lunes, 29 de abril de 2024

BASES 2024 DEL XVIII CERTAMEN LITERARIO NACIONAL DE PROSA Y VERSO













P O E S Í A

 1.- Pueden participar en este Certamen Literario Nacional de Poesía, las personas mayores de 55 años que tengan su residencia en territorio nacional y cuyas obras estén escritas en castellano o en valenciano- Solo se admite un único trabajo por participante.

2.- Las obras presentadas que opten al Premio de Poesía “Mayores 2024”, deberán ser originales e inéditas. El tema y la métrica son libres. Su extensión no será inferior a 15 versos ni superior a 50, pudiendo estar compuesta por más de un poema. Interlineado sencillo, tipo de letra Arial o Times New Roman tamaño 12. Todos los textos deben estar revisados ortográfica y gramaticalmente antes de ser enviados. El autor cede los derechos de autor sobre su obra para la publicación de una obra recopilatoria sin perder sus derechos de autor para otras publicaciones.

3.-a) La participación será por correo electrónico, enviando vía e-mail un archivo formato PDF con la obra, pegado en el cuerpo de mensaje, sin adjuntos, a la siguiente dirección certamenliterariogentemayor@gmail.com

b) Las obras deben ir firmados con seudónimo y precedidos del título, poniendo en el asunto: “XVIII CERTAMENLITERARIO GENTE MAYOR. + TITULO, indicando POESÍA.

c)) En e-mail aparte dirigido a la misma dirección, a modo de plica, se adjuntará un archivo PDF pegado en el cuerpo del mensaje con los datos del/ la participante: Nombre completo, edad, dirección postal, teléfono, e-mail, título del Trabajo y Seudónimo. En el asunto figurará el título de la obra presentada.

4.- a) El Jurado estará compuesto por personas de reconocido prestigio en el mundo de la literatura, y para ello se solicitará la colaboración de la Asociación de Escritores de la Provincia de Castellón (AEPC).

b)  El método de selección será elaborado por los miembros del Jurado, en función de la cantidad de obras presentadas. 

c) Las decisiones del Jurado serán inapelables.

d) El fallo del jurado se dará a conocer vía correo electrónico a todas las personas participantes.

Mayores 2024”, estará dotado con un Diploma, la publicación de un libro recopilatorio, en el que constara detallado el trabajo ganador, y 5 libros de dicha publicación, más una Tarjeta Regalo de 100 € y hasta un máximo de 100 € en gastos justificados de desplazamiento y estancia

La obra ganadora del primer premio, como la de todos los finalistas, serán publicadas en un Libro que la Organización editará para la ocasión. Todos los participantes serán obsequiados con un ejemplar.

6.-. La presentación de trabajos finaliza el día 3O de JUNIO a las 21 horas

7.-. Una vez emitido el fallo del Jurado, la entrega de Premios se celebrará el viernes día 8 de noviembre a las 17:30 h. en el Salón del C.E.A., c/ Antonio Maura, N.º 2, de Castellón.  Todos los participantes en el presente Certamen, se consideran expresamente convocados para la entrega de premios.

8.- El hecho de presentar una obra al Certamen, implica la aceptación por parte del autor, de todas las bases de la Convocatoria

Para mayor información:

E-mail:     certamenliterariogentemayor@gmail.com            


                                                                                                   Castellón, 1 de mayo de 2024

 

 

 

BASES

N A R R A T I V A

 

1.- Pueden participar en este Certamen Literario Nacional de Narrativa, las personas mayores de 55 años que tengan su residencia en territorio nacional y cuyas obras estén escritas en castellano. o en valenciano. Solo se admite un único trabajo por participante.

2.-. Las obras presentadas que opten al Premio de Narrativa “Mayores 2024”,deberán ser originales e inéditas, siendo el Tema Libre. La extensión será de un máximo de cinco folios tamaño DIN A-4, con márgenes de 3 cms. por cada lado, con tipo de letra Arial o Times New Román, tamaño 12 e interlineado 1,5. Las páginas deberán estar numeradas. No se admitirán fotos o ilustraciones. Todos los textos deben estar revisados ortográfica y gramaticalmente antes de ser enviados. El autor cede los derechos de autor sobre su obra para la publicación de una obra recopilatoria, sin perder sus derechos de autor para otras publicaciones.

3.- a) La participación será por correo electrónico, enviando vía e-mail un archivo formato pdf con la obra, pegado en el cuerpo de mensaje, sin adjuntos, a la siguiente dirección  certamenliterariogentemayor@gmail.com.

b) Las obras deben ir firmados con seudónimo y precedidos del título, poniendo en el asunto: “XVIII CERTAMENLITERARIO GENTE MAYOR”.+ TITULO, indicando NARRATIVA.

c)) En e-mail aparte dirigido a la misma dirección, a modo de plica, se adjuntará un archivo PDF pegado en el cuerpo del mensaje con los datos del/ la participante: Nombre completo, edad, dirección postal, teléfono, e-mail, título del Trabajo y Seudónimo. En el asunto figurará el título de la obra presentada.

4.- a) El Jurado estará compuesto por personas de reconocido prestigio en el mundo de la literatura, y para ello se solicitará la colaboración de la Asociación de Escritores de la Provincia de Castellón (AEPC).

b)  El método de selección será elaborado por los miembros del Jurado, en función de la cantidad de abras presentadas. 

c)Las decisiones del Jurado serán inapelables.

d) El fallo del jurado se dará a conocer vía correo electrónico a todas las personas participantes.

 

5.-.Primer Premio de Narrativa  “Mayores  2024”, estará dotado con un  Diploma, la publicación de un libro recopilatorio, en el que costara  detallado el trabajo ganador, y 5 libros de dicha publicación, más  una Tarjeta Regalo de 100 €, y  hasta un máximo de 200 € en gastos justificados de desplazamiento y estancia.

La obra ganadora del primer premio, como  la de todos los finalistas, serán publicadas en un Libro que la Organización  editará para la ocasión. Todos los participantes serán obsequiados con un ejemplar.

6.-. La presentación de trabajos finaliza el día 3O de JUNIO a las 21 horas

7.-. Una vez emitido el fallo del Jurado, la fecha prevista para la entrega de Premios es el viernes día 8 de noviembre a las 17:30 h. en el Salón del C.E.A., c/ Antonio Maura, nº 2, de Castellón.  Todos los participantes en el presente Certamen, se consideran expresamente convocados para la entrega de premios.

8.- El hecho de presentar una obra al Certamen, implica la aceptación por parte del autor, de todas  las bases de la Convocatoria.


Para mayor información:

E-mail:     certamenliterariogentemayor@gmail.com   

                                                          

                                                                                                          Castellón, 1 de mayo de 2024




miércoles, 13 de diciembre de 2023

Acta del Jurado Certamen literario 2023

 ACTA 5-2022 C.L.

En sesión celebrada el día 12 de diciembre de 2023, en el local del Consejo Federal, se reúne el Jurado calificador del XVII Certamen Literario Nacional del Consejo Federal Local de Mayores de Castellón formado por:

Dª. Maribel Quero García (Presidente del Consejo Local de Mayores)

D. Santiago Fortuño Llorens (Catedrático Literatura Española en UJI)

D. Víctor J. Bermejo Navarro (Titulado Ingeniero)

Actuando como Secretario D. Domnino Santos Martín

Los miembros del Jurado proceden a examinar todos los trabajos presentados tanto en NARRATIVA como en POESÍA, y previa deliberación de los mismos, acuerdan otorgar los siguientes Premios:

P O E S Í A

Primer Premio Al trabajo: Cara a la Pared

Seudónimo: El Bubilo

N A R R A T I V A

Primer Premio Al trabajo: La mujer de la mesa de al lado

Seudónimo: Rusadirfenicia

Finalizado el acto, los miembros del Jurado, agradecen a todos los participantes su colaboración en la celebración de este XVII Certamen Literario.

Y para que así conste y surta sus efectos, los miembros del Jurado firman la presente Acta, lo que como Secretario doy fe.

Castellón, 12 de diciembre 2023

El Secretario


*Se ruega a los ganadores facilitar los datos de contacto

martes, 14 de noviembre de 2023

Fallo del jurado 2023

Debido a la gran cantidad de trabajos presentados y deseando que en salud, el jurado pueda valorarlos convenientemente, se pospone la entrega de premios para el viernes 19 de enero de 2024 a las 17:30h en el Salón del C.E.A., calle Antonio Maura 2, de Castellón.

Lamentamos el retraso y los inconvenientes que hayamos podido ocasionarles.

martes, 24 de octubre de 2023

“XVII CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR”.+ FIESTA - NARRATIVA


LUCA LUCO



F   I   E   S   T   A


 

 

-Ampa, ¿tienes todo preparado para esta noche?- le susurró Mª Carmen  al pasar cerca de su amiga.



-Sí ya somos 18 mínimo confirmados.



-Tenemos las pastillas, la bebida y la música. ¿A qué hora hemos quedado?- le preguntó Mª Carmen.



-Pues a las 12 y durará hasta las 4 o lo que el cuerpo aguante jajaja- le dijo Ampa toda emocionada, 

 sin dejar de mirar el móvil.



Ampa estaba muy nerviosa. Por un lado, porque hacía mucho tiempo que no iba a una fiesta, y por otro,

porque era la organizadora del evento. Aunque, sobre todo, por ser una fiesta clandestina, con la subida 

de adrenalina que da todo lo prohibido.



Las invitaciones para el encuentro habían sido por el boca a boca y por el móvil. Algunos lo veían como

una locura, pero a otros les encantó la idea.



El sitio de encuentro era la vieja lavandería ya que tenía fácil acceso, era una zona no vigilada y aislada

de los ruidos.



Conforme iban llegando, muchos dejaban sus medios de desplazamiento en la entrada y se incorporaban

al festín.



En el momento más álgido de la noche, hubo una interrupción en el guateque, habían sido sorprendidos. 

Se encendieron las luces,  la música dejó de sonar y todos empezaron a coger las sillas de ruedas,  los 

andadores y las muletas.



Las enfermeras de la residencia El Retiro de Castellón, requisaron los zumos, los batidos, el agua, Ibuprofeno,

Paracetamol, Aspirinas, etc.etc y fueron llevando a los ancianos a sus habitaciones.



 Había terminado la fiesta, en esta ocasión…





LUCA LUCO





Re: XVII CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR-LA MUJER DE LA MESA DE AL LADO-NARRATVA



Cuando viajo a Melilla, almuerzo en un restorán cercano al hotel donde me hospedo. Reconozco que soy muy cartesiano: si encuentro un lugar que me gusta, no suelo cambiar. En mi vida familiar y en mis desplazamientos por motivos de trabajo, también escojo lo más cómodo y práctico. Aunque no atosigo al que no es como yo. En este restorán, sirven buenas comidas y a un precio razonable. Además, son atentos. A los clientes habituales les reservan las mismas mesas, y conmigo tienen esa deferencia. Me gusta sentarme junto a una ventana que da a la calle. Melilla es una ciudad bulliciosa. Ver el ir y venir de la gente me relaja mientras como.

Ya reconozco las caras de algunos comensales. En este viaje, me ha llamado la atención la mujer que se sienta en la mesa de al lado. Es elegante, con modales finos y una sonrisa casi perenne. El primer día que la vi, le eché unos sesenta y pocos años; después he sabido que tiene más de setenta. Viste siempre ropa ligera, la mayoría de las veces con motivos florales. Se pinta los labios de color carmín, pero no chillón, y el maquillaje de los ojos los resalta favorablemente. Son grandes y marrones. Ella creerá, casi seguro, que así resulta más atractiva. Noto que quiere seguir gustando. A mí me parece que se arregla de una forma un poco exagerada, no se ajusta a su edad, aunque reconozco que mantiene cierto poder de seducción.

La primera vez que la vi sentada en la mesa de al lado, me miró con una sonrisa que me perturbó. No sabría decir por qué.

Al principio, le respondía con una inclinación de cabeza. Esperaba que aquel educado modo de saludarnos fuese nuestro único acercamiento. Pero me acostumbré a su señal de bienvenida y empecé a interesarme por la mujer de la mesa de al lado.

Comía sola. En algunas ocasiones, salía acompañada.

Hoy, la conversación con un buen cliente se alargó más allá de mis explicaciones por las telas que le ofrecía. Debido a ese imprevisto, llegué tarde al restorán. Los camareros ya recogían las mesas vacías, que eran todas, menos dos: la mía y la de la mujer de la mesa de al lado.

Mientras tomaba mi güisqui de final de comida, se acercó y me preguntó si podía sentarse conmigo. Respondí afirmativamente. Su sonrisa era sincera. Se presentó una vez acomodada en la silla:

—Me llamo Carmela.

—Yo soy Juan.

Me levanté y le tendí la mano. Ella correspondió cogiéndola con suavidad entre las suyas.

La invité a acompañarme en la sobremesa. Ella aceptó y pidió una copa de Tía María. Enseguida se interesó por saber de dónde era yo y a qué venía a Melilla. No me molestó su curiosidad. Me gustó la manera cariñosa de preguntármelo. Además, hacía tiempo que deseaba esa cercanía, que sentía la imperiosa necesidad de hablar con ella, y me alegró que diera el primer paso. Parecerá mentira en un vendedor, pero para estas cosas soy muy tímido.

Vengo de Mislata, muy cerca de Valencia —le respondí—. Trabajo en una empresa de telas que está en ese mismo pueblo. Aunque le confieso que nací en Melilla. Era muy pequeño cuando mi familia se marchó a vivir allí.

—¿Es bonito su pueblo?

—Sí, es muy bonito y los valencianos son buenos anfitriones. ¿No conoce Valencia?

—No. Me trajeron a Melilla siendo bebé y no he vuelto por la península —contestó con semblante triste.

—Desde que mi padre emigró, toda mi familia vive en la misma casa —seguí contándole—. ¿Usted dónde nació?

En Málaga. ¿Le puedo hacer una pregunta? Espero que no le parezca indiscreta.

—Pregunte, seguro que no me molestará —dije sin pensar.

—Hace unos días, lo vi acompañado de un hombre mayor que usted, pero muy atractivo. ¿Quién era?

Mi jefe. Nació aquí y hacía mucho que no venía —respondí, pero callé que era mi padre.

La sobremesa se alargó hasta que nos dimos cuenta de que un camarero nos observaba en silencio, a la espera de ver qué decidíamos. Creímos conveniente marcharnos.

Ya en la calle, me fijé en que Carmela conservaba una bonita silueta. No era alta, tenía la cintura estrecha y las caderas proporcionadas. En sus manos se dibujaban las venas y las arrugas que delataban el paso del tiempo. Mientras caminábamos al ritmo cadencioso de su edad, recordé una frase de Pitágoras: «Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida».

Me miraba cuando hablaba. Lo hacía en un tono familiar, como si me conociera de siempre, y yo tenía la sensación de que me transmitía sus conocimientos. Es triste que en la actualidad muy pocos aprecien la sabiduría de las personas mayores. Las asocian a la enfermedad y a la decrepitud, ya no las consideran indispensables, sino un estorbo. Pero, escuchando a Carmela, me ratificaba en que nuestros ancianos pueden enseñarnos mucho.

Con la mano derecha apreté la que ella apoyaba en mi brazo izquierdo. Agradeció el detalle con una sonrisa de satisfacción.

Cuando le dije que mi avión salía dentro de unas cuatro horas para Málaga, me hizo una propuesta:

Te invito a un té en un cafetín que hay cerca de aquí, justo al lado de la estación de autobuses, en el Mantelete. ¿Aceptas?

Fue la primera vez que me tuteó.

Encantado respondí rápidamente.

Mientras recorríamos el trayecto hacia el cafetín, ella siguió cogida de mi brazo. Nos acomodamos en una mesa de la terraza, Nos sirvieron un oloroso té con menta.

Carmela sacó de su bolso una pitillera y la tendió hacia mí, ofreciéndome un cigarro. Cogí uno y ella otro. Fumamos y bebimos en silencio durante un rato, uno de esos que hacen pensar en cómo retomar la conversación.

Con su habitual tranquilidad, me explicó:

—Voy a contarte algo muy personal. Mi madre biológica murió en Málaga al poco tiempo de darme a luz. Era criada de la mujer que me cuidó como si fuera su hija y a la que yo considero mi madre. La llamaban la Rubia. El sobrenombre le venía de su romance a los diecisiete años con un torero conocido como el Rubio. Se trasladó a Melilla para trabajar porque en Málaga empezó a tener problemas. Cuando lo contaba, aseguraba que no se arrepentía. Aquí fue feliz. La ciudad estaba en auge entonces, era donde se abastecía el ejército destacado en la zona nordeste del protectorado español de Marruecos. Regentó varios burdeles en Melilla. A ellos acudían personajes de la clase alta, tanto militares como civiles. Todos la respetaban.

La miraba absorto, entre la admiración y la curiosidad. Permanecí en silencio cuando ella dio un par de caladas parsimoniosamente antes de proseguir con su relato:

A punto de acabar mis estudios de maestra, en uno de los locales de mi madre conocí a un cabo de Regulares n.º 5 que cantaba maravillosamente. Luis era su nombre. Medía un metro setenta y ocho, sus ojos azules brillaban en su rostro anguloso y su pelo castaño se rizaba ligeramente. Tenía aspecto de necesitar una buena comida —sonrió con la ocurrencia—. Nos enamoramos. De nuestros encuentros furtivos nació un hijo. Te quería contar una historia breve, pero veo que me he remontado muy atrás; si te aburres, no te preocupes: me lo dices y lo dejamos.

—Me parece muy interesante. Continúa, por favor. —Me intrigaba tanto lo que me relataba como saber por qué lo hacía.

Al fijar su mirada en mí, percibió mi sinceridad y siguió:

—Luis se alistó en el ejército en 1939, con dieciséis años, como educando en la banda de tambores y cornetas de los Regulares. Pero no lo hizo por la música, lo obligaron las penurias que pasaba con su modesta familia. También era hijo de madre soltera.

»Se llamaba Antonia y tenía otro hijo menor, Manuel. En Málaga conoció a un soldado raso y se fue con él y los niños a Segangan, en el protectorado español del norte de Marruecos, donde en aquel entonces se encontraba el regimiento de Regulares n.º 5. Antonia murió con tan solo cuarenta y cuatro años. Las duras condiciones que sufrió le pasaron factura.

Dos vidas muy fascinantes pero diferentes —fue lo único que acerté a decir.

Ella continuó su relato:

Tiempo después, Luis contrajo una grave enfermedad: pleuresía. El compañero de su madre, cuando finalizó su vinculación con el ejército, se marchó a Huelva. No volvieron a tener noticias de él.

Me ofreció otro cigarrillo, que rehusé amablemente. Ella encendió uno y, después de varias caladas, dio un sorbo al té.

Nos casamos por la iglesia. Mi madre nos aconsejó que lo hiciéramos. En aquellos tiempos, estaba muy mal visto convivir con una persona fuera del matrimonio. Nos fuimos a una pequeña y destartalada casa en Segangan, de las que el ejército proporcionaba a la tropa con familia.

—¿Qué tal es Segangan? Me gustaría conocerla, aunque ahora ya no será igual que cuando los españoles estaban allí.

—Desde que me marché a Tetuán, no he vuelto por Segangan. Recuerdo que entonces el recinto militar estaba amurallado y en las proximidades había tres calles en una pendiente para las familias de la clase de tropa. Eso era todo, con algunos bares como única diversión. En las afueras, lejos de las viviendas, sobresalían dos edificios donde estaban las prostitutas. Allí se desahogaban los soldados. La Rubia se hizo con el negocio para estar cerca de mí y, sobre todo, de su nieto, Nico.

Al oír el nombre de Nico, me sobresalté. Ante mi ademán de intervenir, me sugirió con un cariñoso gesto que permaneciera en silencio hasta que ella concluyese. Acepté. Estaba desnudando su alma y quería conocerla.

Un día, me fui a Tetuán con Rafael. Era amigo de mi marido. Me había enamorado locamente de él. Por seguirlo, me separé de mi hijo. Mi madre tardó mucho tiempo en perdonármelo. Lo perdí para siempre. Lo merecía.

Carmela se puso muy muy triste, se lo noté en el tono de voz. Yo le acaricié una mano. Por primera vez la veía sufrir. Al cabo de un rato, se repuso y dijo:

Rafael era cabo de Regulares. Durante un corto periodo, fui muy feliz en Tetuán. Me abandonó después de nacer nuestro segundo hijo. Se comportó como un miserable —silabeó la palabra con cierta rabia—. Entonces comenzó mi época más confusa. Di tumbos por diversos trabajos hasta que mi madre me pidió que regresara a su lado. Acepté. Estaba deseando volver a casa.

Carmela seguía emocionada. Aproveché que hacía una pausa para decirle:

Se te va a enfriar el té.

Con el dorso de la mano se secó las lágrimas que le recorrían las mejillas.

—Mi madre murió el año pasado. Hasta el último aliento estuvo pensando en su nieto. Pidió que en su lápida pusiéramos el nombre con el que la bautizaron:Teófila, en el ataúd colocamos entre sus manos una foto de su nieto.

—Carmela, es apasionante todo lo que me has contado —dije, agradecido de que me hubiera revelado algo tan personal. Y volví a preguntarme por qué lo había hecho.

Ella se puso en pie y, tras arreglarse la falda, extrajo un sobre de su bolso.

Quisiera pedirte el favor de que le entregases una carta a tu jefe.

Me dio un par de besos de despedida y me deseó un buen viaje. Cuando la vi desaparecer por una bocacalle, miré el sobre. Llevaba escrito: «Para Nicolás, con cariño».


Atte.

RUSADIRFENICIA

XVII CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR. ANTIGUA VIDA. NARRATIVA.




ANTIGUA VIDA


                                              ¿Tan cansados están los hombres de   mí?

                                                                                Friedrich Hölderlin

 

 

 

No quiso bajarse del autobús. Manos curtidas por la salazón pero frágiles, ajadas manos de cachorro. No quería moverse de su asiento, ni siquiera contestó al conductor. Se limitó a sonreír desde la veranda clara de sus ojos.

Después de todo, había pensado alguna vez, solo es un gesto. Asomarse a la ventanilla, decir adiós a las gentes, iniciar la retirada. Parecía tan fácil. Sumergirse, de una vez para siempre, en el asiento. Olvidarse de olvidar. Otra vez.

 

 

La primera noche le dio pena. Se acababa el día, no era cosa de dejar al pobre anciano solo por ahí. Noviembre es un mes atroz si tu aliento apenas sibila bajo el pecho. Trajo una manta, le deseó buenas noches. El viejo se envolvió en ella. Dejó en el asiento contiguo un sombrero de paja que llevaba sobre las rodillas, volvió a hundir la cabeza en el cristal. Agazapado en su tibio palomar, no dormiría en toda la noche. Tampoco el autobús; ambos tenían demasiados años, demasiadas imágenes confusas bullendo en sus sienes. Ambos, ajenos al aguanieve posándose leve sobre la paramera, más allá de los lindes de la estación, permanecieron silenciosos en la oscuridad, vagando por aquella nebulosa de rostros desvanecidos y luz menguante.

 

Nadan los escualos en el mar, se deslizan indolentes. Las rectas se tornan curvas en la memoria, todo se embota con la distancia. Por el aire viciado del coche flotaban aromas antiguos, cenizas insomnes, la sombra furtiva y ciega de un pez gato. Ninguno conoce tan bien el agua, océano cuya existencia ignora. Sombra sin aletas ni esqueleto, apenas una ilusión luminosa entre las ondas. Espectro de agallas secas que recuerda el mar.

 

Durante todo el día siguiente no se atrevió a decirle nada, además de viejo debía estar ido. Tuvo que retirar él mismo la manta porque no le contestaba. Una foto arrugada cayó a sus pies, desleído reflejo de dos niñas en una noria. Sedientos los ojos, pasó la mañana lamiendo la lluvia. Una vez alzó inerme la mano e intentó dibujar aquel nombre sobre el vidrio empañado, transmutado en arroyo apenas escrito. De tu aliento perseguía el vaho. En los espejos de los bares donde estuvimos y que quizá, alguna vez, volviste a visitar. Ahora creo percibirlo, reciente, esbozando en la ventana una hoja lobulada que se disuelve lentamente en espuma, sobresaltada el alma creo ver tu reflejo en el cristal. Ni siquiera intento volverme. Tampoco sabría cómo llamarte: hace tiempo que olvidé nuestros nombres.

 

 

Desde el pasado observó su figura en el asiento. Hola abuelo, hola papá, cuándo os convertisteis en mí. ¿Sabéis vosotros qué fue de ellas? ¿Tuvimos una vida feliz, tuvimos al menos una vida?

Hay un momento del viaje que le agrada en especial. Cuando el coche se acerca a una de las pequeñas estaciones del camino, va disminuyendo poco a poco su velocidad, ligera, fluidamente. Y de pronto el flujo se interrumpe, por un eterno instante parece desprenderse de la corriente mientras sus hombros se inclinan apenas, aéreo, ingrávido como los grandes albatros del cielo, hasta que leves espalda y pulso retornan al respaldo, a las horas, al torrente. Entonces ríe, jubiloso.

Ser otro es no saberse otro.

 

Al oscurecer eran ya muchas las veces que habían hecho el viaje de ida y vuelta. Se corría por la villa la voz de que un viejo estaba chocheando en el coche de línea. El guarda de turno, picado por la curiosidad y vagas nociones de orden moral, se acercó a ver qué era todo eso. A ver, preguntó, a ver, ¿le pasa algo?. Pero míreme, hombre, le estoy hablando. Se irritaba frente a aquel cuerpo desmedrado que sonreía con la mirada perdida, ignorante de los niños que le hacían burla desde el andén. No sé, esta noche vuelve a dejarlo ahí. Voy a llamar y ya me dirán.

 

En el corazón del tiempo, las rocas erosionadas permanecen absortas. Nadie permanece para recordar al viento mientras se busca lento en cada roce, anónimo portador de una sentencia que su propio discurrir ejecuta. La guillotina del viento rezuma sangre y cinabrio.

 

Amanecía. Lo siento, abuelo, tiene que levantarse, no se apure, irá a un sitio caliente, le daremos de comer, tendrá sabanas tibias, este viejo ya me empieza a cansar, él se veía flotando sobre las olas, ausente, ajeno. Entonces, con suavidad al principio, más brusco después, empezó a tirarle del hombro.

 

Escuchó aullar al pez gato. Escuchó el gemido lejano del narval. La caldera vibrante bajo sus botas de caña, brisa salina en el rostro. Fue entonces cuando sintió unas tenazas feroces e inexorables, mandíbulas que se complacían en quebrarle la concha. El sol y la lluvia morderían ya incesantes su torso inerme, su albo cuello infantil, una zozobra turbia lo empaparía para siempre. El conductor y otro viajero, impaciente por el retraso matinal, fueron a ayudar, lo levantaron sin mayor esfuerzo. Sintió un crujido desvalido allá en la espalda, su sombra se hacía ángulo sobre aquel contorno que se les esfumaba casi.

 

Y todos sintieron una vaga ira cuando, demonio de viejo, no entiende nada, se echó a llorar con congoja irrefrenable, asiendo desesperadamente su sombrero de paja.

 

 

Seudónimo: Gabirol

XVII CERTAMEN LITERARIO GENTE MAYOR-LA MUJER DE LA MESA DE AL LADO-NARRATVA


Cuando viajo a Melilla, almuerzo en un restorán cercano al hotel donde me hospedo. Reconozco que soy muy cartesiano: si encuentro un lugar que me gusta, no suelo cambiar. En mi vida familiar y en mis desplazamientos por motivos de trabajo, también escojo lo más cómodo y práctico. Aunque no atosigo al que no es como yo. En este restorán, sirven buenas comidas y a un precio razonable. Además, son atentos. A los clientes habituales les reservan las mismas mesas, y conmigo tienen esa deferencia. Me gusta sentarme junto a una ventana que da a la calle. Melilla es una ciudad bulliciosa. Ver el ir y venir de la gente me relaja mientras como.

Ya reconozco las caras de algunos comensales. En este viaje, me ha llamado la atención la mujer que se sienta en la mesa de al lado. Es elegante, con modales finos y una sonrisa casi perenne. El primer día que la vi, le eché unos sesenta y pocos años; después he sabido que tiene más de setenta. Viste siempre ropa ligera, la mayoría de las veces con motivos florales. Se pinta los labios de color carmín, pero no chillón, y el maquillaje de los ojos los resalta favorablemente. Son grandes y marrones. Ella creerá, casi seguro, que así resulta más atractiva. Noto que quiere seguir gustando. A mí me parece que se arregla de una forma un poco exagerada, no se ajusta a su edad, aunque reconozco que mantiene cierto poder de seducción.

La primera vez que la vi sentada en la mesa de al lado, me miró con una sonrisa que me perturbó. No sabría decir por qué.

Al principio, le respondía con una inclinación de cabeza. Esperaba que aquel educado modo de saludarnos fuese nuestro único acercamiento. Pero me acostumbré a su señal de bienvenida y empecé a interesarme por la mujer de la mesa de al lado.

Comía sola. En algunas ocasiones, salía acompañada.

Hoy, la conversación con un buen cliente se alargó más allá de mis explicaciones por las telas que le ofrecía. Debido a ese imprevisto, llegué tarde al restorán. Los camareros ya recogían las mesas vacías, que eran todas, menos dos: la mía y la de la mujer de la mesa de al lado.

Mientras tomaba mi güisqui de final de comida, se acercó y me preguntó si podía sentarse conmigo. Respondí afirmativamente. Su sonrisa era sincera. Se presentó una vez acomodada en la silla:

—Me llamo Carmela.

—Yo soy Juan.

Me levanté y le tendí la mano. Ella correspondió cogiéndola con suavidad entre las suyas.

La invité a acompañarme en la sobremesa. Ella aceptó y pidió una copa de Tía María. Enseguida se interesó por saber de dónde era yo y a qué venía a Melilla. No me molestó su curiosidad. Me gustó la manera cariñosa de preguntármelo. Además, hacía tiempo que deseaba esa cercanía, que sentía la imperiosa necesidad de hablar con ella, y me alegró que diera el primer paso. Parecerá mentira en un vendedor, pero para estas cosas soy muy tímido.

Vengo de Mislata, muy cerca de Valencia —le respondí—. Trabajo en una empresa de telas que está en ese mismo pueblo. Aunque le confieso que nací en Melilla. Era muy pequeño cuando mi familia se marchó a vivir allí.

—¿Es bonito su pueblo?

—Sí, es muy bonito y los valencianos son buenos anfitriones. ¿No conoce Valencia?

—No. Me trajeron a Melilla siendo bebé y no he vuelto por la península —contestó con semblante triste.

—Desde que mi padre emigró, toda mi familia vive en la misma casa —seguí contándole—. ¿Usted dónde nació?

En Málaga. ¿Le puedo hacer una pregunta? Espero que no le parezca indiscreta.

—Pregunte, seguro que no me molestará —dije sin pensar.

—Hace unos días, lo vi acompañado de un hombre mayor que usted, pero muy atractivo. ¿Quién era?

Mi jefe. Nació aquí y hacía mucho que no venía —respondí, pero callé que era mi padre.

La sobremesa se alargó hasta que nos dimos cuenta de que un camarero nos observaba en silencio, a la espera de ver qué decidíamos. Creímos conveniente marcharnos.

Ya en la calle, me fijé en que Carmela conservaba una bonita silueta. No era alta, tenía la cintura estrecha y las caderas proporcionadas. En sus manos se dibujaban las venas y las arrugas que delataban el paso del tiempo. Mientras caminábamos al ritmo cadencioso de su edad, recordé una frase de Pitágoras: «Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida».

Me miraba cuando hablaba. Lo hacía en un tono familiar, como si me conociera de siempre, y yo tenía la sensación de que me transmitía sus conocimientos. Es triste que en la actualidad muy pocos aprecien la sabiduría de las personas mayores. Las asocian a la enfermedad y a la decrepitud, ya no las consideran indispensables, sino un estorbo. Pero, escuchando a Carmela, me ratificaba en que nuestros ancianos pueden enseñarnos mucho.

Con la mano derecha apreté la que ella apoyaba en mi brazo izquierdo. Agradeció el detalle con una sonrisa de satisfacción.

Cuando le dije que mi avión salía dentro de unas cuatro horas para Málaga, me hizo una propuesta:

Te invito a un té en un cafetín que hay cerca de aquí, justo al lado de la estación de autobuses, en el Mantelete. ¿Aceptas?

Fue la primera vez que me tuteó.

Encantado respondí rápidamente.

Mientras recorríamos el trayecto hacia el cafetín, ella siguió cogida de mi brazo. Nos acomodamos en una mesa de la terraza, Nos sirvieron un oloroso té con menta.

Carmela sacó de su bolso una pitillera y la tendió hacia mí, ofreciéndome un cigarro. Cogí uno y ella otro. Fumamos y bebimos en silencio durante un rato, uno de esos que hacen pensar en cómo retomar la conversación.

Con su habitual tranquilidad, me explicó:

—Voy a contarte algo muy personal. Mi madre biológica murió en Málaga al poco tiempo de darme a luz. Era criada de la mujer que me cuidó como si fuera su hija y a la que yo considero mi madre. La llamaban la Rubia. El sobrenombre le venía de su romance a los diecisiete años con un torero conocido como el Rubio. Se trasladó a Melilla para trabajar porque en Málaga empezó a tener problemas. Cuando lo contaba, aseguraba que no se arrepentía. Aquí fue feliz. La ciudad estaba en auge entonces, era donde se abastecía el ejército destacado en la zona nordeste del protectorado español de Marruecos. Regentó varios burdeles en Melilla. A ellos acudían personajes de la clase alta, tanto militares como civiles. Todos la respetaban.

La miraba absorto, entre la admiración y la curiosidad. Permanecí en silencio cuando ella dio un par de caladas parsimoniosamente antes de proseguir con su relato:

A punto de acabar mis estudios de maestra, en uno de los locales de mi madre conocí a un cabo de Regulares n.º 5 que cantaba maravillosamente. Luis era su nombre. Medía un metro setenta y ocho, sus ojos azules brillaban en su rostro anguloso y su pelo castaño se rizaba ligeramente. Tenía aspecto de necesitar una buena comida —sonrió con la ocurrencia—. Nos enamoramos. De nuestros encuentros furtivos nació un hijo. Te quería contar una historia breve, pero veo que me he remontado muy atrás; si te aburres, no te preocupes: me lo dices y lo dejamos.

—Me parece muy interesante. Continúa, por favor. —Me intrigaba tanto lo que me relataba como saber por qué lo hacía.

Al fijar su mirada en mí, percibió mi sinceridad y siguió:

—Luis se alistó en el ejército en 1939, con dieciséis años, como educando en la banda de tambores y cornetas de los Regulares. Pero no lo hizo por la música, lo obligaron las penurias que pasaba con su modesta familia. También era hijo de madre soltera.

»Se llamaba Antonia y tenía otro hijo menor, Manuel. En Málaga conoció a un soldado raso y se fue con él y los niños a Segangan, en el protectorado español del norte de Marruecos, donde en aquel entonces se encontraba el regimiento de Regulares n.º 5. Antonia murió con tan solo cuarenta y cuatro años. Las duras condiciones que sufrió le pasaron factura.

Dos vidas muy fascinantes pero diferentes —fue lo único que acerté a decir.

Ella continuó su relato:

Tiempo después, Luis contrajo una grave enfermedad: pleuresía. El compañero de su madre, cuando finalizó su vinculación con el ejército, se marchó a Huelva. No volvieron a tener noticias de él.

Me ofreció otro cigarrillo, que rehusé amablemente. Ella encendió uno y, después de varias caladas, dio un sorbo al té.

Nos casamos por la iglesia. Mi madre nos aconsejó que lo hiciéramos. En aquellos tiempos, estaba muy mal visto convivir con una persona fuera del matrimonio. Nos fuimos a una pequeña y destartalada casa en Segangan, de las que el ejército proporcionaba a la tropa con familia.

—¿Qué tal es Segangan? Me gustaría conocerla, aunque ahora ya no será igual que cuando los españoles estaban allí.

—Desde que me marché a Tetuán, no he vuelto por Segangan. Recuerdo que entonces el recinto militar estaba amurallado y en las proximidades había tres calles en una pendiente para las familias de la clase de tropa. Eso era todo, con algunos bares como única diversión. En las afueras, lejos de las viviendas, sobresalían dos edificios donde estaban las prostitutas. Allí se desahogaban los soldados. La Rubia se hizo con el negocio para estar cerca de mí y, sobre todo, de su nieto, Nico.

Al oír el nombre de Nico, me sobresalté. Ante mi ademán de intervenir, me sugirió con un cariñoso gesto que permaneciera en silencio hasta que ella concluyese. Acepté. Estaba desnudando su alma y quería conocerla.

Un día, me fui a Tetuán con Rafael. Era amigo de mi marido. Me había enamorado locamente de él. Por seguirlo, me separé de mi hijo. Mi madre tardó mucho tiempo en perdonármelo. Lo perdí para siempre. Lo merecía.

Carmela se puso muy muy triste, se lo noté en el tono de voz. Yo le acaricié una mano. Por primera vez la veía sufrir. Al cabo de un rato, se repuso y dijo:

Rafael era cabo de Regulares. Durante un corto periodo, fui muy feliz en Tetuán. Me abandonó después de nacer nuestro segundo hijo. Se comportó como un miserable —silabeó la palabra con cierta rabia—. Entonces comenzó mi época más confusa. Di tumbos por diversos trabajos hasta que mi madre me pidió que regresara a su lado. Acepté. Estaba deseando volver a casa.

Carmela seguía emocionada. Aproveché que hacía una pausa para decirle:

Se te va a enfriar el té.

Con el dorso de la mano se secó las lágrimas que le recorrían las mejillas.

—Mi madre murió el año pasado. Hasta el último aliento estuvo pensando en su nieto. Pidió que en su lápida pusiéramos el nombre con el que la bautizaron:Teófila, en el ataúd colocamos entre sus manos una foto de su nieto.

—Carmela, es apasionante todo lo que me has contado —dije, agradecido de que me hubiera revelado algo tan personal. Y volví a preguntarme por qué lo había hecho.

Ella se puso en pie y, tras arreglarse la falda, extrajo un sobre de su bolso.

Quisiera pedirte el favor de que le entregases una carta a tu jefe.

Me dio un par de besos de despedida y me deseó un buen viaje. Cuando la vi desaparecer por una bocacalle, miré el sobre. Llevaba escrito: «Para Nicolás, con cariño».