lunes, 18 de septiembre de 2017

10. LA TARDE DESHOJADA por CARMEN SERRANO AYUSO

LA TARDE DESHOJADA


Piel con piel. El amor expresaba ese deseo innato, sin edad. Un encuentro regalado por lo de reconocer la llegada de algo no esperado, aunque sí deseado.
El mar, su santuario. Y también el de ella. Entre olas de blanco romper, todos los días parecían distintos y únicos.
Desde su encuentro, la ilusión presidía sus vidas, dormidas antes o aletargadas en espacios y tiempos estáticos y gélidos.
Las tardes rompían con olor a mar y a primavera. La incipiente textura de arenas marinas, bordadas a destiempo, ofrecía flores dibujadas por las olas.
La brisa acariciaba sus mejillas. Eran dos. No importaba quienes eran, ni de donde venían. Poco a poco iban descubriendo que ya nunca serían de nadie más.
Las estaciones se sucedían.
Paseos junto al mar, sonrisas mágicas. El tiempo latía con fuerza y sin letargo, apostando por un amor nuevo y firme.
Recorrían los caminos del corazón por estrechos laberintos, y al final podían salir de ese túnel iluminado con una luz tenue.

Pero la realidad, ávida y cierta, pronto loes mostró esos caminos ya conocidos y frecuentados, impregnados de savia de años vividos. Tenían otras vidas, empezadas y amadas.
Todo este tiempo habían vivido los momentos con intensidad. Ahora los relojes parecían pararse y la melancolía iba anidando en sus almas.
Una tarde de otoño, las hojas caían, mecidas por un viento desolador. El mar aparecía blanco, reflejo de ese cielo también blanco y casi inerte. Un silencio implacable parecía borrar la esperanza.

De la mano, las dos frente al mar. Sólo el sonido de las olas y lágrimas a flor de piel. Después el adiós. Ahora caminarían en distinta dirección. Eso sí, siempre junto al mar.


9.TIEMPO BLANCO (SEXTINA) por CARMEN SERRANO AYUSO

TIEMPO BLANCO (SEXTINA)

El tiempo que pasó deja las horas
inmóviles, sin luz, rompe los años.
Pasado, cicatriz, fríos los días,
camino ya sin ver eterna vida,
efímera ilusión sobre mis pasos.
Roto ya el corazón, silencio blanco.

Hoy la sombra fugaz viste de blanco.
Se ha parado el reloj, no da las horas.
Perdí la plenitud, cuento los pasos.
Inerte soledad, gélidos años.
Recuerdos que sin voz son de otra vida.
Deshabitada ya, vuelven los días.

El viento aterrador cubre los días.
Sin dejar de sentir hastío blanco.
Paisaje sin color, agreste vida.
Es la ausencia tenaz de aquellas horas,
veneno sin morir, íntimos años.
Ajena sensación cubre mis pasos.

La memoria de ayer, desiertos pasos.
Arañó el corazón, áridos días.
Latidos por llegar, ensueño de años.
Espejismo banal y un cristal blanco.
El miedo me invadió en negras horas.
Titanes sin valor, oscura vida.

Muerte vana sin ti, tangible vida.
Camino por andar, busco mis pasos.
Desfallezco sin ser tiempo en las horas.
Tinieblas que vendrán en breves días.
Fuego fatuo por ti, amor en blanco.
Lágrimas de mujer y negros años.

Tu entre mis manos ya, lánguidos años.
Tierra sobre el amor es muerte en vida.
Estrellas sin lucir y viento blanco.
La vida sin sentir sigue tus pasos.
Tristeza sin medir, marchitos días.
Fuga de la ilusión y parcas horas.

Sin ti y sin las horas ya no hay años.
Voy perdiendo los días ya sin vida.
Los pasos son un sueño, sueño blanco.

8. "Desde el umbral". Francisco Juan Barata Bausach

   "Desde el umbral"
    Rodrigo llevaba media vida contemplando el mundo desde el umbral. Para él tenía una clara ventaja, siempre podía elegir entre cruzarlo o quedarse fuera. Una vez, cuando joven, lo cruzó para rendirse en los brazos de quien pensaba compartiría su vida, ingenuidad de adolescente. Cuando ese amor decidió abandonarlo y compartir la vida con otro, quedó muy tocado, cruzar el umbral se convirtió en un riesgo que su mente no estaba dispuesta a volver a asumir sin una causa muy especial…que no llegaba.
     La vida no dejaba de pasar, amigos tuvo pocos, como mucho conocidos, con la seguridad que da estar en las puertas de la vida, sin cruzar ese umbral. Relaciones nunca, sexo cuando lo necesitaba, pero nunca amor, no quería volver a sufrir.
     Con el tiempo se construyó una coraza que desde el quicio, ese que no quería  traspasar, le evitara salpicarse de las manchas que en su camino podía encontrar, de los charcos que no tendría que pisar, de las disputas que se ahorraría por no tener que tomar partido. Era una vida anodina, pero era su vida, la que él había elegido.
     ¿Era el miedo que  marcó aquella antigua frustración, o no quería compromisos que le hicieran sufrir nuevas decepciones?
    Una tarde estaba sentado en la barra de un bar, solía ir bastante, todos eran conocidos, aunque esa tarde ningún conocido compartía barra, solo el camarero. Para él las costumbres eran buenas consejeras. Cerca de su bastión, en un rincón de la barra desde donde podía verlo todo sin ver nada, una pareja treintañera discutía. Por momentos la conversación tomaba derroteros peligrosos, los reproches eran mutuos y era difícil deducir quien tenía razón, si eso importaba, viendo la violencia verbal que ambos se cruzaban.
     En medio de la discusión la chica se quiso ir cansada de escuchar insultos, su pareja la cogió del brazo, la retuvo, ante la persistencia en zafarse  le dio un puñetazo, de los malos, con saña, mala sangre diríamos. Pero la joven aguantó de pie el golpe, tenía coraje.
     Seguía reteniendo su brazo  el tipejo que utilizó tamaña violencia, desde ese momento, perdió la razón. Sin soltarla, el tío era muy cabrón, blandió de nuevo el puño con mayor odio en su rostro, pero antes de que el "valeroso" galán volviera a golpear a la joven, niña grande, quizás ya conocedora de los golpes de ese rufián, Rodrigo le cogió el brazo, impidiéndole que pudiera descargar un nuevo golpe, que hubiera sido más  demoledor que el anterior...
     El "valiente" muchacho, soltó a la chica y el puñetazo que a la joven no pudo dar, en la cara de Rodrigo dio, con el ojo morado, vacilando del trompazo, a medio trastabilleo, aun tuvo arrestos, sacó la pierna a pasear y al intrépido joven le endosó una patada en el arco del triunfo que le hizo, enrollándose mientras caía,  con sus huesos el suelo del bar conocer  íntimamente.
      La joven, viéndose libre salió del bar corriendo, sin volver la mirada ni decir un adiós, ni un gracias.
     El camarero, viejo conocido de Rodrigo, salió momentos antes, pero solo pudo certificar el ojo morado de Rodrigo y levantar al del suelo caído. Ya no tan valiente, eran dos los contrincantes y no una joven mujer, miró con todo el odio del mundo a Rodrigo, instantes eternos, como sin querer olvidar su cara y salió corriendo antes de que nadie pudiera hacer nada.
    El asunto no pasó a mayores, el valiente y la chica huyeron, Rodrigo tampoco quiso denunciar, sería una pérdida de tiempo, ni sabían el nombre ni nada de nada.
     Visitó el ambulatorio que tenía cerca, y el tema se fue olvidando, igual que los comentarios de los parroquianos sobre el lance y la actitud de Rodrigo, que todos los que le conocían, extrañaban.
    Estaba el moratón en trance de blanquearse.  Una tarde, ya al anochecer Rodrigo salió de casa con una bolsa de Consum. Llevaba unos trozos de chatarra  para un amigo, más cierto decir que era un buen conocido, de pocos dineros, que malvivía con la venta de metales, chapucillas y ayudas varias, sobre todo cuando de cargar peso se trataba, ya que Alfonso, su amigo, era tan grande en bonanza como en presencia, parecía un oso, y de fuerza ni se sabe, imponía hasta que conocías su afable carácter.
     Bueno, pues hacia el bar de siempre, encaminado iba Rodrigo, cuando en un jardincillo que tenía que atravesar entre sombras, sin previo aviso, sintió la entrada en la carne, por la espalda, de un afilado, y muy frio metal, varias veces, cinco le contaron después. Por la sorpresa del traicionero ataque, un golpe de adrenalina, bendita adrenalina, hizo que se volviera y a bulto, sin mirar, soltara un trompazo con la bolsa de Consum, que en la cara del felón dio.
     Con tal violencia le impactó que cayó en redondo, pudo verle la cara antes de que se le cubriera de sangre, era el "valiente" maltratador, que ahora, con ignominia y vileza le hizo trizas la camisa y algo de su piel también.
     Rodrigo, en frio, cuando ya empezaba a notar un intenso dolor, antes de desmayarse,  pudo utilizar el móvil y llamar a emergencias. Ya no supo si fue su llamada, o la de alguien que pasó, qué más da, el SAMUR, la policía llegaron al momento. Le estabilizaron y se lo llevaron con suma rapidez. El otro cabrón hizo un viaje, que pasaría también por el Hospital, el Juzgado de Guardia y la cárcel.
    Las heridas de Rodrigo eran muy graves, pero tuvo suerte y no llegaron a mortales, en la UCI se recobró, era fuerte. Al mes pasó a planta, y allí estaba, pendiente de recibir por fin el alta, recibiendo visitas de conocidos, familia, todos alabando su valentía y lamentando el alevoso ataque que sufrió. Rodrigo agradecía la visita y languidecía, por lo que la gente pronto marchaba, lo que en el fondo quería.
    Una mañana llegó su familiar más querido, y eso saben, en él era extraño, pero con su prima Maite… Desde siempre muy cercana, de su edad, con un carácter similar. Casi niños, en el campo jugaban, existía amistad, cariño, verdadera connivencia.
    Después de intercambiar besos, nimiedades, guasas y lo que surge entre cariños de verdad en visita hospitalaria, Maite comentó.
    ─Rodri, nos has dejado flipados a todos con tu comportamiento. Fuiste un héroe, y lo que hiciste, no es propio de ti. Nos conocemos bien, y lo sabes. Luego ésta agresión, ¿cómo te sientes?, ni contaste nada a la familia. Si no es por la policía aquí te quedas solo, eres la hostia primito.
    ─ ¿Por los hechos?, hechos están y ninguno era tan importante para avisar. No me gusta  dar explicaciones,  me cansan, y las hubiera tenido que dar. Por eso, mi mutismo.
    ─Eres para coleccionar, ¿qué sabes del hijo puta que te agredió?
    ─Que por fin dará con sus huesos en la cárcel, no por maltratador, que ya se lo merecía, sino por intento de asesinato, con premeditación, alevosía y encima,  nocturnidad. Además, le rompí la mandíbula gracias a Alfonso y le han tenido que sacar varios dientes. Bonito no quedará.
    ─ ¿Quién es Alfonso?
    ─No importa Maite, una tontería mía.
    ─Primo, ¿me permites una pregunta?
    ─Creo que de ti me la estoy esperando, Maite. Ándale.
    ─Con tu forma de ser, por tu carácter, ¿cómo te metiste en la pelea de aquella  pareja?
    ─Lo sabía prima─. Con limpia sonrisa contestó Rodri─. Primero, porque iba a dejar guapa a la chica, y segundo Maite, que en el umbral muchas veces hace frio.
     Maite sonrió, conocía bien a su primo y la respuesta no le sorprendió.

7. SALUSTIANO, por JOSE SANCHIS CISCAR

 SALUSTIANO.

Sebastiana y yo llevamos 25 años de casados. Hace poco celebramos las bodas de plata. Lo festejamos por todo lo alto. Reservamos una mesa en el Bar-Restaurante de Manolo, el de la esquina. Fuimos ella y yo con nuestro hijo Kevin y su novia Chusa.
Pedimos el Menú Especial de los domingos (9,50 €, bebida incluída). Empezamos con unos entremeses: mortadela, salchichón y chorizo, con una bola de ensaladilla rusa. Después un plato de paella valenciana, de pollo y conejo y un trozo de algo que no supimos identificar, pero estaba bueno Todo ello regado con un excelente vino tinto de Tomelloso, que Manolo nos había reservado para la ocasión. De postre, un pijama de toda la vida. No le faltaba de nada: flan, helado, piña y melocotón. Al terminar nos obsequiaron con unos chupitos de hierbas y yo me pedí un carajillo y dos vaqueritos. Un día es un día.
Sin embargo,  al llegar a casa, como es su costumbre siempre que salimos y hacemos algún extra, Sebastiana me pegó la bronca. Me defendí como pude y al parecer las aguas volvieron a su cauce.
Pero el otro día, una simple ventosidad fue la gota que colmó el vaso, según ella. Corrió haciendo grandes aspavientos para abrir la ventana.
-Guarro. Cerdo. Qué olor!
En fin. Le dije, con la mayor naturalidad, que si comíamos todos los días alubias, garbanzos o lentejas, lo normal es que estuviera un poco flatoso.
-Un poco flatoso, dices? Si llevas 25 años tirándote pedos en mi cara!. Además, con el dinero que ganas no querrás que te compre langostas y caviar, vamos. Confórmate con las legumbres. Si me hubieras hecho caso y trabajaras para mi hermano, ahora serías encargado y traerías a casa un buen jornal.
Ya estamos otra vez con el trabajo del hermano. Con ese cretino no hubiera durado ni una semana. No trabajaría para él ni aunque estuviera 5 años en el paro. No me pude contener y le dije lo que pensaba de su hermano. Quizás se me fue un poco la mano, porque a continuación le tocó a su cuñada y sus sobrinos, hasta acabar con un mínimo comentario sobre su madre. Craso error!. Fue mentar a su madre y destapar la caja de los truenos.
-Mi madre? Qué tienes que decir de mi madre? Tendrías que limpiarte la boca antes de nombrarla. Siempre habla quien más tiene que callar.
En fin. Ella empezó por mi hermana, mi cuñado, mi tía la de Madrid… y le pegó un buen repaso a todos los defectos que encontró en mi familia.
Como el tema venía de lejos, nos embalamos. Nos dijimos cosas que más vale no recordar. En fin. Por desgracia, la trifulca ha traído consecuencias: hemos decidido separarnos.
El caso es que como no tenemos un duro,  nos tendremos que conformar con medidas poco convencionales. Sebastiana me preparará  dos tupers, uno con la comida y otro con la  cena, y yo no apareceré por casa hasta las 10 de la noche. Okuparé la habitación que ha dejado libre nuestro hijo Kevin.
Así hemos pasado unas semanas. Pero anoche, después de dos horas dando vueltas sin poder dormir, me la imagino en nuestra cama de matrimonio, sola,  ay! desnuda (estamos a  finales de julio). Se me seca la boca. Me levanto y voy a la cocina a beber agua. Y me la encuentro en la puerta del dormitorio, tal como Dios la echó al mundo. Con un dedo me señala el interior y …nos colamos pá dentro. Una cosa trae la otra.
-Cari, tócame un poquito ahí donde tú sabes, anda…
En fin. Está claro que no podemos vivir juntos, pero tampoco sabemos dormir separados.






6. AMOR DE MUJER por LEONARDO ALBERT CASADÓ

AMOR DE MUJER
Con la entrega de una rosa
me juraste amor eterno
y yo creí, esperanzada,
que había verdad en ello.
Aquella noche, en la cama,
me dormí en un feliz sueño
fundiendo en una ilusión
a tu amor con mis anhelos.
Sin embargo, al despertar
con la rosa entre mis pechos,
tenía manchas de sangre
en las puntas de mis dedos,
producto de las espinas
clavadas en mis deseos,
presagio de tu traición
en las rejas de Loreto,
de Isabel o Margarita
y otras más que no recuerdo.
Los pétalos de mi rosa
se marchitan por momentos.
No existirán para mí
los amaneceres bellos,
no gozaré de la nieve
en las mañanas de invierno,
ni oiré el correr de las aguas
ni el canto de los jilgueros.
Dios perdone mi pecado
si es que con ello le ofendo,
pero no habrán de importarme
ni su cielo ni su infierno.
Mas como Dios nos regala
grandes muestras con su ejemplo,
perdonando tantas veces
nuestras dudas, nuestros peros,
sin querer ser como Dios,
eso es lo que yo te ofrezco:
El perdón a tus mentiras
y a tus locos devaneos,
porque, si a mi lado vuelves,
yo te admitiré de nuevo
con la esperanza que sea
para siempre y sin secretos.
Que mi rosa recupere
fragancia a los cuatro vientos.
Que mi ilusión es tan grande
y es tanto lo que te quiero,
que en nada aprecio la vida
si no es para mí tu cuerpo,
que yo no quiero vivir
si es que tu alma no poseo.


5. LA AUTOPSIA, LEONARDO ALBERT CASADÓ

LA AUTOPSIA
«El lunes, 14 de septiembre de 1938, me entregaron los cadáveres de mi hijo y de mi nuera, médicos los dos, muertos en la batalla del Ebro. Se dedicaban con entrega total a auxiliar a los heridos. Fueron víctimas de la locura humana, del horror de una estúpida guerra civil donde perdimos todos.
»Tras la tragedia, mi mujer no pudo soportar la penosa enfermedad que la aquejaba y no alcanzó la Navidad de ese año.
»Me quedé con mi nieta, de tan solo seis años sin saber lo que iba a pasar, no ya al día siguiente sino durante la próxima hora o el próximo minuto.
»A pesar de su corta edad, Beatriz comprendió muy bien lo que había ocurrido. Cada vez que me veía triste, me miraba a los ojos y sonreía. ¿Qué otra cosa podía hacer yo sino acompañarla en su sonrisa? Me contagió sus ganas de vivir. Me hizo entender que mi misión era cuidarla hasta que se hiciera mayor. Me entregué a ello en cuerpo y alma.
»Yo publicaba relatos infantiles en algunos diarios, lo que me permitía vivir con cierta dignidad pero, sobre todo, cubrir las necesidades de la niña.
»Cada vez que ella me hablaba de lo que recordaba de sus padres o de su abuela, lo hacía con tal ilusión, con tanto cariño y alegría que yo no podía por menos que seguirla. ¿Cómo no iba a echar de menos a mis hijos y a mi mujer? ¡Claro que sí! Pero, la presencia de la pequeña, me hacía comprender que la vida seguía. Ella lo llenaba todo. Su melena rubia, sus ojos azules, su sonrisa... era la viva estampa de su madre.
»Teníamos una vida normal. A nuestra manera, éramos felices, incluso, cuando depositábamos flores sobre las tumbas de los nuestros.
»El tiempo pasó muy deprisa. Un día de 1947, Beatriz, con sus quince años, y yo, con mis setenta y siete, fuimos al cementerio a cambiar las rosas de los floreros, como teníamos por costumbre. Allí, tosió por primera vez. No le dimos demasiada importancia. Pero, al poco tiempo, la tos se agudizó. Los colegas de mis hijos se volcaron con ella de inmediato. A pesar de todos los adelantos de la ciencia y todo el esfuerzo hecho por ellos, no había solución. Sin embargo, consiguieron que la ingresaran en el sanatorio de Porta Coeli, en Serra. Me buscaron también un sitio cerca donde alojarme.
»Mi querida Beatriz, recuerdo aquellas mañanas que llegaba hasta allí desde el Mediterráneo el aire fresco que acariciaba tus mejillas. Yo me sentaba junto a ti, mientras estabas tumbada en una hamaca, en la terraza.
»Poco antes de la hora de la comida, convocabas a tus compañeros de la sala, que estaban más o menos en tus mismas condiciones. Venían contentos a escuchar, cada día, lo que os contaba. Yo hacía de mi duelo una esperanza. Mi alma se engrandecía y me tragaba mis lágrimas. Ante vuestra alegría, ¿qué derecho tenía yo a estar triste?
»–Va, abuelo, cuéntanos más aventuras –y a una señal tuya, todos callaban. Yo entraba en mi papel y comenzaba a hablaros de mis héroes: el caballero andante, don Trístulo, y su escudero, Corticuno. Era una imitación muy personal y particular que yo hacía de don Quijote y Sancho Panza, cuyo libro, por fortuna, conocíais todos. Os contaba sus desventuras con la locura del uno y la cordura del otro. Qué carcajadas soltaba Patricia, la morena de las coletas. Y, Crispín, el de León, que sólo tenía una pierna y se retorcía de risa apoyado en sus muletas. Con qué atención seguía mis relatos Diego, aquel muchacho con la tez pálida por su leucemia. Siempre se ponía a tu lado. ¿Acaso había algo entre vosotros que nunca quisiste decirme? Ese amor hubiera tenido un sentido tan especial… tan hermoso…
»Recuerdo cuando os contaba aquel suceso, con el que tanto os reíais y que casi me salía en verso. Ocurrió en el Campo de Salamanca. Pacían unos toros bravos: "Algún movimiento raro don Trístulo debió hacer porque dejó de pacer uno que emprendió una gran carrera hacia donde ellos estaban. Corticuno lo miraba sin saber muy bien qué era. Cuando se quiso dar cuenta, vio a su señor embestido por un toro dando por el aire vueltas. Cuando la bestia, cansada de pegarle revolcones, huyó dando trompicones en busca de la manada, don Trístulo echaba pestes, olvidando su clemencia, pues aquella astada bestia le dejó al aire sus vergüenzas y su culo magullado al caer sobre una zarza donde perdió su templanza gritando desaforado: –¡Maldito toro, bisojo! ¡Hijo de una vaca puerca! ¡Que tu abuela fue una perra y tu padre un burro cojo! ¡Hijo de una cabra loca! ¡Malandrín, baldón, cornudo! ¡Así se te obture el culo y defeques por la boca! Amigo escudero; socórreme, por tu vida, y sácame las espinas que me llenan el trasero. –Mi señor, que ya os escucho. Voy corriendo a socorreros en la medida que puedo, pues no puedo correr mucho, que me ha cogido tal susto cuando he visto al toro bravo, que me he encaramado a un árbol para evitar un disgusto. Pero con las emociones de veros saltar cual potro entre los cuernos del toro se ha formado en mis calzones una sustancia muy tierna que resulta muy molesta, pues no está un momento quieta y se me escurre por las piernas".
»Sor Águeda, la directora del sanatorio, para animar más la fiesta, de vez en cuando, lanzaba vítores a favor de don Trístulo y de Corticuno a los que vosotros respondíais con todo entusiasmo, aplaudiendo cuanto podíais.
»¿Cómo iba a imponer yo mi dolor a aquellos aplausos?
»Mi niña se demacraba por momentos… En el verano de 1952, el viernes, 15 de agosto, día de la Virgen, la estreché entre mis trémulos brazos por última vez. Debió sentirse segura porque expiró con una sonrisa en su cara angelical. Solo tenía veinte años.
»Querida nieta, me dejaste un vacío infinito. A pesar de todo, lleno de rabia, de impotencia, pero también de amor propio, he ido a diario al sanatorio, aunque solo fuera por   un rato, a alegrar la vida de los jóvenes enfermos, en la medida de mis posibilidades. He vivido las ausencias de Benito, de Crispín, de Violeta... han entrado otros, a los que tú no llegaste a conocer: Adelaida, Loli, Paquito... La rueda del infortunio ha seguido su camino implacable, en un relevo macabro, sin oír los gritos del dolor humano. ¡Qué difícil resulta entender y, sobre todo, qué triste es tener que admitir algo así!
»El médico me dice que no debo salir de casa. He cumplido ochenta y ocho años ya. Lo cierto es que estoy cada día más débil. Hoy, cambiaré las flores de los búcaros de vuestras tumbas e iré al sanatorio a despedirme.
* * *
Soy juez de guardia. Como parte de mi rutinario trabajo, ordené el levantamiento del cadáver y su traslado al instituto anatómico forense para practicarle la autopsia. Dado que el difunto no tenía parientes conocidos, me vi obligado a trasladarme a su domicilio para efectuar un registro en busca de razones que pudieran llevarnos a esclarecer las causas del óbito ocurrido en extrañas circunstancias en el día de hoy, sábado, 1 de noviembre de 1958. Había aparecido muerto medio tumbado sobre una lápida del cementerio.
En el cajón de una mesa encontré un cuaderno, tamaño cuartilla, de tapas negras muy gastadas por el uso. En las escasas hojas escritas, la letra era pequeña con renglones descendentes. Se habían arrancado las primeras hojas. Observé que la papelera, al lado de la mesa, tenía algunos trozos de papel, tanto dentro como a su alrededor, la mayoría quemados en parte. Recogí algunos de los fragmentos que se habían salvado y vi que el tipo de escritura era el mismo. Traté de recomponer alguna de las páginas. La tarea fue difícil, pero conseguí montar como la mitad de una de ellas que parecía contar la historia familiar. En aquel pedazo, la letra era más grande y los renglones ascendentes. Decidí leer, allí mismo, las que todavía estaban unidas en el cuaderno. Me senté en la silla que había delante de la mesa y empecé.
En cuanto terminé de leer aquellas páginas escritas, di la orden de que se le diera cristiana sepultura de inmediato. Aquel cuaderno equivalía a una verdadera autopsia.



4. Un tonto ilusionado, por Francisco Durán Tena

No soy ni seré nunca como Hernández,
ni como Juan Ramón, ni Lorca, ni Machado,
ni Salinas, ni Hierro, ni Aleixandre;
yo no soy mas que un tonto ilusionado.

Quiero escribir lo versos mas tristes esta noche,
no lo puedo evitar, sale Neruda,
y busco la palabra, y busco donde
situarla en esta página desnuda.

Voy con mi diccionario por delante, 
escribo un verso y voy por el segundo,
busco una rima fácil y asonante.
Siento en mi pluma la presión del mundo.

Lo borro todo, escribo un verso nuevo,
me esfuerzo en vano, lleno la papelera
de folios arrugados. Se lo que quiero
y no lo se decir de otra manera.

He puesto a decansar mi pensamiento:
volveré a mis poetas preferidos,
me perdere en sus versos,
disfrutaré de ellos
y dejare mi pluma y mis cuartillas
en blanco por un tiempo.

Y si pasan los dias y las musas
soplan sobre este tonto ilusionado,
no puedo prometerlo, pero espero,
tener papel y pluma siempre a mano.

miércoles, 31 de mayo de 2017

3. Historia de un chiquillo, Ramón González Reverter

HISTORIA DE UN CHIQUILLO

Pseudónimo: David

Era un espléndido día de verano. La canícula obligaba a los bañistas a buscar refugio bajo las sombrillas y a remojarse de vez en cuando. Sin embargo, yo solo tenía ojos para mi nieto Adrián de ocho años, que se divertía saltando entre las olas de la playa, hasta que al fin cansado de jugar se acercó con parsimonia chorreando gotas de agua sobre la arena hasta la tumbona en la que yacía y desde donde yo ejercía una relajada vigilancia.
-Te quiero, abuelo –comentó abrazándose a mis piernas y colocando su mentón sobre las rodillas-. Venga, explícame un cuento.
Lo contemplé fijamente. Adrián era un chiquillo vivaracho y listo como él solo. De hecho, me había robado el corazón y era incapaz de negarme a sus caprichos. Le atusé el pelo mientras ponía orden a mis cábalas. Apelando a mis dotes de inventiva, pues no en balde antes de jubilarme me las daba de literato y solía participar en un sinfín de premios literarios con más o menos éxito, inicié mi relato:
-Veamos si te gusta esta historia. Érase una vez un niño llamado Toni que tendría tu misma edad cuando se produjo el ataque terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York. Las imágenes del derrumbe de los edificios quedaron grabadas en su retina y nunca olvidaría el rostro sucio de ceniza de los bomberos tratando de rescatar supervivientes entre los escombros de la tragedia. Un año más tarde, Toni empezó a tener problemas de salud. A raíz de las persistentes molestias, sus padres decidieron a acudir al pediatra, quien lo sometió a una exploración exhaustiva y realizó diversos análisis. El diagnóstico no hacía albergar excesivas esperanzas. Había que valorar otras opiniones. La incertidumbre era angustiosa, pero tras consultar a un par de especialistas, los padres asumieron que tenía leucemia, una enfermedad que se encontraba en fase terminal. Fue un golpe muy duro. Ingresado con carácter de urgencia en la planta infantil de un hospital, todo el mundo hacía lo posible para infundirle ánimos. El médico que le atendía explicó en privado a los padres que podían aliviar su sufrimiento a base de fármacos, pero que nunca desaparecería por completo. Éstos, con lágrimas en los ojos, optaron por permanecer abrazados en el pasillo para recobrarse de la noticia. Entonces el médico entró a visitar al enfermo y, pese a estar sedado, le preguntó con una sonrisa:
-¿Qué tal hoy, Toni?
-He pasado una mala noche, pero ya estoy mejor –repuso el aludido.
-Eres un chico muy valiente –prosiguió el médico-. Te confieso que estoy sorprendido por tu coraje... Toni, excepto la cura de tu enfermedad, que solo está en manos de la voluntad de Dios, imagínate que pudieras pedir un sueño y saber que algún día se haría realidad, ¿qué desearías?
-Me gustaría ser bombero –replicó el niño recordando las escalofriantes imágenes de los aviones estrellándose contra las Torres Gemelas, abarrotadas de gente y la ardua tarea de los bomberos trabajando entre los escombros.
Hice una pausa para constatar el interés de mi nieto y me congratulé de haber conseguido captar su atención. Satisfecho, continué:
-Al atardecer el médico, afectado por el drama de aquel inocente, habló con su hermano policía y le explicó el caso. Dio la casualidad de que dicho oficial conocía al jefe local de bomberos, porque a menudo policías y bomberos se enfrentaban en partidos amistosos de fútbol-sala. Tan pronto como éste se enteró, llamó al hospital y después de hablar con la familia pidió por el gerente. Lo puso al corriente del asunto y una vez obtenido su consentimiento, alegó:
-Mañana tened preparado a Toni. Pasaremos a recogerlo a primera hora y durante un día será el jefe honorario. No tenemos un casco de su tamaño, pero seguro que llevará una chaqueta naranja ignífuga.
Cogí aire para seguir mi alocución:
-Así empezó la amistad entre el niño y bomberos, hombres bondadosos que solo querían que Toni pudiera disfrutar de su sueño. Desde ese momento, le visitaron con frecuencia. Incluso un día lo llevaron a un incendio de verdad, en el que rescataron a un matrimonio y a su hija de morir asfixiados. Aquello le levantó tanto el ánimo que durante un tiempo pareció que una nueva energía brotaba de su interior. Lo cierto es que Toni vivió más que la previsión más optimista. Pero su destino era inexorable y sucedió lo que tarde o temprano tenía que suceder. Una tarde al percatarse la enfermera de guardia que las constantes vitales del paciente mermaban peligrosamente, informó el médico, quien negando con la cabeza, lo comunicó a la familia en tono serio:
-Me parece que no le queda demasiado tiempo. Lo siento mucho.
Hice otra pausa para recobrar el aliento, pero Adrián me apremió:
-¿Qué pasó entonces, abuelo?
-Pues que la desesperada madre llamó al jefe de bomberos preguntando si podían hacer algo para proporcionarle una muerte menos traumática.
-¡Claro que sí! –le aseguró el bombero-. Por favor, pida a su hijo que aguante un poco más. Dígale que es una orden mía. Estaremos allí en menos de un cuarto de hora. Advierta a los médicos que si escuchan sirenas o ven luces estroboscópicas destellando que no se preocupen. No hay ningún incendio en el hospital, tan solo vamos a ver a Toni por última vez. Y abra la ventana, porque llegaremos utilizando la escalerilla de un camión.
Hice chascar los dedos en señal de premura antes de proseguir:
-En un santiamén, toda la dotación de servicio del cuerpo de bomberos, una docena de hombres con el uniforme reglamentario, entraron por la ventana de la habitación, tal como habían prometido, para permanecer rectos uno junto a otro, como en un desfile. El jefe entró el último, mordiéndose el labio inferior para reprimir la emoción. Saludó a los presentes y se dirigió hacia la camilla para sentarse junto al enfermo. Los peores presentimientos se cumplieron al atisbar la cara demacrada del pequeño. Un escalofrío le recorrió el espinazo. Su templanza se fue al garete. Él hubiera querido dar la imagen de persona sosegada, capaz de actuar con sangre fría ante cualquier situación por dramática que fuera, pero en tales circunstancias, incluso las intenciones más firmes no servían lo más mínimo. Su serenidad se fundió como cera caliente.
-Hola, Toni. ¡Estoy aquí, amigo mío! –le saludó con un sollozo.
-¿Ya soy un bombero de verdad? –preguntó el chiquillo ante la solidaria demostración del cuerpo de bomberos.
-Por supuesto –repuso el bombero, sin poder reprimir las lágrimas que le resbalaban por las mejillas.
-¿Este cuento te lo estás inventado, abuelo? –preguntó entonces Adrián con un mohín de reproche.
-Claro que no. Es la auténtica historia de tu hermano mayor, del que tus padres no quieren hablar demasiado para ahorrarte sufrimientos. Y debo añadir que en los últimos instantes de su vida, ajeno al dolor, Toni fue muy valiente porque cerró definitivamente los ojos y murió entre los brazos de tu madre con una sonrisa de felicidad.

Ramon González Reverter

2. CONVIVENCIA, PILAR HERNÁN



                                                                                                                                    CONVIVENCIA

Compartían años, malos humores,
la poca paciencia de la gente anciana
y la tensión de las personas que pasan juntas
mas tiempo del que deseaban.
Cuando uno se relajaba en el baño
el otro necesitaba aliviar su panza,
si uno precisaba el refugio del silencio,
el otro ansiaba una insustancial charla.

Obligados a verse el sombrío rostro
desde que tempranito despertaba el alba,
hasta que la luna brillante desde lo alto
marcaba el final de la jornada.
Veían en el otro reflejadas sus limitaciones,
sus errores, sus torpezas, su ignorancia,
sentían que el otro invadía su espacio
y que todos sus actos examinaba.
Se pedían absurdas explicaciones
cuando el otro se ausentaba de casa,
severa vigilancia que a los dos les hacía
sentirse con la libertad robada.
Les enfurecía su presencia noche y día
en la cocina, en el salón, en la cama,
les importuna el sonido que produce
la boca del otro cuando masticaba,
el soniquete de sus ronquidos,
las toses de las resecas gargantas,
la explosión de sus estornudos,
los ojos sin brillo y las carnes flácidas.

Quiso la familia ayudarles
contratando una empleada
que en la casa pusiera orden
y paz entre los cascarrabias.
La creyeron intrusa que removía
secretos y su intimidad fisgaba,
fue una lucha sin cuartel,
una guerra cruenta y encarnizada
viviendo situaciones angustiosas
hasta que la sacaron de casa,
no le mereció la pena ganar dos duros
a cambio de su dignidad humillada

Se declararon en huelga sus recuerdos
y la poca salud que les quedaba,
enfermos de intransigencia, orgullo,
soberbia, altivez y arrogancia
se fueron apagando plácidamente
como silentes fantasmas.

Convivencia: causa principal
de angustias y desconfianzas
remueve conciencias y enfrenta
a cada cual con sus intolerancias.


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Título : Convivencia
Autora : Pilar Hernán