"Desde el umbral"
Rodrigo llevaba media vida contemplando el mundo desde el umbral. Para él tenía una clara ventaja, siempre podía elegir entre cruzarlo o quedarse fuera. Una vez, cuando joven, lo cruzó para rendirse en los brazos de quien pensaba compartiría su vida, ingenuidad de adolescente. Cuando ese amor decidió abandonarlo y compartir la vida con otro, quedó muy tocado, cruzar el umbral se convirtió en un riesgo que su mente no estaba dispuesta a volver a asumir sin una causa muy especial…que no llegaba.
La vida no dejaba de pasar, amigos tuvo pocos, como mucho conocidos, con la seguridad que da estar en las puertas de la vida, sin cruzar ese umbral. Relaciones nunca, sexo cuando lo necesitaba, pero nunca amor, no quería volver a sufrir.
Con el tiempo se construyó una coraza que desde el quicio, ese que no quería traspasar, le evitara salpicarse de las manchas que en su camino podía encontrar, de los charcos que no tendría que pisar, de las disputas que se ahorraría por no tener que tomar partido. Era una vida anodina, pero era su vida, la que él había elegido.
¿Era el miedo que marcó aquella antigua frustración, o no quería compromisos que le hicieran sufrir nuevas decepciones?
Una tarde estaba sentado en la barra de un bar, solía ir bastante, todos eran conocidos, aunque esa tarde ningún conocido compartía barra, solo el camarero. Para él las costumbres eran buenas consejeras. Cerca de su bastión, en un rincón de la barra desde donde podía verlo todo sin ver nada, una pareja treintañera discutía. Por momentos la conversación tomaba derroteros peligrosos, los reproches eran mutuos y era difícil deducir quien tenía razón, si eso importaba, viendo la violencia verbal que ambos se cruzaban.
En medio de la discusión la chica se quiso ir cansada de escuchar insultos, su pareja la cogió del brazo, la retuvo, ante la persistencia en zafarse le dio un puñetazo, de los malos, con saña, mala sangre diríamos. Pero la joven aguantó de pie el golpe, tenía coraje.
Seguía reteniendo su brazo el tipejo que utilizó tamaña violencia, desde ese momento, perdió la razón. Sin soltarla, el tío era muy cabrón, blandió de nuevo el puño con mayor odio en su rostro, pero antes de que el "valeroso" galán volviera a golpear a la joven, niña grande, quizás ya conocedora de los golpes de ese rufián, Rodrigo le cogió el brazo, impidiéndole que pudiera descargar un nuevo golpe, que hubiera sido más demoledor que el anterior...
El "valiente" muchacho, soltó a la chica y el puñetazo que a la joven no pudo dar, en la cara de Rodrigo dio, con el ojo morado, vacilando del trompazo, a medio trastabilleo, aun tuvo arrestos, sacó la pierna a pasear y al intrépido joven le endosó una patada en el arco del triunfo que le hizo, enrollándose mientras caía, con sus huesos el suelo del bar conocer íntimamente.
La joven, viéndose libre salió del bar corriendo, sin volver la mirada ni decir un adiós, ni un gracias.
El camarero, viejo conocido de Rodrigo, salió momentos antes, pero solo pudo certificar el ojo morado de Rodrigo y levantar al del suelo caído. Ya no tan valiente, eran dos los contrincantes y no una joven mujer, miró con todo el odio del mundo a Rodrigo, instantes eternos, como sin querer olvidar su cara y salió corriendo antes de que nadie pudiera hacer nada.
El asunto no pasó a mayores, el valiente y la chica huyeron, Rodrigo tampoco quiso denunciar, sería una pérdida de tiempo, ni sabían el nombre ni nada de nada.
Visitó el ambulatorio que tenía cerca, y el tema se fue olvidando, igual que los comentarios de los parroquianos sobre el lance y la actitud de Rodrigo, que todos los que le conocían, extrañaban.
Estaba el moratón en trance de blanquearse. Una tarde, ya al anochecer Rodrigo salió de casa con una bolsa de Consum. Llevaba unos trozos de chatarra para un amigo, más cierto decir que era un buen conocido, de pocos dineros, que malvivía con la venta de metales, chapucillas y ayudas varias, sobre todo cuando de cargar peso se trataba, ya que Alfonso, su amigo, era tan grande en bonanza como en presencia, parecía un oso, y de fuerza ni se sabe, imponía hasta que conocías su afable carácter.
Bueno, pues hacia el bar de siempre, encaminado iba Rodrigo, cuando en un jardincillo que tenía que atravesar entre sombras, sin previo aviso, sintió la entrada en la carne, por la espalda, de un afilado, y muy frio metal, varias veces, cinco le contaron después. Por la sorpresa del traicionero ataque, un golpe de adrenalina, bendita adrenalina, hizo que se volviera y a bulto, sin mirar, soltara un trompazo con la bolsa de Consum, que en la cara del felón dio.
Con tal violencia le impactó que cayó en redondo, pudo verle la cara antes de que se le cubriera de sangre, era el "valiente" maltratador, que ahora, con ignominia y vileza le hizo trizas la camisa y algo de su piel también.
Rodrigo, en frio, cuando ya empezaba a notar un intenso dolor, antes de desmayarse, pudo utilizar el móvil y llamar a emergencias. Ya no supo si fue su llamada, o la de alguien que pasó, qué más da, el SAMUR, la policía llegaron al momento. Le estabilizaron y se lo llevaron con suma rapidez. El otro cabrón hizo un viaje, que pasaría también por el Hospital, el Juzgado de Guardia y la cárcel.
Las heridas de Rodrigo eran muy graves, pero tuvo suerte y no llegaron a mortales, en la UCI se recobró, era fuerte. Al mes pasó a planta, y allí estaba, pendiente de recibir por fin el alta, recibiendo visitas de conocidos, familia, todos alabando su valentía y lamentando el alevoso ataque que sufrió. Rodrigo agradecía la visita y languidecía, por lo que la gente pronto marchaba, lo que en el fondo quería.
Una mañana llegó su familiar más querido, y eso saben, en él era extraño, pero con su prima Maite… Desde siempre muy cercana, de su edad, con un carácter similar. Casi niños, en el campo jugaban, existía amistad, cariño, verdadera connivencia.
Después de intercambiar besos, nimiedades, guasas y lo que surge entre cariños de verdad en visita hospitalaria, Maite comentó.
─Rodri, nos has dejado flipados a todos con tu comportamiento. Fuiste un héroe, y lo que hiciste, no es propio de ti. Nos conocemos bien, y lo sabes. Luego ésta agresión, ¿cómo te sientes?, ni contaste nada a la familia. Si no es por la policía aquí te quedas solo, eres la hostia primito.
─ ¿Por los hechos?, hechos están y ninguno era tan importante para avisar. No me gusta dar explicaciones, me cansan, y las hubiera tenido que dar. Por eso, mi mutismo.
─Eres para coleccionar, ¿qué sabes del hijo puta que te agredió?
─Que por fin dará con sus huesos en la cárcel, no por maltratador, que ya se lo merecía, sino por intento de asesinato, con premeditación, alevosía y encima, nocturnidad. Además, le rompí la mandíbula gracias a Alfonso y le han tenido que sacar varios dientes. Bonito no quedará.
─ ¿Quién es Alfonso?
─No importa Maite, una tontería mía.
─Primo, ¿me permites una pregunta?
─Creo que de ti me la estoy esperando, Maite. Ándale.
─Con tu forma de ser, por tu carácter, ¿cómo te metiste en la pelea de aquella pareja?
─Lo sabía prima─. Con limpia sonrisa contestó Rodri─. Primero, porque iba a dejar guapa a la chica, y segundo Maite, que en el umbral muchas veces hace frio.
Maite sonrió, conocía bien a su primo y la respuesta no le sorprendió.