chicas guapas con poca ropa, a reírme hasta encanarme, a formarme, a evolucionar…, en una palabra, a vivir;  que siento su muerte como la de un amigo que me ha acompañado toda la vida sin defraudarme nunca.

           

                                 

 

“XVI CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR”. LUCHADORAS. Roma

LUCHADORAS 

Me despierto y mi primer pensamiento es que estoy viva. 

Me estiro, me desperezo. Bajo al patio y me lavo con agua fría que me vivifica. 

El aroma del té y el pan recién preparados impregnan el aire. 

Sentadas en círculo sobre la alfombra me reciben las sonrisas de mis hermanas de lucha. Adà me hace un hueco a su lado y me tiende la mano para ayudarme a bajar.  

Aún me resiento de la herida en el costado. Alcance por metralla en el combate por Kobane, en el que Yildiz resultó muerta. Yo sobreviví. Arrebatamos la ciudad al Isis.  

Hoy me toca salir de patrulla.  

Es paradójico, pero desde que estoy en la montaña, luchando, me siento más en paz que nunca. Cada momento, cada ritual y cada gesto tienen el valor incalculable de lo irrepetible. Me siento el motor de mi vida. Lucho por ser libre como mujer y como kurda.  

Conocí la existencia de escuadrones de mujeres YPJ cuando Arian llegó a mi vida. 

La encontré una mañana en medio de mi rebaño, inconsciente. Las cabras le lamian la sangre seca. 

Entre nosotros la ley de la hospitalidad es sagrada. Por eso, la arrastramos hasta la casa entre mi madre, mi hermana y yo. Los hombres estaban en la guerra. Las mujeres nos quedamos librando las batallas cotidianas. 

Ninguna de sus muchas heridas parecía grave. La lavamos. Despertó al contacto del agua y nuestros dedos. Paseó la mirada por nosotras y derramó lagrimas sin ruido, sin un lamento, sólo agua salada. La vendamos con tela de algodón que destinamos a sudario; en esta ocasión dio vida en vez de acompañar en la muerte.  

Bebió té y leche de nuestras cabras.  

Se fue recuperando con nuestros cuidados a la vez que nos inoculaba la idea de luchar no solo por tener una tierra a la que poder llamar nuestra, Kurdistan, sino también, sobre todo, por el espacio que como mujeres nos corresponde.  

Cuando estuvo lista para marcharse yo me fui con ella. Desgarré el corazón de mi madre y mi hermana, aumentado su soledad, su desasosiego y sus tareas. A pesar de todo me bendijeron y vertieron agua tras nosotras cuando nos alejábamos, costumbre de mi gente para pedir que vuelvas pronto. ¡Inshallah! 

Aquí en Rojava, con estas mujeres, he aprendido otra vida, otras normas. Cocinar, ordeñar, rezar ya sabía. Ya sabía coser, aquí remiendo piel. 

Ahora sé disparar el Kalashnikov que siento como parte de mi cuerpo.  

El valor de la amistad entre nosotras es tan fuerte como los lazos de sangre que me unían a mi familia. 

Se ha despertado mi conciencia como mujer; puedo votar, tomar decisiones, moderar reuniones, crear comisiones, convencer a otras para que se nos unan. Soy protagonista. Soy una, pero juntas somos más fuertes.  

Saco coraje que no sabía que poseía. Lidero a mi grupo en terreno enemigo. En la batalla el miedo no me paraliza, agudiza mis sentidos, estoy en máxima alerta. 

En un rato saldré de patrulla, pero ahora estoy aquí, rodeada, protegida. Oigo sus palabras y sus risas. Veo sus trenzas y sus manos. Todo es real y es único. Lo vivo intensamente, lo saboreo. Soy terriblemente consciente de que puede que no se repita.  

Al atardecer volveré con vida o no volveré. 


CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR: El Piano



EL PIANO 

    

El tren avanzaba velozmente. Ante mis ojos pasaban vertiginosamente los campos sembrados de trigo, los inmensos viñedos y los pequeños pueblos que se vislumbraban en la lejanía donde destacaban las torres de los campanarios de las iglesias. 

Me sentía muy cansando por lo que cerré los ojos y me sumergí en mis pensamientos. 

¡Cuántas veces había hecho el mismo recorrido!. Pero esta vez iba solo… 

Mi esposa había fallecido solo hacía unos meses y su sólo recuerdo hizo que unas lágrimas resbalaran por mi cara. 

El sonido del altavoz anunciando la próxima llegada a la ciudad hizo que me secara rápidamente las lágrimas y me dispusiera a recoger mi pequeña maleta. 

A pesar de los años transcurridos poco había cambiado en la estación. 

Rápidamente me dirigí a coger un taxi para ir al hotel.  

Cual sería mi sorpresa cuando vi el número del taxi era el 007. No pude por menos que sonreír. 

Era el que solía coger con mi esposa y ella me decía:  

¡Juan eres un espía famoso, vas en su coche! 

La cara del taxista me resultaba familiar. Era aquel muchacho, ahora ya canoso, que dejó su Cádiz natal, para seguir a una mujer. 

-Caballero, ¿dónde le llevo? 

Todavía conservaba el ceceo de su tierra natal 

-Al hotel Mediodía, le contesté. 

Por el camino, como si fuera un turista más, me fue señalando los sitios más emblemáticos de la ciudad. 

El no me había reconocido, los años pasados y los sufrimientos con la enfermedad de mi esposa, había plateado mis cabellos y cubierto de arrugas mi rostro. 

Al llegar al hotel vi que se habían realzado muchos cambios. El hall se había agrandado y decorado con sumo gusto. 

Me dirigí a la recepción y una joven y bella muchacha me recibió con una sonrisa. 

Después de darme la bienvenida y anotar mis datos personales, me dio la tarjeta de mi habitación. 

 Ya en el ascensor me di  cuenta de que me habían dado la habitación 501. Al abrir la puerta sentí como mi corazón latía aceleradamente. Era la habitación que solía ocupar con mi esposa cuando visitábamos la ciudad. 

Agotado con tantas emociones, me deje caer pesamente en la cama y cerrando los ojos me sumergí en un sinfín de recuerdos. 

Había abandonado mi ciudad para recorrer el mundo dando conciertos de piano, acompañado siempre de mi esposa, pero mi corazón se había quedado allí, en el recuerdo de mis amigos y familia. 

Ahora volvía  para despedirme de todos mis recuerdos y sobre todo de poder tocar de nuevo por última vez mi querido piano, ya que había visto en un periódico la noticia de que querían subastarlo.  

Ya hacía mucho tiempo que en el Ateneo, ya no se realizaban conciertos y querían desprenderse de él. 

El timbre del teléfono me hizo volver a la realidad. 

Era la recepcionista preguntando si deseaba que me reservaran mesa para cenar. Le contesté que no. 

Comprobé que todavía era temprano para ir al Ateneo, por lo que decidí descansar en la habitación. 

Todos mis recuerdo se unían para recordar aquellos días en que daba conciertos los martes en la sala de la chimenea del Ateneo. 

Media ciudad no faltaba a ninguno de ellos, por lo que me sentía arropado y querido por todas las personas que ningún martes faltaban a la cita. 

De pronto sentí una fuerte punzada en el corazón. Tengo que darme prisa pensé, en cualquier momento como me había diagnosticado el médico antes de partir, me puede repetir el infarto y está vez mi corazón está demasiado dañado para soportarlo. 

Tengo que darme prisa, murmuré, pueden cerrar el Ateneo y quiero aunque sea por última vez tocar en mi querido piano. 

Me vestí lo más rápidamente que pude y después de haber comprobado mi  aspecto en el espejo del armario, me dispuse a salir. 

Intentando caminar con paso ligero atravesé la famosa plaza de Doña Juana, donde todavía se conservaba aquel olivo centenario donde numerosas aves lo utilizaban como refugio. Me encaminé dando un rodeo a la calle Hijosdalgo. El olor a  flor de azahar de los numerosos naranjos impregnaba toda la calle. Crucé hacia la plaza del mercado y entrando en la calle Veracruz divisé el bello edificio del Ateneo. 

La puerta del jardín se encontraba abierta. Aprovechando esta oportunidad entré en él.  Estaba muy descuidado, en el suelo una alfombra de hojas demostraba que ya nadie se ocupaba de cuidarlo. En un rincón un enorme jazmín ponía con sus olorosas flores un poco de encanto a aquel lugar tan entrañable lleno de numerosos recuerdos.  

Después de los conciertos, un grupo de amigos nos sentábamos en sus cómodas butacas, ahora desaparecidas, y continuábamos nuestras charlas, tomando una copa de vino, hasta que Mario, el conserje, nos invitaba a marcharnos. 

Avancé hacia la puerta que daba a la cafetería, al entrar en ella vi que estaba descuidado, abrí la puerta que daba al hall y cual sería mi sorpresa al ver sentado en la mesa, con un periódico en la mano, a nuestro recordado Mario. 

¡Como habían pasado los años! 

Su pelo era totalmente blanco y al levantarse al verme puede apreciar una ligera cojera, que delataba la artrosis que le aquejaba. 

-¡Don Juan!, exclamó al verme- y tendiendo los brazos me abrazó efusivamente. 

-¿Cómo Vd. por aquí?- 

-Mario, he leído en la prensa que van a subastar el piano y he tenido la necesidad de tocar por última vez en él- 

-¿Hay algún problema para que pueda pasar unos minutos tocándolo?- 

-Claro que no-, exclamó Mario y acercándose a la puerta de la sala, la abrió. 

-Don Juan esté todo el tiempo que le plazca-, pero haciéndome un guiño, añadió 

-No le garantizo que esté afinado. Hace mucho tiempo, desde que Vd. nos abandonó, que ya no se realizan conciertos. 

-Eran otros tiempos – añadió. 

Entré en la sala. Todo seguía igual. Las mismas butacas alrededor de la hermosa chimenea. Las columnas jónicas sujetando el techo, imitando a un templete, y justo en medio mi piano… y al fondo la lámpara que todavía conservaba la vieja pantalla manchada en aquel día aciago en que Doña Paquita vertió medio café en el salón salpicando todo lo que estaba a su alrededor. 

Me acerqué al piano. Todo el salón estaba muy descuidado. Se notaba que ya no se usaba y nadie cuidaba de su conservación. 

Al levantar la tapa y retirar la bayeta que cubría sus teclas, noté una punzada en el corazón, y deslizando la mano sobre ellas no pude por menos que acariciarlas. 

Acerqué el asiento y sentándome en él, me dispuse a tocar mi pieza favorita, la que tantas veces había interpretado.      

Las notas de la Polonesa de Chopin sonaron en el salón. 

Mis manos cobraron vida por unos instantes. Se deslizaban rápidamente y la melodía invadía el lugar como años anteriores. 

Por unos instantes cerré los ojos y ante mi desfilaron las imágenes de la época en que mis conciertos llenaban el salón. Siempre, al terminar, sonaban las campanas del reloj cercano. 

De pronto mi mano izquierda quedo paralizada. Sentí un terrible dolor y mi cuerpo se fue deslizando desde el  taburete hacia el suelo. 

El piano dejo de sonar y se oyeron las campanadas del reloj, como en años anteriores. 

El concierto había terminado…  

 


     


XVI CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR-SENSACIONES DE UN JUBILADO

SENSACIONES DE UN JUBILADO

Me acabo de jubilar. Cuesta de creer, dado que es difícil asimilar que no tendré que trabajar más para ganarme el pan como hace el resto de mortales. No me lo trago, eso de estar jubilado. Parece que esté soñando, pero es verdad. Aun así, no me limitaré a llevar una vida sedentaria propia de la gente mayor, pese a que algunos practican ejercicio físico por prescripción facultativa. Lejos de buscar el sosiego del Centro Cívico Municipal, donde holgazanear jugando al dominó o charlando en tertulias eternas, yo prefiero saborear cada instante con la máxima intensidad, día tras día y semana tras semana.

Por ejemplo, el día que me jubilé quería hacer una proeza especialmente genuina para demostrarme que aún conservo suficiente vigor para emprender cualquier aventura. Enfilé en coche hacia la Ampolla y, una vez allí, inicié la carrera por el camino de ronda hasta el islote del Águila, donde me bañé antes de regresar. Doce kilómetros trotando por un sendero agreste repleto de pinos, escalones y roquedal atravesando las calas más vírgenes y solitarias del sur de Cataluña. Fueron dos horas dándole caña a tope. Una experiencia estimulante y agotadora a la vez.

En resumidas cuentas, que me encuentro hecho un chaval. Incluso una agencia de viajes me ha propuesto hacer de modelo en un vídeo promocional sobre la tercera edad para el extranjero. Cabe decir que me siento fresco como una rosa, pese a que las rosas tardan poco en marchitarse. Cumplir sesenta años hoy en día no significa ningún descalabro, aunque si contamos un segundo por año, se tarda un minuto justo hasta llegar a los sesenta. ¡Uf, qué viejo soy! El paso del tiempo no se puede detener. Nuestro reloj biológico corre sin demora. Pero existen veteranos, rebosantes de optimismo, que piensan que la edad es sólo un número y que con ilusión se puede alcanzar cualquier meta.

Aunque la edad no perdona, necesito sentirme activo, por eso suelo calzarme unas zapatillas deportivas y salir a correr cada tarde. Por irónico que parezca me gusta sudar, resoplar como una cafetera. Correr es una especie de necesidad vital, puesto que noto los músculos trémulos por el esfuerzo, la adrenalina fluyendo por las venas y el corazón latiendo con la fuerza de un tambor. No obstante, he llegado a la conclusión que a mi edad debo participar en las carreras populares no con intención de disputarlas, sino de disfrutarlas. En cuestiones de salud, las cosas pueden cambiar de la noche a la mañana, aunque confío seguir trotando por los caminos de los alrededores. Hay que hacerlo mientras el cuerpo aguante, antes de convertirse en un carcamal.

Al echar la vista atrás me doy cuenta del cúmulo de experiencias vividas. Durante media vida, treinta y seis años concretamente, me he volcado en cuerpo y alma en la tarea docente. Cuando empecé a trabajar presumía de una exuberante cabellera castaña, unos años después ya tenía entradas y en estos momentos estoy calvo y con las sienes repletas de canas. Cabe añadir que la docencia es una de las faenas más estresantes que existen. Recuerdo que al final de mi etapa activa, una compañera me preguntó refiriéndose al trabajo: ¿no lo echarás de menos? Mi respuesta fue: "en absoluto". Sin embargo deseo ser recordado como ejemplo educativo de honradez y perseverancia.

Desde que ha llegado la hora de reposar, de relajarme lejos del ajetreo de la rutina laboral, poco me queda por hacer, excepto gozar de las vacaciones perpetuas que supone una jubilación dorada. A medida que pasa el tiempo, te adaptas a esa nueva realidad. Los días transcurren con pasmosa celeridad. Me limito a cavilar las actividades que quiero desempeñar cada día y voy haciendo lo que me place hasta final de mes para cobrar la paguita de la pensión.

¿Cuál es la principal diferencia con estar jubilado? La falta de horarios. No hay que poner el despertador para levantarse temprano. Puedes seguir con la costumbre de la siesta, como en las vacaciones de verano. Tienes el resto del día para realizar labores que antes no hacías como barrer, fregar y poner el lavavajillas. Otras que no sabías que existían: planchar y quitar el polvo. O dedicarte a cosas que te apetecen: leer, escuchar música, caminar... Puedes holgazanear por la orilla del mar cuando no hay casi nadie. El agua está algo fresca y es preciso hacer de tripas corazón para darse un chapuzón, pero vale la pena. Yo prefiero dejarme acariciar los tobillos por las olas que lamen la arena de la playa. O vagar por las calles. A veces te encuentras algún conocido de tu edad que te explica sus cuitas con el infortunio. ¡Qué bueno es sentirse bien! Lógicamente no estoy exento de las enfermedades que todo el mundo padece, tampoco es que sea el abuelo prodigio por haber llegado a los sesenta sin tropiezos graves. Pero debo reconocer que siempre me he considerado una persona afortunada. No me puedo quejar.

Otra peculiaridad es que todos los días son iguales. No importa que sea lunes, jueves o domingo. Se pierde la noción del tiempo, porque deja de ser importante para convertirse en relativo. Sin los entresijos de la escuela ni la obligación de bregar con alumnos de todo tipo, procurando captar la atención de unos chiquillos poco acostumbrados al hábito del esfuerzo, porque prefieren la tecnología digital que les proporciona una respuesta inmediata a sus afanes, dispongo de tiempo para ocuparme de cuidar el jardín de casa y de la finca de naranjos heredada de mis padres y abuelos. Sin el rígido horario del mundo laboral ni el deber de cumplir una serie de objetivos, poseo libertad absoluta para dedicarme a mis hobbies. Como amante del cine, veo películas de vídeo, leo con ahínco, escribo las historias que me rondan por la cabeza, que pese a ser producto de mi ingenio, me sirven de terapia y me ayudan a ejercitar la mente. De vez en cuando, mi esposa y yo hacemos escapadas a los rincones mágicos del país, porque considero el viajar como un regalo para los sentidos. O bien simplemente me acerco a la playa con el acicate de recibir los tibios rayos de sol del otoño, mientras contemplo extasiado el insondable mar hasta la línea del horizonte y dejo volar la imaginación… Son los pequeños placeres que me permiten saborear la vida.

Hoy día, lejos del bullicio de las clases, suelo pasear tranquilamente por los lugares donde hace tiempo se produjo algún evento relevante de mi vida, tratando de evocar con nostalgia ciertos acontecimientos del pasado que la memoria casi no retiene. A medida que envejeces, se van perdiendo facultades mentales y yo ya tengo lapsus angustiosos. Antes de que tales achaques me afecten seriamente y los recuerdos caigan en el olvido, me gusta rememorar los episodios de juventud que aún conservo. Dejo vagar la mente y de entre los recovecos del cerebro se filtra una anécdota especialmente voluptuosa. Hace unos cuarenta años, hacíamos una fiesta en la terraza del chalet de un amigo. Era verano. Anochecía y al disponer la vivienda de acceso directo a una cala, algunos decidieron bañarse bajo la luna. Yo opté por permanecer junto a una turista holandesa algo quisquillosa, casi huraña. Apenas recuerdo su fisonomía, solo que era alta, delgada, rubia, de ojos azules y piel clara. De repente, inicié un intrépido coqueteo. En un arrebato, al quitarle las gafas para darle un beso, vencí su pertinaz timidez y aquella chica extranjera dejó de mostrarse arisca para transformarse en un volcán en erupción. La gatita pusilánime se convirtió en una pantera salvaje... Sí, aún hay cábalas frívolas que logran arrancarme una pícara sonrisa y, por unos instantes, enardecen mis ánimos decaídos hasta volver a sentirme joven, a sentirme vivo.

"XVI CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR- Título, AHORA

   AHORA 


Ahora…

te amaría distinto.

Sin la avidez del desheredado,

sin la glotonería del niño imprudente,

sin la avaricia del tacaño

ni la premura de los pocos años.

 

Así no…

Ahora, te amaría pausado.

Las emociones medidas,

el tiempo embelesado,

y el deleite de tu goce

detenido en mis manos.

 

Sin prisa

me perdería en tus laberintos

sin perseguir la salida

con insensatas urgencias.

Escucharía extasiada tus silencios

y, con devoción retendría,

el latido de tu alma en mi pecho.