LA TARDE DESHOJADA
Piel con piel. El amor expresaba ese deseo innato, sin edad. Un encuentro regalado por lo de reconocer la llegada de algo no esperado, aunque sí deseado.
El mar, su santuario. Y también el de ella. Entre olas de blanco romper, todos los días parecían distintos y únicos.
Desde su encuentro, la ilusión presidía sus vidas, dormidas antes o aletargadas en espacios y tiempos estáticos y gélidos.
Las tardes rompían con olor a mar y a primavera. La incipiente textura de arenas marinas, bordadas a destiempo, ofrecía flores dibujadas por las olas.
La brisa acariciaba sus mejillas. Eran dos. No importaba quienes eran, ni de donde venían. Poco a poco iban descubriendo que ya nunca serían de nadie más.
Las estaciones se sucedían.
Paseos junto al mar, sonrisas mágicas. El tiempo latía con fuerza y sin letargo, apostando por un amor nuevo y firme.
Recorrían los caminos del corazón por estrechos laberintos, y al final podían salir de ese túnel iluminado con una luz tenue.
Pero la realidad, ávida y cierta, pronto loes mostró esos caminos ya conocidos y frecuentados, impregnados de savia de años vividos. Tenían otras vidas, empezadas y amadas.
Todo este tiempo habían vivido los momentos con intensidad. Ahora los relojes parecían pararse y la melancolía iba anidando en sus almas.
Una tarde de otoño, las hojas caían, mecidas por un viento desolador. El mar aparecía blanco, reflejo de ese cielo también blanco y casi inerte. Un silencio implacable parecía borrar la esperanza.
De la mano, las dos frente al mar. Sólo el sonido de las olas y lágrimas a flor de piel. Después el adiós. Ahora caminarían en distinta dirección. Eso sí, siempre junto al mar.
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